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CRÍTICAS - CINE

La Bella y la Bestia, según María Paula Putrueli

La princesa que quería leer

La canción homónima a la película que pertenece “Bella y Bestia“ dice en sus primeras líneas “Tale as old as time” (“Una historia tan antigua como el tiempo”), y algo de eso hay en este relato, ahora devenido en live action, con muchas y variadas versiones en el pasado.

El cuento de hadas original pertenece a Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, una fábula que resaltaba el valor del amor verdadero, la importancia que radica en el interior de cada uno y la capacidad de poder ver más allá de las apariencias, y así, como El Principito, poder ver lo esencial a través de la mirada en nuestro corazón.

En el año 1946, el director francés, Jean Cocteau realiza una excelente adaptación, en una propuesta fílmica, con toques surrealistas que enaltecen aún más el conmovedor relato inicial.

Luego, ya en manos de la factoría Disney, en el año 1991, llega una deliciosa e inolvidable versión animada, la cual se destaca como la primera película de dibujos animados en ser nominada a los premios Oscar (aún no existía la categoría de films animados) y luego vendría, también de la mano de la empresa del ratón, el musical de Alan Menken, Howard Ashman, Tim Rice y Linda Woolverton, allá por el año 1994.

Ahora bien, con tanto material existente presto para las odiosas pero necesarias comparaciones, llega esta nueva propuesta de la historia de la Bella y la Bestia, dirigida por Bill Condon, con actores de carne y hueso, y un reparto secundario notable gracias a los menesteres de la tecnología del CGI.

El argumento nada se mueve del original. Bella, una joven mujer, dotada de una curiosidad inagotable y del deseo de conocer más sobre el mundo y salir de la rutina de la aldea en la que vive con su padre, correrá el riesgo de justamente ocupar el lugar de su progenitor como prisionera en el supuesto castillo encantado, donde vive un monstruo, falto de sentimientos y sensatez, al menos en la primera impresión.

El desafió es grande para esta pequeña princesa, que destaca de todas las demás marca Disney por ser quizás de las pocas con ideas propias, las cuales van más allá de buscar un príncipe, convivir con enanos, ser la reina del salón o despertar a manos de su enamorado. Nada de eso hay en Bella: la muchacha quiere salir del molde, ser atrevida, intrépida, valiente, y con estas características se embarcará en la épica tarea de doblegar el corazón de aquella bestia hechizada, antes de que caiga el último pétalo de la rosa, y todo y todos en el castillo queden malditos por siempre.

La inclusión del famoso personaje gay Le Fou, amigo y/o siervo inseparable del desagradable Gastón (quien busca constantemente conquistar a Bella), se presenta de manera bastante sutil, se define más en los modos amanerados que en el decir o actuar. Sin embargo, es digno de celebrar la apuesta de Disney por darle este giro al personaje, así como la diversidad que puede apreciarse en todo el elenco.

Párrafo aparte para Emma Watson. No hay dudas, ella es Bella: desde su aparición envuelve la pantalla de la magia que la fábula convoca, con escenas que remiten al clásico musical La Novicia Rebelde (The Sound of Music, 1965). Watson brilla con su candidez y seducción constante, y es uno de los puntos más fuertes de la película. Su partenaire (Dan Stevens), en el papel del príncipe bajo el hechizo devenido en Bestia, cumple su rol sin nada que podamos criticarle, pero nos deja con alguna sensación de haber podido sobresalir un poco más; posiblemente sus facciones bajo la mencionada tecnología CGI hagan sus rasgos demasiado estereotipados.

La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 2017) es una fiesta de colores y canciones que emocionan, impecable trabajo de arte y vestuario para dotar de vida a lo que muchos años atrás disfrutábamos en dibujos animados. Esta nueva versión, quizás pensada un poco más para aquellos niños ya convertidos en adultos que disfrutaron la original, se eleva por sí misma y deja por debajo los intentos de comparación. Es un film impecable en argumento, y un festín para todos los sentidos.

calificacion_3

 

 

María Paula Putrueli

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