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30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: Día 7

30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: Día 7

Jueves 5 de noviembre.

El festival entró en su recta final, pero el nivel nunca decae.

Por la mañana fue la presentación de Latidos: El Pulso del Cine Argentino, libro con el que el colectivo cultural La Nave de los Sueños celebra su veinteavo aniversario. Los tripulantes Gabriel Patrono y Daniela Pereyra condujeron el evento, hablaron del nacimiento de este colectivo cultural, del festejo, y luego subieron al escenario cuatro de los autores de los capítulos del libro, donde se tocan diferentes aspectos de la cinematografía nacional de 1995 en adelante. Más tarde, también fue el debut de Manuel de Cine de Género, en el que Hernán Moyano y Carina Rodríguez compilan experiencias de cineastas de Argentina y otros países de Latinoamérica, como Andrés Muschietti (Mamá), Alejandro Brugués (Juan de los Muertos) y Gabriel Grieco (Naturaleza Muerta).

Sin duda, quien acaparó la atención fue Johnny To. El director chino vino para acompañar la proyección de Office, su nuevo film, y durante la tarde dio una charla en el espacio Un Puente. Ante una multitud, un To muy simpático habló de sus comienzos en televisión, su debut en el terreno del largometraje y respondió preguntas sobre su manera de dirigir, sobre sus influencias (sobre todo, Jean-Pierre Melville), acerca del trabajo con actores como Anthony Wong. También confesó que no sólo jamás usa storyboards pese a rodar escenas de importante complejidad: muchas veces tampoco usa guión, cosa que aconsejó no hacer. La devoción que despierta su obra es tal, que una muchacha, antes de hacer su pregunta, le dijo: “Que viva mil años”.

La fiesta cinematográfica festivalera marplatense está culminando de a poco, y bien vale seguir embriagándose de cine y de invitados y de más gloriosos momentos.

 

El Club, de Pablo Larraín (Chile, 2015 – Competencia Internacional), por Enrique D. Fernández

Una de las propuestas más esperadas del festival fue sin duda El Club, lo último del realizador chileno Pablo Larraín, luego de ser nominado al Oscar en el 2012 en el rubro de mejor película extranjera con No. Esta es una película de encierro al mejor estilo Carpenteriano (la concentración de tensión de un ambiente apartado, donde la maldad permanecía atrapada, hasta que su ingreso a un círculo de personas comienza a contaminarlas) en la que un grupo de curas desvinculados de la iglesia por diferentes crímenes, como es el abuso de menores, el tráfico de bebés, o la participación en actividades ilegales del ejercito militar, convive en una casa ubicada a orillas de un pueblo. Con una puesta en escena amarga, el dramatismo del relato comienza a elevarse por encima de sus personajes para destapar una polémica que nunca pasa de moda (los aspectos más aberrantes de la iglesia que no pueden ocultarse). Seguramente El Club generará reacciones drásticas por parte de la crítica debido a sus pretensiones discursivas, pero lo cierto es que su cometido consigue generar sensaciones aterradoras como pocas veces hemos visto por estas regiones del sur.

calificacion_4

 

 

 

Samuray-S, de Raúl Perrone (Argentina, 2015 – Competencia Latinoamericana), por Guido Pellegrini

Dos horas de experimentación visual, de imágenes superpuestas, de actores con la cara maquillada como en el teatro kabuki japonés, de samuráis y geishas; de simples historias sobre el amor, la pasión, el crimen y el castigo. Perrone arma su película desde la precariedad. Sus herramientas son básicas y baratas. Filma a sus actores en primer plano, en un estudio o en un cuarto cualquiera, y luego mezcla sus imágenes con las de una pradera, un océano, un bosque. Agrega sonidos grabados de lluvias, de truenos. Incluye algunos textos en forma de subtítulos, porque es un film mudo. Así narra su trama y evoca distintas locaciones. La propuesta es parecida a la de Ragazzi, que vimos en el último BAFICI. Pero acá las ideas están más elaboradas, más trabajadas. Fluyen más libremente.

