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ASL TIBURONES

#ASLTIBURONES | Tiburones inteligentes y un mar de referencias

¿Cómo hacer una película de tiburones después del clásico de Steven Spielberg?

La misma franquicia de Tiburón no pudo resolver esta cuestión. Después de la primera entrega, se hundió en secuelas cada vez menos memorables. Quizás porque el film original, el de 1975, no abrió caminos sino que los clausuró. Es una síntesis de las películas de monstruos, las leyendas de alta mar y el Moby Dick de Herman Melville. Está plagada de referencias y resonancias. Y cualquier sucesora que pretenda emularla se convierte, inmediatamente, en la copia de una copia.

Es que, en realidad, lo que suele emularse de Tiburón es lo superficial, el bicho marítimo, algunos movimientos de cámara, mientras se ignora el proceso creativo. Spielberg no se copió de nadie, se copió de todos. Sus materiales fueron diversos. Mezcló espectáculo clase B con literatura decimonónica, monólogos teatrales y algo del cine politizado estadounidense de los 70s. Por eso su amalgama resulta fresca y vital. Los imitadores de Tiburón sólo toman de Tiburón.

Alerta en lo profundo (Deep Blue Sea, 1999) hace más o menos eso. Sus inspiraciones son obvias y acotadas: las cintas de Spielberg y James Cameron, y algo del cine catástrofe. Lo que la distingue –y la rescata de la mediocridad– es su autoconciencia. Sin convertirse en una parodia, al estilo de Galaxy Quest, le muestra un espejo al género. Mantiene un diálogo constante con los espectadores, frustrando sus expectativas a cada paso.

Para comprobarlo, sólo hace falta analizar la escena inicial. A simple vista, es un calco de la apertura de Tiburón. Hay jóvenes en el mar, hay sexo o la promesa de sexo, hay un monstruo debajo del agua. Pero justo cuando creemos que el calco será exacto, se introduce un giro inesperado. Aparece Carter Blake, un domador de tiburones, y salva a los adolescentes. Es un anuncio de lo que vendrá, el primer volantazo de la trama.

Blake trabaja en un centro de investigación, donde unos doctores, incluida la brillante Susan McAlester, están por descubrir una cura para el Alzheimer. Creen que un complejo proteínico en el cerebro de los tiburones puede reactivar las neuronas humanas. Sin embargo, para extraer una muestra lo suficientemente abundante de este complejo, deben modificar los genes de los tiburones y agrandarles el cerebro. O sea, tornarlos más inteligentes y mortíferos.

Como suele ocurrir en la ciencia ficción, al menos desde que Mary Shelley publicó Frankenstein en 1818, cuando los científicos juegan a ser dios, las consecuencias pueden ser desastrosas. Dicho de otro modo, la vida se abre camino. (En este caso, la influencia directa quizás no sea Shelley sino nuevamente Spielberg y su Jurassic Park). Alerta en lo profundo combina este cliché con otro: una tormenta inoportuna deja encerrados a los protagonistas en el centro de investigación, que se vuelve una tumba acuática como el barco en La aventura del Poseidón o la base petrolífera en El abismo. De esta manera se plantea el juego: los personajes quedan atrapados en un espacio reducido, asediados por los tiburones más listos del planeta.

Entre los rehenes se encuentra Russell Franklin, el financista del proyecto, que justo estaba de visita. Hablar de su muerte ya no es un spoiler. Es un momento legendario, como el asesinato en la ducha en Psicosis. En ambas, el personaje despachado se perfilaba como el principal. Pero si en el paradigmático slasher de Alfred Hitchcock el efecto es dramático, en Alerta en lo profundo es cómico. El centro de investigación está inundado; el caos, instalado; los sobrevivientes, al borde de un ataque de nervios. Entonces Franklin brinda una emotiva arenga, que se vuelve más épica, más grandiosa, hasta que emerge uno de los tiburones y se lo come crudo. Es prácticamente un chiste.

Franklin es interpretado por Samuel L. Jackson, el actor más famoso del elenco. Nadie esperaba, cuando se estrenó la película, que se despediría tan temprano. Y menos de una manera tan brutal. Porque no sólo es devorado, es despedazado. Acá no hay muertes dignas, heroicas, agónicas. Quienes son alcanzados por las bestias son destruidos sin piedad. No sólo Franklin sino todas las víctimas. Otro actor de peso, Stellan Skarsgård, es uno de los doctores, y su muerte es también un chiste. Le arrancan un brazo; se estrella el helicóptero que lo hubiera trasladado a un hospital, y luego, todavía atado a una camilla, es usado como proyectil por uno de los tiburones. Tras tanto maltrato, muere bien muerto.

El exceso es una de las marcas registradas de la película, un elemento lúdico, cruento y gracioso. Y tiene que ver con la autoconsciencia a la que nos referimos antes. Mientras Jackson y Skarsgård son humillados, el rapero LL Cool J sortea todos los obstáculos. Hace de un humilde cocinero y advierte reiteradamente que, como personaje secundario y encima afroamericano, debería ser uno de los primeros en decir adiós. El film se burla de las convenciones del género. (Livianamente, es cierto, y sin romper la cuarta pared). Sabe qué es lo que espera el público y qué es lo que está acostumbrado a ver.

Lo mismo sucede con el romance nunca concretado y siempre sugerido entre Blake y McAlester. Promete mucho, se lo anuncia desde el principio, y finalmente se pierde en miradas inconducentes. Los enamorados son interpretados por Thomas Jane y Saffron Burrows, rostros queribles que se acercaron y no llegaron al estrellato. (En lo personal, Jane siempre me cayó bien. Es un héroe de acción sin estridencias. Ni muy musculoso ni muy enérgico ni muy carismático. Simplemente cumple con su deber. Su mejor trabajo no lo hizo en cine sino en televisión, en la serie The Expanse).

Alerta en lo profundo, después de dos décadas, sigue sorprendiendo. Nunca podemos predecir quién la ligará. Y aunque lo sepamos, igualmente sorprende cómo la ligan, con qué nivel de ferocidad. El director Renny Harlin –cuyo mayor éxito hasta ese entonces había sido Cliffhanger con Sylvester Stallone– logra que nos encariñemos con los protagonistas y después los extermina sin preámbulo, sin música melosa, sin luto.

Esta desfachatez hace que el film sea filoso, que muerda como sus tiburones. Hay mucha pericia detrás de la cámara. Las escenas de acción están precisamente coreografiadas y editadas. No importa cuántos personajes y planos estén operando a la vez, siempre podemos orientarnos. Y aunque los efectos digitales hayan envejecido, los animatronics son efectivos. Alerta en lo profundo se rodó antes de la colonización absoluta de lo digital y muchas escenas aprovechan efectos prácticos y capturados in-camera (o sea, en la cámara, en el set, no en postproducción con computadoras).

Volvemos a la pregunta con la que iniciamos: ¿Cómo hacer una película de tiburones luego de Tiburón? La respuesta de Alerta en lo profundo no será ambiciosa, pero es una respuesta al fin y al cabo: en vez de reinventar la rueda, vuelve sobre el terreno transitado, modificando detalles, retocando escenas y exagerando otras, con ingenio y sentido del humor. En el camino, pierde de vista aquel horizonte mítico al que accede Spielberg en Tiburón, ese temor abismal, lovecraftiano, por lo desconocido e inhumano. Todo en Alerta en lo profundo es más liviano y simple. Pero también es divertido y refrescante, incluso veinte años después. Y esto último no es para nada desestimable.

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