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CRÍTICAS - CINE

Los Cuadros al Sol

(Argentina, 2014)

Dirección: Arian Frank. Guión: Paula Ramírez y Arian Frank. Producción: Santiago Podestá. Distribuidora: Independiente. Duración: 91 minutos.

El nuevo mundo.

¿No contiene cada noche el día que le precedió y cada mañana la memoria de la noche que le dio origen? La ópera prima de Arian Frank es más que un documental, es un opus poético sobre la vida en comunidad y la memoria de una ciudad desaparecida. A partir de entrevistas a algunos de sus antiguos pobladores, Frank va construyendo la historia y la vida de la ciudad de Salinas Grandes, una colonia artificial de La Pampa alrededor de una salina. La ciudad, enteramente construida por la empresa que explotaba el lugar, ofrecía casa y trabajo a alrededor de seiscientos trabajadores que vivían allí.

El director sale al encuentro de los antiguos habitantes para indagar en los conceptos de memoria y comunidad a través de pequeñas anécdotas y recuerdos, para delinear los rasgos de una típica empresa de carácter social de mitad del siglo XX.  Los habitantes vuelven a la ciudad para recorrer las calles cubiertas por la maleza y las casas derruidas venidas abajo y saqueadas, en pos de recordar las buenas épocas y el momento en el cual la empresa comenzó a cobrarles la vivienda a los operarios, durante los años setenta. Esto causó que por primera vez los trabajadores de la salina se organicen y convoquen una huelga junto a sus familiares.

De a poco vamos conociendo esta ciudad, su rivalidad con otra ciudad cercana, Macachín, y finalmente la decisión empresarial de mudar la empresa a esta otra ciudad, abandonando definitivamente Salinas Grandes a su destino de olvido y abandono. Lo inusual de la historia es el regreso cada tanto de los antiguos habitantes y la persistencia del lazo social que se mantuvo incólume durante todos estos años a pesar del paso del tiempo. Los Cuadros al Sol es un documento sobre la firmeza de esa comunidad y su perseverancia en mantener el recuerdo de lo que los ex operarios aún consideran su hogar. La película está totalmente atravesada por la belleza de la fotografía a cargo de Julián Borrell y Demian Santander y la música de Joaquín Rajadel, que se complementan junto a los textos para generar esta reconstrucción imaginaria de un pueblo abandonado hace ya varios años.

Salinas Grandes significó para seiscientas personas un lugar de pertenencia en el atardecer de nuestro individualismo. La noción de comunidad que el neoliberalismo intentó destruir aún mantiene su fuerza allí, como si la energía de todo el pueblo estuviera brillando aún, permitiéndonos escuchar los ecos de reuniones alrededor de un único televisor o de obras teatrales y películas vistas por todo un pueblo. La paradoja sobre la que debemos reflexionar es que esta ciudad que ya no existe, tiene más vida que el resto de las ciudades en las que aún vivimos.

calificacion_3

Por Martín Chiavarino

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