Técnicamente, no hay nada nuevo bajo el sol. Ya lo hicieron todo las vanguardias de los años 20. También tipos como Guy Maddin, Peter Tscherkassky o el Godard de Histoire(s) du cinéma. Lo que distingue a Perrone son sus intenciones. No nos ofrece un ejercicio de deconstrucción de formas y estéticas. Tampoco le interesa la parodia. Adopta recursos formales supuestamente arcaicos pero que, para el director de Ituzaingó, todavía resultan válidos y poéticos. No marca una distancia entre espectadores y protagonistas. Todo lo que muestra parece tomárselo muy en serio.

Es cierto que la película cansa un poco. Se repite a sí misma. Derrocha creatividad, pero con el correr de los minutos pierde eficacia y potencia. A veces aburre. No por nada tantas personas en mi función se dieron por vencidas y se fueron. Pero creo que vale la pena perseverar hasta el final. No solo porque la última parte (de tres) quizás sea la más contundente, sino también porque se trata de un film que nos ofrece algo interesante para ver en cada toma. Y eso no es algo que encontremos en gran parte de la producción audiovisual actual.

calificacion_3

 

 

 

El Movimiento, de Benjamín Naishtat (Argentina, 2015 – Competencia Argentina), por Matías Orta

Argentina, siglo XIX, tiempos después de la Revolución de Mayo. Por las estepas, un grupo de hombres con ideales, que pretenden darle forma a lo que será la identidad del país. Pero estos individuos también son capaces de los actos más atroces en pos de su línea de pensamiento.

Luego de Historia del Miedo, Benjamín Naishtat se atreve con un film gauchezco histórico, pero conservando la tensión y los climas siniestros de su ópera prima. En este caso, también hay estallidos de violencia seca y dura, incluyendo sacrificio reventándole la cabeza con una bala de cañón a un pobre vendedor de pan rancio. Una temática áspera, sobre los oscuros manejos del poder, en la que el director se vale mayormente de primeros planos y de una extraordinaria fotografía en blanco y negro aún más lograda durante las secuencias nocturnas. Por el lado del elenco, Pablo Cedrón impone una presencia fiera, tan árida e implacable como aquellos parajes que transita con su tropa.

Una película que, aún anclada en una época, no dejan de trazar paralelismos con tiempos más recientes.

calificacion_4

 

 

 

Allende Mi Abuelo Allende, de Marciales Tambutti Allende (Chile, México, 2015 – Competencia latinoamericana), por Enrique D. Fernández

El circulo privado de Salvador Allende es el verdadero protagonista de este documental que se propone indagar en los hechos más enigmáticos del político chileno que fue derrocado y asesinado por el gobierno militar de Pinochet. Su nieta Marcia Tambutti Allende tiene la ardua tarea de entrevistar a sus mismos familiares (sobresale la esposa de Allende, quien a sus 92 años rememora con detalles precisos), quienes no desean brindar comentarios respecto a la última etapa del mandato socialista de su abuelo. Lamentablemente los saqueos que realizaron los militares eliminaron todo rastro de material fotográfico que pudiera enriquecer al documental. En su lugar, la palabra de los lazos más directos se presta de manera fragmentada para reconstruir un escenario que se intentó descifrar durante décadas. Rico en su contenido, Allende Mi Abuelo Allende es un trabajo primordial para los interesados, y sumamente interactivo para quienes se acercan por primera vez a la vida de una de las figuras más importantes de la historia chilena.

calificacion_3

 

 

 

Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul (Tailandia, 2015 – Autores), por G.P.

El cine de Apichatpong Weerasethakul es una mezcla de herencias, tradiciones, relatos históricos, diálogos triviales, gimnasia al aire libre y fantasmas benévolos. Pero para el tailandés estos elementos no están separados, son regiones en un continente interconectado. Las campañas militares de olvidadas dinastías influyen secretamente en las dudas sentimentales de una mujer de nuestro siglo, y es posible recorrer, simultáneamente, las inmediaciones de un hospital rural y el interior de un suntuoso palacio desaparecido. Solo es cuestión de encontrar el nexo entre ambas épocas, que se superponen sobre una misma y múltiple geografía.

