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CRÍTICAS - CINE

Londres bajo Fuego (London Has Fallen)

(Reino Unido/ Estados Unidos/ Bulgaria, 2016)

Dirección: Babak Najafi. Guión: Creighton Rothenberger, Katrin Benedikt, Christian Gudegast y Chad St. John. Elenco: Gerard Butler, Aaron Eckhart, Morgan Freeman, Angela Bassett, Robert Forster, Radha Mitchell, Michael Wildman, Stacy Shane, Shivani Ghai. Producción: Gerard Butler, Mark Gill, Danny Lerner, Alan Siegel, Les Weldon y Matthew O’Toole. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 99 minutos.

Patriotismo a prueba de balas.

Los episodios y personajes más clásicos de Los Simpsons sirven desde hace más de 25 años para poner en evidencia claves para comprender cómo funcionan ciertas cuestiones idiosincráticas de la cultura estadounidense, tanto en lo referente a la política como a la religión y por supuesto el cine. Uno de los secundarios más prolíficos es un tal McBain, un personaje de películas de acción en clave Schwarzenegger que exuda violencia y un excesivo patriotismo en partes iguales. Un reflejo del cine de súper acción ochentero reaganiano que siempre presentaba al “tipo duro” solo contra todos. Si viajamos unos 25 años hasta nuestro presente, podremos darnos cuenta que Londres bajo Fuego (London Has Fallen, 2016) tiene un aroma muy similar a todo esto que mencionamos.

La secuela del inesperado éxito Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013) -una suerte de Duro de Matar en la Casa Blanca- vuelve a repetir el elenco estelar de la primer entrega, compuesto por Gerard Butler, Aaron Eckhart, Morgan Freeman, Robert Forster, Angela Bassett y Radha Mitchell. En esta ocasión el hombre de mayor confianza de la Oficina de Estado, Mike Banning (Butler), escolta al Presidente de los Estados Unidos Benjamin Asher (Eckhart) en un viaje de último momento a Londres para rendir tributo al fallecido Primer Ministro Británico. Minutos después de pisar suelo inglés, son sorprendidos por un elaborado plan terrorista que busca eliminar a los máximos líderes mundiales reunidos en la ciudad, todo para vengarse de un ataque aéreo de los aliados durante su prolongada guerra contra el terrorismo.

El director de la primera entrega, Antoine Fuqua, en esta ocasión decidió renunciar ya que el guión no le parecía bueno, posiblemente un mal augurio. Durante 99 minutos asistimos a una montaña rusa ultra violenta y xenófoba, que pone de relieve lo peor de la ideología bélica del país del norte. El primer trailer internacional del film, el cual corrió su fecha de lanzamiento en múltiples ocasiones, fue lanzado en la misma semana en la cual se conmemoraba el décimo aniversario de los atentados terroristas en Londres, lo que le valió muchas críticas y al mismo tiempo era un buen anticipo del tono excesivamente patriótico de la película.

Durante el transcurso del relato veremos al bueno de Banning, en plan “last man standing”, intentando proteger al Presidente disparando, golpeando, acuchillando y haciendo volar por los aires a cualquier sujeto con rasgos de Oriente Medio que tenga el tupé de aparecer en pantalla. Como dice el manual de las secuelas, si la primera fue un éxito inesperado reducido a un solo espacio, como la Casa Blanca, la continuación deberá expandirse y -en este caso- hacer que la acción abarque toda una ciudad. Porque así lo dicta una de las frases más yanquis posibles: “the bigger, the better” (“cuanto más grande, mejor”). Desde lo estrictamente práctico, la ciudad de Sofía, en Bulgaria, hizo las veces de esta Londres engullida por la actividad terrorista; cuestión que obligó a la producción a recurrir más de lo necesario al CGI y no con los mejores resultados.

En una de las escenas más tristemente célebres de la película, Mike Banning tortura a un terrorista mientras le dice “go back to Fuckeheadistan!” (que podríamos traducir finamente como “¡volvete a Andaacaganistán!”), dejando en claro, por enésima vez en el film, la mirada más xenófoba y retrógrada de ciertos sectores conservadores norteamericanos plasmada en el celuloide, para quienes Medio Oriente es un hormiguero de locos de la guerra cuyo único anhelo es ver al gran país del norte en llamas.

Volviendo a la analogía con la década reaganiana de los 80, Cannon Films fue una productora que se caracterizaba por hacer, entre otras maravillas bizarras, películas de acción clase B del más alto calibre exploitation. Una de sus luminarias era el mítico Chuck Norris, cuya película Invasión U.S.A. (1985) lo ponía solito frente a un grupo de invasores que atacaban territorio yanqui: Londres bajo Fuego no tiene nada que envidiarle, excepto por el hecho de que su ideología atrasa 30 años y al menos Chuck Norris podía hacer alarde de su barba masculina. Estamos ante entretenimiento sin sentido y con una ideología peligrosa.

calificacion_2

Por Alejandro Turdó

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