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#ASLSTARWARS | Episodio I | Una película

STAR WARS – Episodio I

 

UNA PELÍCULA

 

No veía Episodio I: La amenaza fantasma desde el momento de su estreno en el año 1999, por lo que mi recuerdo sobre ella era particularmente borroso. Sí tenía un recuerdo mucho más claro de sus imágenes de promoción y las expectativas que había sobre ella antes de su estreno. Los posters y productos con la figura de Darth Maul, las fotos promocionales de Ewan Mcgregor como Obi Wan Kenobi, el muñequito de Jar Jar Binks, y sobre todo aquel famoso póster de Anakin Skywalker caminando por el desierto mientras detrás de él se dibujaba la sombra de Darth Vader. 

Comprobé en su reciente y nuevo visionado que el tener más nítido el recuerdo de la promoción que el de la película en sí tenía cierto sentido, el mismo que tiene el hecho de que el famoso póster de Episodio I con Anakin y la sombra hoy sea mucho más memorable que cualquier escena concreta de la película. Ambas cosas son reflejo de lo que Episodio I realmente fue: una obra maestra del marketing mucho antes que del cine. Esto fue en parte mérito de las anteriores Star Wars, y en parte habilidad de los publicistas. Episodio I se nutrió de tres películas previas que habían logrado insertarse en el imaginario colectivo de un modo admirable. Aun estando lejos de ser fanático de ellas les tengo, como dijo en algún momento Jean Cocteau, el respeto mínimo que hay que tenerle a obras que de algún modo han logrado conectar con muchísimo público. Son películas que, gusten más o menos, han tenido la inteligencia de apuntar a una sensibilidad muy masiva y que por esto hay que mirarlas, sino con reverencia, al menos sí sin desprecio.

Cuando en 1997 se anunció el estreno de una nueva saga Star Wars millones de fanáticos alrededor del mundo estaban esperando volver a ver a Darth Vader, a que resuenen de nuevo el apellido Skywalker y el particular tono de voz y el modo de hablar de Yoda. Vendrían entonces las espadas láser, la Fuerza, las peleas en el espacio y una iconografía conocida hasta por gente que nunca había visto la saga. Daba la impresión (probablemente cierta) de que Episodio I podría haber hecho explotar la taquilla aun cuando Lucas no hubiera realizado ningún tráiler previo, ni un solo afiche; apenas un anuncio en la prensa diciendo el día del estreno . Sin embargo, y lógicamente, no se hizo eso. Al contrario: se invirtieron 20 millones de dólares en maniobras publicitarias y se usó lo que en marketing se llama “la estrategia del goteo”, consistente en dar información de a poco, soltando de a ratos algún dato nuevo: una decisión de casting, noticias sobre la producción, el anuncio de algún personaje nuevo.

Cuando la película finalmente tuvo su estreno, el nivel de expectativas era tan enorme que lo único que hubiera podido satisfacer la ansiedad fanatizada era una de esas obras maestras instantáneas que ocurren de vez en cuando y que el espectador percibe como clásicos inmediatos. Pero Episodio I terminó siendo prácticamente lo opuesto.

No hay casi nada que funcione en Episodio I. Su diseño de producción y escenografías son visualmente feas, con planos llenos de colores saturados que recuerdan a un protector de pantalla y hace extrañar el mundo más seco, más ligado al western de las películas anteriores. Y este aspecto visual está lejos de ser el peor de los problemas. Jar Jar Binks, por ejemplo, es un comic relief horroroso, un imbécil infinito sin un rasgo redimible –ni una inteligencia secreta, ni un ápice de nobleza o actitud valiente- al que el relato convierte en general de un ejército de forma arbitraria, solo para que se lo pueda ver haciendo estupideces. Jake Lloyd, el actor que hace del pequeño Anakin Skywalker, se ve incapaz de la más mínima habilidad expresiva, algo que se nota especialmente en las escenas más sentimentales (como en las que se despide de su madre), o en los diálogos que sostiene frente a actores talentosos como Liam Neeson o Ewan Mcgregor; y Darth Maul, un villano con rostro inquietante que promete ser un sádico espectacular, apenas termina estando en el relato para un par de escenas de espadas. De todos modos, hay un defecto clave en Episodio I, uno de esos instantes donde la película revela involuntariamente el corazón de todos sus problemas. Se trata del momento en el que el jedi interpretado por Liam Neeson extrae una muestra de sangre del pequeño Anakin y la manda a analizar. Cuando lo hace, concluye que Anakin puede ser un gran jedi porque tiene un alto nivel en sangre de algo llamado Midichlorians.  Así es como de pronto, ese elemento mágico llamado “La Fuerza”, se volvía el resultado de algo genético que podía deducirse por medio de un análisis clínico. Esta decisión ridícula, indignante incluso, resume muy bien lo que Episodio I es: un film frío que empaqueta un producto hecho con el más costoso CGI, con personajes gancheros pero sin riesgo o locura de ningún tipo. Por eso “La Fuerza” ya no es esa categoría difusa que expresaba un espiritualismo berreta aunque también un riesgo genuino en las Star Wars de los 70 y 80: ahora es algo visible desde el microscopio y mensurable con un programa.

Ahora bien: ¿Esto vuelve a Episodio I un desastre? No y sí. No porque esta sumatoria de defectos no la hace necesariamente una película totalmente horrenda. Para eso Episodio I no tendría que tener nada bueno, y lo cierto es que la película de Lucas cuenta con un par de aciertos en sus escenas de acción. Más específicamente en la carrera de Anakin Skywalker (un momento de acción claro, dueño de una edición virtuosa y mucho suspenso), y en la última pelea de espadas láser, que es de lo más espectacular de toda la saga.

Pero curiosamente esta característica de una película con virtudes y defectos, con aciertos momentáneos pero generalmente mala, termina volviendo a Episodio I una película fallida más, de esas que se ven miles de veces. Y ahí quizás estuvo el mayor de los problemas, la mayor de las decepciones.

En el año 99 mucha gente fue a ver una película histórica y se encontró simplemente con una película, una más entre tantas, que ni siquiera tiene la característica memorable que podrían haber tenido las grandes catástrofes cinematográficas. De hecho, Episodio I adolece del defecto más común que suelen tener las grandes producciones de acción mediocres que se estrenan cada tanto: construir un relato esmerado en las escenas de acción principales, y perezoso y obvio en el resto del metraje.

Por supuesto que nada de ello impidió que Episodio I fuera un éxito global y la película más taquillera de ese año. Y con esto también se probó lo que ya todos más o menos sabían: que la mediocridad de un producto no va a generar un fracaso industrial porque en estos casos su cualidad de evento puede mucho más que su resultado.

Esto se había probado en algunos casos específicos antes de Episodio I, y se siguió probando de forma mucho más frecuente en el cine más mainstream del SXXI. Por lo que finalmente, a veinte años de su estreno, ni en eso terminó siendo especial Episodio I. Apenas un producto mediocre y gris, colado en una cosmogonía épica y de cuento de hadas que, para bien y para mal, ha logrado un lugar de trascendencia.

 

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