La protagonista es una voluntaria en el nuevo (pero igualmente precario) hospital de un pueblo. Sus pacientes son soldados que, inexplicablemente, no pueden dejar de dormir, o si logran despertar, no tardan en caer fulminados. Un día, en un jardín decorado con simpáticas maquetas de dinosaurios, la voluntaria charla con dos bellas hermanas, que resultan ser princesas milenarias. Ellas revelan que el terreno donde funciona el hospital es un antiguo cementerio de reyes tailandeses, lo que explicaría el sueño interminable de los soldados, quienes habrían sido reclutados para las batallas de líderes espectrales. Uno de estos condenados se hace amigo de la voluntaria, pero sus salidas siempre son interrumpidas por los imprevistos desmayos del joven. Hasta que encuentran una solución poco convencional cuando una de las enfermeras del hospital, famosa por su capacidad de percibir el pasado de sus pacientes, ofrece su cuerpo como recipiente para el espíritu del muchacho, que entonces habla a través de ella.

Todas estas situaciones fantásticas son representadas como hechos cotidianos. Lo mismo ocurre en otros films de Weerasethakul, como Tropical Malady o Uncle Boonmee, pero en aquellas lo supernatural es más alucinante, más obviamente onírico. Hay tigres como los de William Blake o Borges, peludos humanoides como Chewbacca. Pero en este caso es todo más sutil e imperceptible. No hay una única manera de ver la realidad, sino varias en un espacio y tiempo compartido. Es imposible contemplar una cosa sin considerar la otra. No hay divisiones entre la medicina convencional y la alternativa, entre los vivos y los muertos, entre el pasado y el presente, entre el sueño y la vigilia. Es un cine de la convivencia. Incluso un mismo cuerpo puede albergar dos personas y un mismo país, distintos acentos y culturas.

Weerasethakul logra evocar esta visión totalizadora sin recurrir a complicados trucos formales. Lo que hace es establecer un ritmo pausado, que nos acerca al sueño y nos distancia de nuestros prejuicios sobre lo real. Luego deja que su cámara divague, que observe detalles irrelevantes para la trama, que capte el vaivén de los árboles en el viento, que sugiera la existencia de algo que excede a los protagonistas. Cuando aparecen los fantasmas, de paseo por la zona, no nos resultan tan descabellados, porque nuestros ojos ya fueron entrenados para recibirlos.

calificacion_4

 

 

 

Ónix, de Nicolás Teté (Argentina, 2015 – Panorama Argentino), por M.O.

Cuando su abuelo muere, una muchacha (Naiara Awada) viaja con su madre a su San Luis natal. Allí se reencontrará con familiares que no veía desde hace años, especialmente sus primos, de la misma edad que ella. Al principio, los jóvenes la ven como una desconocida, pero de a poco se irán recuperando lazos, algo crucial en horas de luto, velorios y entierros.

Como en su debut, Últimas Vacaciones en Familia, Nicolás Teté vuelve con otra  historia familiar ambientada en territorio puntano, pero esta vez poniendo énfasis en los personajes sub 25: la relación entre ellos, sus angustias, su sentido del humor, la manera en que lidian con el dolor y la pérdida. El director presenta a estos jóvenes con autenticidad y frescura, sin caer en poses ni en golpes bajos. Y volviendo a la frescura, Naiara Awada y Ailín Salas (junto con Camilo Cuello Vitale) encajan a la perfección en la idea de Teté.

Ónix muestra cómo los nuevas generaciones enfrentan problemas cruciales de la vida (y la muerte), además de evidenciar la evolución de un cineasta.

calificacion_4

 

 

 

No Home Movie, de Chantal Akerman (Bélgica, 2015 – Autores), por G.P.

No nos tiene por qué gustar este documental. No es ni bueno ni malo. Es poco común ver una película tan desnuda, tan directa, y a su vez tan alienígena, tan hermética. Un amigo mío alguna vez describió el cine de Chantal Akerman de esta manera: es tan accesible como Júpiter. La directora podría haberle respondido que lo mismo sucede con las personas, que es casi imposible conocer del todo al otro, franquear ese abismo entre vos y yo, ese espacio de incomprensión. Aunque no por eso hay que dejar de intentarlo.

