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DOSSIER

Recuerdos de Mar del Plata (Capítulo 1): sobre La Flor, de Mariano Llinás

Tengo que decir que me despertó por lo menos extrañamiento el entusiasmo y –como en este artículo de Sebastián de Caro– hasta la euforia que despertó la primera parte de La Flor de Mariano Llinás. Es verdad que es imposible que no cause respeto a priori una película argentina de estas ambiciones, que tardo tanto en ser rodada, y en donde el tamaño de su producción (fue filmada en varios lugares del mundo y cuenta con una duración especulada de nueve horas) contrasta con un presupuesto bajo. Este tipo de virtud ya estaba, obviamente, en Historias Extraordinarias (2008), la anterior película de Llinás, en la que se lograba la extraña proeza de una superproducción austera. Cuando esta película salió en su momento la primera referencia que pensé (seguramente porque desconozco la obra de Spregelburg, dramaturgo que más de uno me dijo que era la influencia directa de HE) fue Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994), de Tarantino. Ambas películas después de todo comparten su gusto por el lenguaje, y la idea de contar tres narraciones principales y decenas de secundarias que se van abriendo. Quizás de nuevo por el desconocimiento de las obras de Spregelburd volví a relacionar La Flor con otra película de Tarantino como A Prueba de Muerte (Death Proof, 2007). Después de todo tanto en un caso como en el otro tenemos la idea de dos historias que se abren pero que no se cierran realmente, dos películas en las cuales el director parece haberse nombrado a sí mismo como amo y señor de la obra y nos quiere hacer sentir que él puede hacer y deshacer esa historia cuando quiere. Desde este lugar tanto A Prueba de Muerte como La Flor (o al menos esta primera parte) no tienen personajes comunes. Al renegar de que la historia termine, nunca terminamos de conocerlos del todo ni sabremos que decisiones finales van a tomar ni porque a veces reaccionan de manera impredecible. También con esto La Flor reniega de dar una respuesta final a cuestiones clave (¿Quién es finalmente la momia de la primera parte? ¿Cuál es la verdadera historia del conflicto entre la pareja símil Pimpinela?), haciendo así que todas las criaturas que habitan estas historias y todas sus tramas se vuelvan parte de una excusa para hacer y deshacer narraciones. Esto también vuelve a La Flor una película con personajes -por así decirlo- incompletos. Es decir, como el relato no termina en ninguno de los dos casos, hay ciertas reacciones algo descolocadas –como las que señaló Quintín en su crítica en contra de la película- que Llinás bien podría justificar diciendo que eso podría explicarse perfectamente en la segunda mitad que jamás se verá. O sea, al optar por la no conclusión, La Flor puede -y es más, parte del interés es ese- tomarse la libertad de no explicar ciertas cosas y hacer que algunas reacciones queden aisladas de toda lógica dramática. Es igual a A Prueba de Muerte, digamos, otra película en la que Tarantino eligió una estructura narrativa que le permitió que sus personajes puedan tener actitudes que descolocan sin necesidad de explicarlo. Pero A Prueba de Muerte era otra cosa además: una excusa para regodearse en ciertas escenas y superficies: la del fílmico gastado, la de la posibilidad de hacer una espectacular con efectos visuales de otro tiempo, la de filmar los cuerpos en movimiento de Zoe Bell o un baile erótico filmado de forma virtuosa. O sea, Tarantino podía estar haciendo una película esencialmente desenamorada de personalidad de sus criaturas y sin interés en darle un cierre a su historia, pero ahí había un amor y un entusiasmo genuino por las formas y un espíritu hedonista orgullosamente superficial. La Flor, en cambio, no es una película de formas o de paisajes. A diferencia de Historias Extraordinarias (relato que lograba mostrar una Buenos Aires distinta a la de cualquier otra película argentina), está hecha mayormente de planos cerrados, en especial por los primeros planos filmados con gran angular que vuelve borroso cualquier fondo y se concentra más que nada sobre el rostro de sus intérpretes. Discutiendo amablemente por esta cuestión formal de la película, un amigo me decía justamente que esto se debía a que La Flor era una declaración de amor a sus actrices. Sin embargo, el argumento me parece poco convincente. Reducir a una actriz mayormente a un rostro no parece una buena decisión, y cerrar demasiado el plano (sea esto intencional o no) termina por dar una película visualmente monótona. Es verdad, La Flor no deja por esto de tener algunas virtudes. Quizás la más notoria de estas sea su sentido del humor. Hay pocos directores hoy en el cine argentino capaces de tener un sentido del humor tan exquisito como Llinás (sólo se me ocurre Rejtman por ejemplo) y ahí está en La Flor el ejemplo de la multiplicación de los gritos de la primera historia y sobre todo ese gag tremendamente sofisticado del segundo relato en el que se nos va mostrando  como se termina armando una canción en posproducción. Pero también es verdad que la película se resiente cada vez que quiere provocar alguna tensión. Allí Llinás no sabe cómo manejar el timing que requiere todo suspenso y de vez en cuando recurre al homenaje burdo. Es verdad, relacionado con la tensión y el homenaje que en La Flor se nota que Llinás entiende un aspecto del cine clase B de terror al que homenajea y es el espíritu esencialmente lúdico del mismo, ese que permitía y aún permite que películas como el díptico Frankenstein de Whale o la saga del monstruo de la laguna negra de Jack Arnold sigan teniendo el encanto del efecto especial artesanal que invitaba al espectador a una suerte de juego en el que tenía que suspender su credibilidad y su sentido del realismo para disfrutar de la historia y su estética. Sin embargo, dichas películas tenían también creatividad visual por parte de directores que se sentían bien el género. Yen esto último está quizás el mayor de los problemas de La Flor. Da la impresión que esta película quiere abarcar demasiados tonos y abordar demasiados géneros, en una película demasiado extensa que se filmó en demasiados lugares durante demasiados años. Como si se hubiese creado un monstruo deforme cuyas deformidades no se pueden abarcar con igual efectividad. Nadie pide siempre la perfección y ante tamaña épica de producción era ridículo pedir una película que funcione siempre bien. El problema está en que La Flor, en su primera parte y a mi criterio, falla en demasiadas cosas y sus picos de calidad no son lo suficientemente impresionantes como para que uno pueda olvidar sus errores. Historias Extraordinarias, por ejemplo, los tenía, pero todo estaba ampliamente compensado por virtudes enorme y por una filmación hecha de pasión y nervio. La Flor parece más bien parece una película insegura, que en muchas de sus escenas no sabe moverse con comodidad y en los que por ende la creatividad brilla por su ausencia. Es verdad, de todas formas, que son tres horas y media de las muchas más que faltan y que son dos historias de las seis. Quien sabe, quizás este monstruo fílmico revelado en toda su dimensión, puede todavía deparar un resultado agradable, quizás, en el mejor de los casos, algo histórico, a la medida de sus infinitas ambiciones.

Hernán Schell | @hernanschell

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