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CRÍTICAS - CINE

Crítica: Custodia Compartida (Jusqu’à La Garde), por Diego Maté

(Francia, 2017)

Guión y Dirección: Xavier Legrand. Elenco: Lea Drucker, Dénis Mechonet. Producción: Alexandre Gavras. Distribuidora: Impacto Cine. Duración: 93 minutos.

Custodia compartida empieza con un retrato gélido del sistema judicial francés. Un padre, una madre y sus respectivas abogadas se reúnen con una jueza para resolver la tenencia y las visitas del hijo. La película describe desapasionadamente los procedimientos del encuentro: las reglas de cortesía, los turnos para hablar, las estrategias argumentales de cada abogada. A su tiempo, padre y madre exponen brevemente sus motivos. El guion evita cualquier toma de partido y muestra por igual las razones de cada uno. La escena exhibe un notorio realismo: los personajes apenas parecen caracterizados y los diálogos fluyen naturalmente, como si la ambigüedad de lo real se impusiera por sobre los códigos del cine. Pero ese comienzo funciona en verdad como una pista falsa: después del altercado legal, el clima de la película se contamina hasta adquirir la forma de un thriller atípico.

El conflicto de partida se presenta más o menos así: padre irascible (Antoine) reclama poder visitar al hijo (Julien) como respuesta al rechazo de madre manipuladora (Miriam) que inventa excusas para negarle el derecho. Los dos resultan igualmente humanos y arteros, ninguno parece mejor que el otro. La jueza dicta que el padre se lleve al chico con él fin de semana de por medio y pone en jaque a la madre y al hijo. Con esa anécdota elemental, propia de cualquier drama familiar, Xavier Legrand pone a funcionar una impresionante máquina narrativa capaz de registrar un peligro inminente en cualquier lugar, en cada pequeño gesto del padre, en cada reacción temerosa del hijo. El relato puede transformar cualquier espacio cotidiano en una trampa, empezando por el auto, donde Antoine abandona de un momento a otro la postura de padre cariñoso para confirmar las acusaciones de la madre: el tipo es violento, obsesivo, cualquier cosa puede lanzarlo a una espiral de furia.

De ahí en más, el tono realista del principio da paso al aire opresivo del thriller. Cada situación cotidiana deja a Miriam y a Julien a merced de Antoine y de sus arranques de locura. El guion incrementa con cada escena los niveles de amenaza. Los pocos lugares seguros, como la casa de la familia materna o el nuevo departamento en el que viven (y que el padre desconoce), se vuelven blancos de Antoine y pierden su capacidad de refugio. El clima general se enrarece: Antoine tiene uno de sus ataques cuando descubre la zona en la que queda el nuevo departamento de Miriam y obliga a Julien llevarlo ahí. Cuando llegan, Julien le da una dirección falsa y, en un descuido del padre, sale corriendo. La persecución, aunque breve y a plena luz del día, posee un nervio infrecuente. Con el pánico del hijo, que hace lo que puede para no develar la dirección, y con la furia del padre, ahora multiplicada por el engaño, Legrand extrae de la escena una tensión insoportable.

Más tarde, en la fiesta de la hija, todos parecen seguros y contenidos: el padre no está, prometió no venir; el tumulto de gente es garantía de seguridad para la familia; la alegría del momento los hace olvidarse de la odisea cotidiana. La música y la algarabía le permiten al director filmar un momento de plenitud reforzado por la elegancia de un plano secuencia que captura la felicidad generalizada. Pero incluso allí, en el espacio menos pensado, el relato sugiere la inminencia de un riesgo: el ruido no deja escuchar los diálogos, pero los susurros insistentes entre la madre y su hermana, que se mueven nerviosas de un lado al otro, anuncian alguna amenaza silenciosa; en cuestión de segundos, el festejo se transforma en momento de alarma.

El desenlace produce una tensión insospechada: Miriam y Julien sufren el ataque final de Antoine de noche y a oscuras. En ese momento, la película prácticamente adopta las formas del terror y hace visible algo que antes solo se sugería de manera subterránea: Antoine no es tanto un hombre irascible como un monstruo terrible. Ese anclaje fuerte en los géneros certifica que la opera prima de Legrand funciona en sus propios términos. El despliegue ostensible de los recursos del thriller cancelan felizmente cualquier posible comentario social, cualquier denuncia altisonante.

calificacion_4

 

 

© Diego Maté, 2018 | @diegomateyo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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