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BAFICI 2017: Críticas 11

BAFICI 2017: Críticas 11

Dark Night, de Tim Sutton (Estados Unidos, 2016 – Competencia Internacional), por Guido Pellegrini

El título es un juego de palabras que pierde sentido al traducirlo al español. Dark Night (2016) no alude a una noche oscura cualquiera sino específicamente a la masacre en un cine de Aurora, en Estados Unidos, durante una función de Batman: El Caballero de la Noche Asciende (The Dark Knight Rises, 2012), en la que murieron 12 personas. La película de Tim Sutton no es una representación directa de aquella tragedia, aunque la evoca constantemente. Muestra una situación parecida pero ficcional y observa las vidas de las víctimas en los días previos a la balacera, de una manera que remite fuertemente a Elefante (Elephant, 2003), de Gus Van Sant, que hizo algo muy similar con el tiroteo en la secundaria de Columbine.

Es más que válido el planteo de Sutton. No desarrolla personajes ni profundiza en la psicología del asesino. Sólo mira, sin comentarios, las rutinas diarias de los involucrados, y lo hace de manera fragmentaria y aparentemente inconexa. Eventualmente, algunas caras se nos vuelven familiares y empezamos a entender quién es quién y dónde estamos. Salvando las distancias argumentales, es como una versión violenta y estadounidense de Toda una Noche (Toute une nuit, 1982), de Chantal Akerman, que contempla las múltiples expresiones de amor urbano en Bruselas. El film de Sutton, en cambio, reflexiona sobre las múltiples expresiones de alienación suburbana en un pueblo sin nombre. Pinta un paisaje de soledad, agresión, tristeza, obsesión por las armas, adicción por los celulares y preocupación por la apariencia física. Más allá de lo que ocurre al final, los personajes –tanto las víctimas como el victimario– viven en un ambiente desesperante.

Sin embargo, a medida que se suceden las escenas de anodina cotidianeidad, también se acumulan los lugares comunes. Vemos matanzas virtuales en algún videojuego. Volamos sobre la extensión de un suburbio interminable y abrumadoramente repetitivo. Nos detenemos en tomas de adolescentes hechizados por sus smartphones. Estudiamos la figura del asesino en su hogar, mientras limpia y empuña sus armas. Es como si ojeáramos una serie de titulares periodísticos sin leer ningún artículo. Las temáticas están planteadas, pero son tan trilladas que, a esta altura del partido, necesitan una vuelta de tuerca más.

calificacion_2

 

 

 

Una Hermana, de Verena Kuri y Sofia Brockenshire  (Argentina, 2016 – Competencia Argentina), por Matías Orta

La premisa de una chica de pueblo asesinada o desaparecida dio pie a buena cantidad de películas y series. Una Hermana (2016) se propone darle una vuelta de tuerca al concepto.

Cerca de un pueblo ferroviario, junto  a un río, un auto en llamas. Su ocupante, una muchacha, no aparece entre los restos. Podría estar viva aún. Alba (Sofía Palomino), su hermana, irá en su búsqueda, lo que no será fácil debido a cuestiones burocráticas y al desinterés de quienes la rodean.

Verena Kuri y Sofia Brockenshire  utilizan el clima de un thriller para indagar en el drama de una familia ante una desaparición, e indaga en un tema de actualidad como lo es la violencia de género. Al mismo tiempo, se alejan de la estructura clásica para experimentar con los climas, incluyendo detalles oníricos en momentos puntuales. Una valiosa manera de querer transitar una historia de estas características, reforzada por un cuidado sentido estético y por la actuación de Sofía Palomino. Sin embargo, la narración cae en la monotonía, dejando todo en manos de una sucesión de escenas contemplativas que no aportan demasiado.

Una Hermana plantea un enfoque interesante y atípico a una temática de actualidad, pero termina quedando a medio camino. De todos modos, la visión de las directoras resulta más que cautivante e invita a seguir de cerca sus carreras.

calificacion_2

 

 

 

95 and 6 To Go, de Kimi Takesue (Estados Unidos, 2016 – Competencia Internacional), por G.P.

¿Cómo resumir toda una vida en 85 minutos? ¿De qué forma estructurar una narración a partir de retazos de la vida misma? Kimi Takesue nos brinda un tierno retrato de su abuelo, Tom Takesue. Y sin dejar atrás su enfoque íntimo y familiar, la directora también nos ofrece un repaso por la historia de los descendientes de japoneses en Hawái a lo largo del siglo veinte. Las actitudes, la filosofía, las vivencias y las tradiciones de una persona pueden reflejar –parcial e incompletamente, es cierto– a toda una colectividad.

Tom, el protagonista de este documental, es un nonagenario más que simpático, un cartero jubilado que hace pasar las horas viendo películas en la televisión o leyendo un guión escrito por Kimi, un ambicioso relato de amor cuya acción se extiende por Japón y Estados Unidos, y que pareciera refractar, a través de su trama sentimental, la trayectoria de la familia Takesue. Largos tramos de 95 and 6 To Go (2016) están dedicados a los comentarios de Tom sobre este proyecto de su nieta. Él interviene en la escritura, sugiere escenas y canciones para la banda sonora. Y, como buen abuelo, da algunos consejos: como ella no consigue los fondos para filmar el guión, le recomienda que se encuentre otro trabajo, que deje atrás el cine. (Kimi no parece haberle hecho caso, a juzgar por este documental).

Muchas investigaciones históricas tienden a concentrarse en personajes célebres, en políticos importantes, en héroes y villanos, en santos y mártires, es decir, en gente extraordinaria. Lo que se pierde, en estos casos, es una visión de lo ordinario, de lo común y corriente, de qué significó, para la amplia mayoría, simplemente existir durante una época. Tom nos ofrece un recorrido por sus nueve décadas, que probablemente se hayan parecido a las de muchos otros: su relación con la cultura japonesa, sus esfuerzos por conseguir un empleo durante la Gran Depresión de los años treinta, su reacción ante la xenofobia que sufrieron los hijos y nietos de japoneses en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, su matrimonio básicamente arreglado y nunca del todo satisfactorio, porque las expectativas sociales lo empujaron a casarse y no la pasión o el amor. (Su interés por el guión podría deberse a un intento de compensar, ficcionalmente, el vacío romántico que sintió durante años). Dramas íntimos, personales, pero propios de un contexto nacional, geográfico, histórico y cultural.

95 and 6 To Go (2016) es emotiva, además, porque Kimi sabe cómo mantener cierta distancia de los hechos. No intenta abrumar con emotividad, así el público se acerca por su propia cuenta al corazón melancólico del documental. Los últimos tramos parecen un film de Yasujirō Ozu, por cómo acepta lo inevitable del ciclo de la vida, agridulcemente. Sentimos la tristeza de lo que debe terminar y el consuelo del recuerdo. Nos queda resonando la voz de la directora, siempre fuera de cámara, cuando le habla a su abuelo y le pide que repita algo que balbuceó o que se explaye sobre alguna anécdota de su juventud. Y en la retina nos queda grabada la imagen de él, a veces levemente molesto por las preguntas de su nieta, a veces más que dispuesto a rememorar sus primeros años o seguir armando el guión con Kimi, sobre aquel loco amor que nunca pudo vivir.

calificacion_4

 

 

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