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CRÍTICAS - CINE

Casa Vampiro, según Emiliano Fernández

Queridos difuntos…

Oceanía nos ha dado muchas alegrías a los fanáticos del séptimo arte a lo largo de las décadas, no sólo en lo que hace a esas películas encuadradas en una suerte de mainstream local sino también en lo referido a una pluralidad de propuestas independientes de toda índole. Si bien la fórmula autóctona respeta el esquema de la enorme mayoría de los mercados cinematográficos del Tercer Mundo, no cabe duda que en la región se profundizó -por razones culturales e históricas obvias- esa típica combinación entre la mordacidad elegante europea (en especial la que responde a la vertiente británica) y esa pasión irrefrenable por los géneros (por supuesto que la influencia estadounidense fue decisiva).

Australia ya nos había regalado el año pasado un díptico maravilloso compuesto por The Babadook (2014) y Wyrmwood (2014), hoy Nueva Zelanda completa el suyo al sumarle Casa Vampiro (What We Do in the Shadows, 2014) a la también hilarante Housebound (2014), redondeando una etapa genial que supera ampliamente a Hollywood y su panoplia de bodrios. En la línea de La Danza de los Vampiros (Dance of the Vampires, 1967) de Roman Polanski, el opus ofrece un retrato ácido de lo que implicaría una convivencia suburbana y más o menos “tradicional” de un puñado de chupadores de sangre, haciendo foco sobre todo en los pormenores de tal faena y el choque subsiguiente de idiosincrasias.

El trabajo de los directores, guionistas  y protagonistas Jemaine Clement y Taika Waititi es francamente extraordinario, ya que a la vez que construyen una parodia muy eficaz de los resortes prototípicos del género (condimentándola con una estructura meramente decorativa símil falso documental), consiguen una alegoría precisa de la cultura neozelandesa y/ o global (la permeabilidad a la estupidez contemporánea es bastante alta en todo el planeta). Así descubrimos de a poco a los cuatro habitantes de un hogar entre lúgubre y absurdo: Viago (Waititi), el dandy sofisticado, Vladislav (Clement), el mujeriego crónico, Deacon (Jonathan Brugh), el rebelde, y Petyr (Ben Fransham), el Nosferatu oficial de la comunidad.

Utilizando como excusa la llegada al grupo de Nick (Cori Gonzalez-Macuer), un vampiro novato, y Stu (Stuart Rutherford), su amigo humano, el relato nos pasea por un sinfín de comentarios irónicos acerca de las personalidades involucradas, los problemas para hacerse de “alimento”, la dialéctica amo-esclavo, la necesidad de pernoctar durante el día, las particularidades del gremio de los difuntos y los desajustes con respecto al coexistir en el siglo XXI. La obra tiene destino de film de culto y en esencia está apuntalada en la química de los actores y en ese cúmulo de observaciones entrañables en torno a la faceta mundana del devenir social y cierta pose superada del que se sabe paria, melancolía sutil mediante…

calificacion_5

Por Emiliano Fernández

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