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CRÍTICAS - CINE

Paco

Paco (Argentina, 2010)

Guión y dirección: Diego Rafecas. Producción: Zazen Producciones, San Luis Cine, INCAA. Elenco: Tomás Fonzi, Norma Aleandro, Luis Luque, Esther Goris, Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione, Juan Palomino, Salo Pasik. Distribuidora: Primer plano. Duración: 120 minutos.

Esta es la historia de Paco, el hijo de una senadora del Congreso de la Nación Argentina de carrera en ascenso, quien es acusado de volar una cocina urbana de cocaína. Es adicto a la droga que da nombre a la película y es internado en un centro de rehabilitación muy especial donde entre flashbacks y la ayuda de sus compañeros logrará salir adelante.

El director de Un Buda (2005) reunió a un elenco muy armonioso, donde tal vez se pierde el silencioso Tomas Fonzi que hace lo que puede con la poca profundidad que tiene el personaje que interpreta que no es nada más ni nada menos que el principal: Paco.

El film sorprende, aunque  con una estética a la que nos acostumbramos últimamente, una banda sonora que vende,  es la forma de relato coral que va tomando el film  , más allá de que en algún momento  puede pasar por un unitario o serie de TV de canal 2, la vieja América o con un poco más de profundidad de canal 7, la TV Pública.

Y es que poco a poco se convierte en un “Locas de Amor” pero con todos actores de primer nivel: Paco luego de ser encontrado inconsciente en el lugar del hecho debe ingresar, para no ir a la cárcel, a un prestigioso centro de rehabilitación donde Nina (Norma Aleandro) es la coordinadora de un grupo conformado por Juanjo (Luis Luque) , el Indio ( Juan Palomino) y Julian  (Salo Pasik) es allí donde  conoce a un grupo de drogadependientes lindos y locos de los cuales conoceremos parte de su pasado y como sobrellevan su presente, ellos son interpretados por   la bella Leonora Balcarce, el Benjamin de Valientes: Guillermo Pfening , la callada Sofia Gala Castiglione, la irreconocible Romina Richi , Valeria Medina como la border y Roberto vallejos como su protegido, Lucrecia Blanco como la cheta fiestera y finalmente Sebastian Cantoni como el rockstar colgado.

Los únicos algo estereotipados, pero que igualmente pasan algo desapercibidos, son Esther Goris, como la madre política que no conoce a su hijo y Gabriel Corrado como Raul, su asesor que fuma un habano y toma café..

Todos ellos, junto con Claudio Rissi, conforman el grupo actoral que sostiene este film con una historia algo débil que no termina de definirse si es a  modo de denuncia, algo light si era la idea, o si sólo es mostrar una realidad sin tomar partido.

Por: Julia Panigazzi

Diego Rafecas, un director argentino querido entre los actores pero mal entendido por la crítica, suele usar una fórmula parecida en cada uno de sus trabajos. Intenta hacer una crítica a la sociedad y su hipocresía, convoca a un elenco con gran atractivo juvenil para actuarla y sumerge todo en un clima espiritual. Con Paco vuelve a lanzar su dardo en la misma dirección y clava su mirada en una perspectiva demasiado amplia que, en vez de enfocarse en un asunto y desarrollarlo, decide abarcar demasiado sin profundidad.

Esta vez, su ojo de juez de la realidad se apoya en la política y el uso que hacen los funcionarios, por omisión principalmente, de las drogas para deteriorar toda una generación. Paco (Tomás Fonzi), el hijo de una prestigiosa senadora (Esther Goris), es un inteligente físico nuclear que se torna adicto de estos desechos tóxicos que deja la cocción de la cocaína. Luego de involucrarse sentimentalmente con una empleada sanitaria del Congreso, visita la villa en donde ella vive y allí prueba la maligna sustancia y ve la mafia de la que surge. Un par de eventos trágicos harán que planee un hecho que dejará a varias personas muertas, algunas de ellas exentas al tráfico de la pasta base.

Sí, “Paco fuma paco” (frase muy original pronunciada en la película). Y, para evitar una caída abrupta de la imagen positiva de la legisladora y merecer una condena menor para el delincuente por buena conducta, su madre lo lleva a un centro de rehabilitación religioso. Dirigido por una dedicada especialista (Norma Aleandro), es aceptado con prisa por favores políticos que superan la moral de la directora con tal de ayudar la situación de los recuperados. En la casona, el perturbado recién ingresado convivirá con una serie de personajes flageados por la misma enfermedad y con pasados de diferente dramatismo, que serán contados de forma despareja y a manera de flashbacks con el correr de los minutos.

Lo que podría haber sido una linda historia humana sobre los lazos que van construyendo los internos a medida que progresa su mejoría, el creador de Un Buda y Rodney eligió agudizar la lupa en algunos protagonistas y dejar de lado a otros, inexplicando la existencia de ellos. No se logra investigar ninguno de los puntos de esta obra, lo que se dilata con situaciones que podrían obviarse. Hay de todo: de tipo paranormal, otras cómicas y un montón tiradas de los pelos y dignas de un melodrama de alguna novela de la tarde, como el viaje al exterior de uno de los personajes por un motivo obsoleto y el sobreactuado conflicto que provoca la relación entre un celador y su paciente.

Asimismo, nunca se muestra cómo se curan los aquejados ni las metodologías aplicadas, sino algunas charlas, fiesta improvisada mediante, y reflexiones forzadísimas en el patio.

