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Cannes: Día 4

Cannes: Día 4

Hoy dedicamos el día exclusivamente a la competencia oficial del festival, y las vedettes fueron tres obras que movilizaron una enorme cantidad de público: Umimachi Diary (2015) de Hirokazu Koreeda, Carol (2015) de Todd Haynes y The Sea of Trees (2015) de Gus Van Sant. De esta última asistimos a la conferencia de prensa, en la que estuvieron el director y los protagonistas Matthew McConaughey y Naomi Watts.

A partir de una pregunta por la presencia ineludible de la muerte en su obra y específicamente del suicidio en The Sea of Trees, Van Sant aclaró que la mayoría de sus films no tratan sobre la muerte, sino acerca de la interpretación social del dolor y la dramatización del mismo por parte de la prensa. También manifestó que llegó al proyecto luego de que el guión estuviese completo, afirmando que le llamó la atención porque constituía un rompecabezas muy complejo en torno a Arthur Brennan (McConaughey) y su esposa Joan (Watts). McConaughey por su parte dijo que su personaje, un hombre que decide quitarse la vida en un bosque de Japón, pasó de ser un científico a enseñar, circunstancia que lee como un paso atrás en su carrera. Al igual que Arthur, él también se encuentra en un punto intermedio entre la lógica científica y la fe, ya que la película toma la forma de “un viaje de la alienación hacia la salvación, enfrentando la muerte para acercarse a la vida”. Watts profundizó aún más este concepto diciendo que la historia plantea una exploración de la pérdida que nos ayuda a comprender nuestra propia espiritualidad y la vida que llevamos. Finalmente, Van Sant afirmó que el bosque en cuestión es “otro personaje más” y McConaughey que “todos tienen derecho a abuchear u ovacionar”, ante la consulta por la reacción heterogénea que generó la película en sus distintas proyecciones.

 

Umimachi Diary, de Hirokazu Koreeda

Y Koreeda reincide en la estructura de los melodramas new age que poco o nada aportan de novedoso a lo ya hecho en el pasado. De hecho, el japonés parece obnubilado con la idea de trabajar desde un naturalismo bastante light cada uno de los estereotipos que caracterizan desde tiempos inmemoriales al macrogénero. En esta ocasión es la muerte del patriarca y el funeral subsiguiente la excusa principal para desencadenar otra de sus clásicas reorganizaciones familiares, luego de 15 años sin que las protagonistas tengan noticia alguna del susodicho: de este modo tres hermanas descubren al eslabón perdido del clan, una adolescente de otra madre a la que invitan a vivir con ellas.

A pesar de que es cierto que el realizador suele evitar las salidas facilistas vinculadas a la lágrima y el conflicto directo, igual de innegable es la constante sequedad actitudinal que se esconde detrás de relatos lerdos y demasiado derivativos. Quizás cueste reconocerlo pero si el señor filmase en Estados Unidos sería un asalariado mediocre más del montón, de esos que se la pasan entregando obras de autoayuda para corazones blandos, sin embargo como el convite viene con la apostilla “made in Asia”, se le suele perdonar de inmediato la falta de profundidad y ese pulso narrativo digno de una telenovela vespertina.

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Carol, de Todd Haynes

Por fin estamos ante una pequeña joya que justifica -sin lugar a dudas- el rol que ocupa dentro del festival y la experiencia misma de atravesar una odisea tan ambivalente como la que nos ofrece Cannes. Cae de maduro que una de las películas más esperadas dentro de la competencia oficial era Carol de Todd Haynes, no sólo porque constituye su regreso a la dirección luego de ocho largos años desde la extraordinaria I’m Not There (2007), sino debido a que desde el inicio se imponía como una “companion piece” de Lejos del Cielo (Far from Heaven, 2002), aquella obra maestra con Julianne Moore y Dennis Haysbert. La presente se aventura un paso más allá abriéndose camino como el eslabón final de una trilogía, que se completa con la primigenia Safe (1995), acerca del comienzo de la crisis del matrimonio tradicional y la familia tipo americana: así las cosas, del colapso individual de esta última y los prejuicios raciales/ la hipocresía de Lejos del Cielo, terminamos llegando al terreno del tabú lésbico, hoy mediante una relación a comienzos de los 50 entre Therese Belivet (Rooney Mara), una empleada de una tienda por departamentos, y Carol Aird (Cate Blanchett), una burguesa de buen pasar a las puertas del divorcio.

¿Podría algún otro realizador haber llevado a la pantalla grande la novela autobiográfica The Price of Salt de Patricia Highsmith? Difícilmente, porque el californiano es uno de los grandes talentos del cine queer de las últimas décadas, a la altura de John Waters y Pedro Almodóvar. Una vez más los melodramas rosas de Douglas Sirk conforman un horizonte ligeramente retorcido, en donde la pasión por las historias del corazón se unifica con la denuncia social, el preciosismo de la fotografía, las paradojas de los vínculos, el retrato de época y esa enorme destreza para penetrar en los misterios del acervo femenino. Carol es un oasis de aire fresco y una prueba irrefutable de que todavía es posible filmar desde una dimensión etérea y a la vez aferrada a las pugnas terrenales.

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The Sea of Trees, de Gus Van Sant

Ya los primeros minutos plantean el ABC de la propuesta: Arthur Brennan (Matthew McConaughey) viaja a Tokio, toma un taxi hacia un bosque distante, lee carteles al paso acerca de la importancia de la vida individual, se sienta en el suelo y comienza a ingerir pastillas hasta que es interrumpido por la aparición repentina de Takumi Nakamura (Ken Watanabe), un hombre malherido y tambaleante. A esta altura del partido llama poderosamente la atención la prodigiosa capacidad de Van Sant en lo que respecta a mantenerse siempre fiel a ese pulso entre melancólico y lírico, sin jamás comprometer el nivel cualitativo de sus obras. Al igual que las anteriores Cuando el amor es para siempre (Restless, 2011) y Promised Land (2012), en The Sea of Trees combina independencia y mainstream sin mayores sobresaltos, redondeando una mixtura entre las propias Gerry (2002) y Last Days (2005), y cierta apología del poder de la naturaleza a la Dersu Uzala (1975) y el cine antropológico en general.

El film es a la vez un viaje de redención personal y un relato de aventuras, motivado por la desesperación en pos de sobrevivir y “ayudado” por las pertenencias de los cadáveres que ambos van hallando en su derrotero a través del bosque. El realizador nos vuelve a maravillar con su dialéctica de las sutilezas y toda su sensibilidad a flor de piel, en esta oportunidad contraponiendo un suicidio laboral/ místico (Watanabe) con otro familiar/ agnóstico (McConaughey), del que vamos conociendo sus causas mediante flashbacks que nos presentan a Joan (Watts), la esposa de Arthur. La paciencia y el amor son las dos banderas detrás de un periplo inmaculado que evita los atajos miserables del Hollywood actual.

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Por Emiliano Fernández

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