Chantal filma a su madre, Natalia, una polaca que sobrevivió Auschwitz. Es una mujer cariñosa pero no muy verborrágica. Cuando se le pregunta sobre su pasado, su hija tiene que llenar los baches, contar las anécdotas como si fueran propias, mientras Natalia sonríe y admite que sí, que así sucedieron las cosas. Luego, Chantal deja la cámara prendida y parte hacia otro cuarto o a la cocina. Entonces su madre, todavía en el centro del encuadre, se queja de que su hija está siempre de viaje, que no pasan tanto tiempo juntas. Lamenta que ella nunca le diga cosas importantes, que sea esencialmente reservada. Pero tampoco Natalia comparte tanto con su hija. “Contanos algo”, le pide la directora a su madre. Y esta última se queda callada, hundida en una silla y con ganas de tomarse una siesta.

Chantal recorre el departamento belga de Natalia en tomas movedizas, marcadas por un desvergonzado amateurismo. Sabemos que la directora puede componer imágenes como pocas. Solo hace falta ver sus tempranas obras maestras, como Jeanne Dielman y Toda una noche, para apreciar su escrupulosa, milimétrica mirada. Por lo tanto, la falta de prolijidad en este caso cobra un sentido especial: el documental es un boceto íntimo, un diario personal que quizás no deberíamos leer. Pero obviamente la directora quiso que lo hiciéramos. Quiso que escucháramos sus frustradas charlas con su madre; que nos enfrentáramos al vacío del departamento, de las rutas que la directora atraviesa en auto; que sintiéramos su propia ausencia, la de Natalia. Hay amor entre ellas, afecto mutuo. Pero es como si faltara algo para terminar de cerrar el vínculo.

El título capaz aluda a esta falta. Un home movie, o film casero, suele registrar lazos familiares, fiestas con padres, tíos, primos. Comprueban que alguna vez existió eso, que aquellas personas compartieron aquel lugar y que algo, evidentemente, las unió. Desde Estados Unidos, Chantal graba sus conversaciones por Skype para comprobar lo conectados que estamos en el mundo moderno. Pero, al volver a Bélgica, le cuesta establecer esa conexión cuando tiene a su madre en frente. Evidentemente hay distancias que son invisibles para el ojo pero más vastas que un océano.

calificacion_4

 

 

 

B-Movie: Lust & Sound in West-Berlín 1979-1989, de Jorge A. Hoppe, Klaus Maeck y Heiko Lance (Alemania, 2015 – Hora Cero), por E.D. F.

Este falso documental con retazos de archivo visual (sí, también podemos llamarlo mockumentary) intenta transmitir el cúmulo revolucionario que significó la agitada escena berlinesa durante la década del ochenta, antes de que la caída del muro le pusiera punto final a tantos años de revolución contracultural. Desde el auge de los sonidos fríamente calculados del krautrock, pasando por el postpunk y las primeras apariciones de Die Toten Hosen sobre los escenarios, acompañamos a Mark Reeder, un inglés influenciado por la movida musical de aquel entonces, quien se traslada al oeste de Berlín para presenciar estos movimientos. Respetando la veracidad de los hechos, el trio de directores detrás de B-Movie: Lust & Sound un West-Berlin 1979-1989 utiliza la estética del videoclip para transmitir ese ritmo acelerado y vertiginoso. Una cinta inteligente, que se vuelve incluso más sabrosa gracias a un soundtrack espectacular.

calificacion_3

 

 

 

Daemonium: Soldado del Inframundo, de Pablo Parés (Argentina, 2015 – Hora Cero), por M.O.

Desde la aparición de Plaga Zombie, en 1997, el cine argentino independiente dedicado al género fantástico no paró de crecer, al punto de constituir una movida de la que fueron surgiendo nombres como Pablo Parés (uno de los directores de PZ), Daniel de la Vega, Mariano Cattaneo, Andrés Borghi y más. Estos y otros cineastas, sumados al creador de efectos especiales Simón Ratziel y al especialista en utilería Dany Casco, se juntaron para darle forma a una epopeya de horror, ciencia-ficción y fantasía. Las primeras partes de Daemonium se estrenaron como episodios durante los años 2011, 2012 y 2013. La culminación de cinco años de trabajo ultraindepediente se conoce como Daemonium: Soldado del Inframundo.