El elenco es bueno en la gran mayoría de los casos. Cuenta con caras conocidas y frecuentes en el cine, como las de Sofía Gala Castiglione, Romina Ricci y Leonora Balcarce, juntos a actores jerarquizados como Aleandro, Luis Luque, Goris, Willy Lemos y un caricaturesco Gabriel Corrado. Sorprende Fonzi al personificar con sutileza y credibilidad un rol difícil de llevar adelante.

Las canciones compuestas originalmente para la película de la mano de Babasónicos y Pity Álvarez (Viejas Locas e Intoxicados) pasan por diferentes géneros, como cumbia y rock, y logran complementar acertadamente la narración.

A pesar de seguir intentándolo, el realizador no solo no ha podido lograr aportar su dosis de filosofía oriental sin que resulte fuera de contexto, sino que falla al querer consolidar lo que quería contar como un producto íntegro, sino que ahonda en algunos aspectos dejando todos los otros talantes abordados superficialmente.

 Por: Damián Hoffman

No me gusta criticar a Diego Rafecas, me incomoda. Pienso que Rafecas en su ambición y pretensión ha equivocado el rumbo de su filmografía, de sus ideas, apuntando al cine cuando debería ir directamente a la televisión.

Rafecas, posiblemente sea un Shyamalan argentino, en géneros opuestos, claro, pero con obvia moralina ideológica new age. Pero, mientras que el director del Sexto Sentido, disfraza su “mensaje” con atractiva estética cinematográfica, efectivos climas, buen desarrollo de personajes e interpretaciones, y sobretodo un aire de cine de clase B, y géneros malditos, Rafecas… bueno, expone todo deliberadamente de la forma más burda posible.

Lo de Rafecas, se podría comparar con lo de Subiela, pero con menos pretensiones poéticas y líricas… Rafecas toma de Subiela, lo peor… lo cual como sabemos, puede ser mucho.

Paco, por su ambición, es quizás lo más decepcionante y menos personal de su realizador. Aquellos que sean sus detractores, posiblemente lo linchen a esta altura.

A diferencia de Un Buda o Rodney (que a comparación termina siendo la menos pretenciosa, más ligera, y por lo tanto digerible a nivel cinematográfico), esta vez Rafecas no solo quiere mostrar la redención y reinserción en la sociedad de un adicto, gracias al amor, la religión y un cambio interno de la moral, sino que además intenta hacer una crítica política obtusa, ingenua, falsa, reforzada por las estereotipadas y pésimas interpretaciones de Gabriel Corrado y especialmente Esther Goris como dos senadores… en contra del paco.

A nivel informativo, Rafecas aporta detalles, que se pueden ver en cualquier noticiero de hoy en día y suma una subtrama explosiva, literalmente hablando, que lleva a Paco (Tomás Fonzi, un poco mejor que en otros trabajos) al Africa (¿?) Y cuánto más social y crítico se ponen las intenciones de la película, menos queda de moral y más de telenovela barata.

El otro problema es la estructura narrativa. No tanto, por el hecho de tener una historia descompuesta, y que poco a poco el espectador va armando las piezas sobre como fue la “explosión” en la cocina de Paco, sino por la forma en que encara la coralidad. Cuando Rafecas abre la historia del protagonista para divagar en las diferentes historias, de los demás reclusos del centro de rehabilitación, la película decae en ritmo, se vuelve monótona, repetitiva, y va sumando clisé tras clisé, aburriendo al punto de que las dos horas de duración se convierten en dos siglos. Si bien, no hace tan “santos” a los personajes de los coordinadores (Luque sobreactuado y Aleandro, una rosa entre las espinas), es cierto que a medida que suma y suma personajes, le agrega a cada uno su conflicto y después entremezcla las historias (solo Juan Palomino y Roberto Vallejo resultan creíbles en sus roles), se va metiendo en un enredo que no logra tener una conclusión satisfactoria. Hay personajes a los que en un principio se les da demasiado cabida, y luego desaparecen (como Willy Lemos o Rizzi) y otros que nunca terminan por aparecer (Pasik).

El director elude golpes bajos durante la primera hora, y pone todos juntos después. Alterna escenas románticas con otras policiales, y algunas propias del peor melodrama, como si fuera un esquema demasiado previsible. Trata de no caer en escenas lacrimógenas, pero termina haciéndolo también. O sea nada le sale bien. La estética es bastante televisiva. La fotografía del gran Marcelo Iaccarino, que otras oportunidades supo estar al lado de Fabián Bielinsky, termina forzando, impostando un clima que nunca termina de cerrar visualmente. Aun siendo, irregular y errático, Matías Mesa, el excepcional camarógrafo (que trabajó con Gus Van Sant en varias oportunidades) logró un trabajo más cinematográfico en Rodney.

Los efectos visuales son patéticos, poco creíbles.

Se rescata la intención de concientizar sobre el efecto del paco en los sectores bajos, sobre como erradicarlo de la sociedad, y a su vez sobre la importancia que tienen los centros de rehabilitación. Pero los resultados son demasiado pobres para que la película pueda conseguir estas intenciones. Si a eso le sumamos, escenas demasiado patéticas como en las que Sofía Gala ve sombras y estrellas (exactamente igual que en Los Resultados del Amor de Subiela, eso es caer bajo), o la entrevista a un senador opositor a Esther Goris (el propio Rafecas, entrevistado por Nelson Castro), es imposible que un mensaje bienintencionado se destaque de una obra tan floja.

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