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ASL ROCKY

#ASLROCKY | Rocky IV | Feliz Navidad en Siberia

FELIZ NAVIDAD EN SIBERIA

Era bastante complicado ir a un secundario que la iba de intelectual y ser una rata de cines de barrio. Uno no podía andar diciendo lo que había visto, so pena de mirada de arriba de quienes iban a ver la última de Tavernier (¡Tavernier! ¡Juro que la anécdota es verdadera!). Yo tuve la suerte de ir al cine con los compañeros del primario y alguna que otra novia de la zona, todos educados en el National Palace, el Select San Juan o el Cuyo de Boedo. Ocasionalmente íbamos a Lavalle, y en la época de The Embers de Suipacha e ídem nos metíamos a ver cosas divertidas o fantásticas o más grandes que la vida. Ahí pasaron Los Cazafantasmas y Gremlins y por ahí pasó Rocky IV, la más inconfesable de todas. Porque ojo, hay que estar ahí, eh, en ese 1984 que implicaba que había que odiar a Reagan y qué asco los yanquis hay que movilizar hay que movilizar para que la cultura sea del pueblo y no militar, e ibas a ver a ¡Tavernier! (¡Lo Juro Es Cierto!) porque eso sí era cine. En realidad, en cierto sentido, con Rocky IV tenían un poco de razón. Era una película anticomunista, era una película pro-América y era una película imposible de analizar desde los libros. Así que no, para estos condiscípulos quedaba fuera del “arte”.

Ustedes disculparán el aire resentido de los párrafos anteriores, pero quienes practicaban esa impostura intelectual hoy siguen en la misma tesitura y no nos han hecho la vida más fácil sino, en algún caso, todo lo contrario. Es hora de decir que esas ideas son una impostura y que el tiempo siempre revela no solo el verdadero carácter sino, sobre todo, el auténtico sentido de una obra de arte (esta vez, sin comillas). Rocky IV, secuela de secuela y precuela de secuela (de reboot) era una gran película moderna. Hacía algo extraordinario: evitaba todo lo que fuera accesorio para concentrarse en la pura, purísima acción física como forma de avanzar en la historia. Cada secuencia está autocontenida pero no como en la televisión entre corte y corte, sino como debía pensar el mundo aquel Rocky Balboa en la cima de su popularidad y su fuerza, multimillonario, amigo de sus amigos y capaz de desafiar al más tremendo de los colosos pugilísticos soviéticos. Rocky piensa y actúa por etapas, lo mismo Stallone director, algo así como el Mostaza Merlo del cine. El film es facilísimo de contar: aparece Ivan Drago, un super atleta criado en alta tecnología por los soviéticos en gira por los Estados Unidos. Patriotero, alegre y confianzudo, Apollo Creed lo desafía en un combate que arranca con un show lleno de banderas americanas, bailarinas y James Brown cantando “Living in America”. Drago mata de dos trompis a Apollo sin mostrar remordimiento (“si se muere, se muere”, dice el coso), para pena y culpa de Rocky que había aceptado entrenar a su amigo. Hecho bolsa, Rocky decide desafiar a Drago y pelear en Rusia en Navidad. Drago se entrena con pura tecnología, Rocky, con troncos y hielo en una cabañita siberiana (y hace la corridita de la escalera en una montaña soviética, de paso). Viene la pelea con otro show banderil -soviético en este caso- y esta vez la cosa es diferente: Rocky resiste unas trompadas que ni Popeye inyectado de espinaca podría, el público que primero lo odia después lo empieza a aplaudir y, al final, quince rounds de mega golpes después, Rocky gana, se gana al público, es aplaudido por un seudo Gorbachov, da un discurso antibélico y dice “Feliz Navidad” embanderado con la stars and stripes. Fin.

Pero la cosa es que hay que ver todo esto. Es pura música, pura abstracción, montaje y más montaje. Los diálogos son pocos, no dejan nada a la imaginación y todo se resuelve a pura física y puro físico. Pero hay sutilezas interesantes. Por ejemplo, que más allá de los shows patrióticos, lo que menos importa es el patriotismo. El cruce URSS-USA es solo la pelea de semi fondo. La de fondo es por la cosa humana: Drago, una máquina programada que ha dejado de lado su humanidad porque ni se conmueve cuando mata, no puede ganar. Rocky pelea por pasiones, tristezas y dolores muy humanos, ni más ni menos. La pelea de fondo es esa: tecnocracia contra Humanidad. Claro que es también la de la planificación absoluta sin libertad y la Utopía Americana del self-made man, aunque Rocky entrena con sus mejores amigos, pero si la película hoy nos entretiene y nos emociona cuando la Guerra Fría es el pasado (no el peligro, claro, de que rusos y americanos nos hagan puré un día cualquiera) es por otra cosa. Es porque Drago no puede ganar aunque tiene todas consigo, es porque Rocky tiene que ganar aunque está en desventaja.

¿Cursi? ¡Claro que es cursi! ¿Cómo no va a ser cursi si Rocky lo es y contagia todo el mundo que lo rodea con su personalidad balbuciente pero noble? ¿Que el robot ese que tiene su hijo cuando mira la pelea es una cosa imposible? ¡Claro, pero Rocky le compra todo lo que no tuvo a su pibe! ¿Cómo no hacerlo, además, si es Navidad? Rocky va a pelear por Apollo y por él mismo, porque necesita redimirse por haber dejado que aquella pelea criminal siguiera, aunque también era responsabilidad de su amigo, el que pidió que todo siguiera “no importa qué pase”. No es tan simple todo, aunque Rocky sí lo es: hace lo que cree que debe, nomás, y la etapa de los dilemas pasa rápido en una de las miles de secuencias de montaje que configuran toda la película. Eso sí, están: vuelvan a verla y se van a dar cuenta de que ser inexpresivo como nuestro tano de Filadelfia genera un extraordinario sentido del suspenso. Eso también es el cine: sabemos cuando compramos la entrada que Rocky va a ir a reventar a Drago, pero a la mitad de la película hay un momento de duda y lo creemos.

Rocky IV es, como Duro de matar, Batman vuelve o Gremlins, una película de Navidad, donde los hombres de buena voluntad experimentan un renacimiento después de una prueba terrible. Si no es una obra maestra como esas tres, es porque no quería serlo ni le importaba: eran solo Stallone, su personaje y las ganas de decir algo elemental de la manera más clara posible. Todo lo demás, todos los motivos que llevaban a pibes impostados a denostarla, se disolvieron gracias a las trompadas demoledoras que sabe dar el tiempo.

 

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