En un mundo donde conviven humanos, robots y demonios, varios personajes serán puestos a prueba. Entre ellos, Lucio Fulcanelli (Walter Cornás), mago convocado para una misión suicida; Razorback (Dany Casco), soldado de buen corazón que sucumbirá a los más tenebroso de sí mismo, y Rebecca (Caro Angus), un ente cibernético con un secreto aún más escalofriante que todo a su alrededor.

Con un despliegue visual tan elaborado como impactante, Parés y su equipo crean una dimensión alternativa donde priman el terror y la acción, con estupendos efectos especiales de maquillaje y de explosiones, evitando los toques “bizarros”. Las voces de cada personaje fueron dobladas por especialistas internacionales de la materia (como Paty Acevedo, quien le pone la voz a Lisa en la versión latina de Los Simpson), lo que al principio genera una sensación extraña, pero el espectador pronto se acomoda a este recurso y seguirá disfrutando de esta epopeya de bestias, peleas, locura y sangre.

Daemonium es cine fantástico argentino, independiente, hecho con talento, pasión y mucha perseverancia.

calificacion_4

 

 

 

El Cielo del Centauro, de Hugo Santiago (Argentina / Francia, 2015 – Apertura), por José Luis De Lorenzo

Existen dos factores que generaron una gran expectativa sobre este film: uno es el de haber sido seleccionado para abrir el festival en esta edición y otra es la vuelta de Hugo Santiago a la dirección tras 13 años de ausencia.

Si brindamos un par de cifras más, se puede destacar que el director argentino se radicó en Francia hace casi 60 años y su obra maestra (Invasión), filmada en Buenos Aires, data de al menos 40 años, tiempo que tardó con El Cielo del Centauro, en volver a filmar en su ciudad natal.

Para Invasión había trabajado a la par con Borges en guión (sobre una historia de Borges y Bioy Casares) y, en El Cielo…, con el director de la productora El Pampero Cine, Mariano Llinás (Historias Extraordinarias), quien tiene a su vez una escena en el film. Este no es un dato menor, el film lleva el sello de la FUC, y trabajos anteriores de Mariano Llinás y Alejo Moguillansky, específicamente de Castro, que también fue presentada como premier mundial en el BAFICI y constituía un claro homenaje a Invasión.

Invasión marcó un antes y un después en la cinematografía nacional. Con el tiempo se convirtió en uno de esos films de culto, que muchos recuerdan pero, son difíciles de poder encontrar y rever en salas. No obstante, gracias a Fernando Martín Peña se pudo ver en una programación mensual en el Malba y hace dos años a modo de homenaje fue programado en el NYFF, con una espléndida copia.

En El Cielo y el Centauro, Santiago profesa su amor por la ciudad de Buenos Aires. Filmada en blanco y negro, al igual que Invasión, pero con la diferencia del destaque de ciertos colores pasteles en determinados objetos. Además, tiene un acompañamiento musical que desentona casi en su totalidad en el transcurso del film. Específicamente una banda que hace hincapié en el tango, característico de la ciudad, pero con insistencia y saturación. Rasgo contraproducente, al igual que la utilización de doble idioma (español y francés), a partir de lo que quedan en evidencia los errores de pronunciación en actores.

El argumento es sencillo, un ingeniero francés viaja a Buenos Aires para entregar un paquete del que se desconoce su contenido. Pero irrumpen unos matones que roban el sobre y lo entregan a una persona que esperaba que este contenga el denominado Fénix. La primera imagen que a uno le remite es a la de la búsqueda de El Halcón Maltés. El ingeniero termina envuelto en una trama llena de recorridos por la ciudad, con mapa en mano, visitas a personajes peculiares, una cita en un museo y un tiempo límite para poder concretar su misión y vuelta a su país natal.

El Cielo… es metafóricamente hablando, una especie de film cuya pulpa es Santiago, mientras que la cáscara, lo visible, remite al cine de Llinás – Moguillansky, en gran parte por la recreación de movimientos de cámara con nuevas tecnologías, el sentido de búsqueda del tesoro que aparece en sus films y de otros como El Escarabajo de Oro. Factores que alejan de esta trunca vuelta del ausente y esperado Santiago al mundo de la cinematografía.

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