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Libreta de apuntes (2) | La metáfora del espejo

Libreta de apuntes (2) | La metáfora del espejo

Como todos los días me miré en el espejo del baño apenas me levanté. Me acordé que hace un tiempo les había dicho a mis alumnos, un poco en broma pero también en serio, que les prohibía incluir escenas de personajes que se miran en el espejo del baño. Había percibido que era uno de los lugares comunes que más me molestaban en los trabajos de los estudiantes de cine. De hecho, mi pirmer corto tiene un momento así y cada vez que lo vuelvo a ver me avergüenza bastante. Sin embargo, como todo cliché, hay que admitir que es una metáfora perfecta. No debe haber forma más precisa de reflejar la idea de alguien que se está buscando a sí mismo, que tiene algún tipo de crisis de identidad. El problema es que es una metáfora ya gastada, aunque no todavía una metáfora muerta. ¿Cuál sería la diferencia? Una metáfora gastada sería aquella que ya se usó mucho o, al menos, la usó alguien con tanta precisión que ya no se puede volver a usar. ¿Puede hoy un poeta escribir “sangrante luna” sin hacerse cargo de que esa metáfora perfecta ya la escribió Quevedo? En cambio, una metáfora muerta sería la que ya forma del habla común y no la verificamos como metáfora. Si decimos “al pie de la montaña” no estamos pensado en la conjunción de dos imágenes disímiles para crear un nuevo sentido, sino ya directamente en un lugar concreto que ya hemos decidido entre todos llamar así, como decimos “Buenos Aires” en vez de decir “esta ciudad en la que vivimos”. Podríamos decir que en el cine hay muchas figuras de estilo que funcionan como metáforas muertas. Por ejemplo, el plano y contraplano para representar una conversación entre dos personas. Como espectadores, aceptamos ese código y ya no vemos el artificio. Pero en el caso de las metáforas gastadas (pero todavía no muertas), aún aquellas como la del espejo que es precisa y contundente, si no se le agrega alguna novedad desde lo visual o desde el contexto el espectador la recibe como falsa, como una copia de algo ya hecho muchas veces. Como decía Hitchcock, el problema no es partir desde el cliché sino llegar a él. Es decir: el cliché sería un buen punto de partida para romperlo luego y generar nuevos significados. Al mismo tiempo, el exceso en la búsqueda de originalidad haría que caigamos muchas veces en lugares comunes peores, en escenas aún menos auténticas. Y esto me hace recordar otra gran frase de otro gran cineasta: “todo lo que no es tradición es plagio”.

Pero volvamos al problema de la escena del espejo en el cine. Aparte de ser un lugar común, como casi toda metáfora visual tiene el problema de la no particularidad. Un joven se despierta y se mira al espejo. Todos entendemos que está buscando su identidad, que quiere saber quién realmente es, que está pensando qué hacer con su vida. Pero se nos escapa lo particular de su conflicto. Y como sabemos, sin lo particular no hay narración. En esto, la literatura tiene una ventaja sobre el cine, porque permite describir la escena más allá de lo aparente. En mi caso, por ejemplo. Cuando hoy me miré al espejo sucedieron varias cosas. Primero que nada, pensé en todo lo que acabo de escribir: en mis alumnos, en mi recomendación, en las diferencias entre el cine y la literatura, en que sería una buena escena para incluir en estas notas. Pero también me di cuenta de que me estaba creciendo el bigote y la barba. Soy bastante lampiño. Puedo afeitarme una o dos veces por semana y con eso me alcanza. Cuando dejo de hacerlo por unos días, me empieza a aparecer un vello desparejo, como el de un adolescente. Pero al mismo tiempo, paradojicamente, esos pelos sueltos y poco varoniles me hacen parecer de más edad. Lo mismo me pasa con el pelo largo. Tal vez no sea así, pero es la sensación que tengo. Afeitado y con el pelo corto me siento más joven. Y acá aparece otra particularidad de mi escena en el baño. A diferencia de mis alumnos, cada vez que me miro en el espejo no puedo dejar de pensar en los años pasados, en la juventud que ya no vuelve, en la vejez que llegará. Y más aún si me descubro con mis pelos de una semana. Todo esto lo podría escribir (de hecho, lo estoy haciendo), pero no se cómo se podría filmar.

Mi amigo Rafael Filippelli, cuando alguien plantea objetivos muy ambiciosos para una escena o un plano todavía no realizados, suele decir: “lo quiero ver filmado”.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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