A Sala Llena

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¡Chapeau!

¡Chapeau!

El viernes 16 de febrero, se reinauguró después de casi treinta años, el gran Teatro Cervantes de mi pueblo. Una joya magnífica que durante décadas había permanecido cerrada, derruyéndose, implotando, languideciendo silenciosamente. Con frescos portentosos en el techo, capacidad para más de seiscientas personas, un escenario maravilloso, palcos legendarios y camerinos subterráneos, este teatro fue durante mucho tiempo, el orgullo del pueblo. Después, por hache o por be, política, crisis, negligencia, indiferencia o lo que fuere, se mantuvo cerrado.

Desde hace aproximadamente cinco años, un grupo de metedores apasionados se cargó al hombro la ardua tarea de restauración, puesta en valor y rescate. Llegando ahora y con virtuosismo, a lo que se acerca mucho a una refundación.

El jueves con el Chuchi, nos levantamos temprano y, luego de varias diligencias en la ciudad, emprendimos viaje rumbo al pago chico a ver a la familia. Mi padre, un día antes, me había avisado que llegaría a tiempo para la reinauguración y que teníamos entradas en palco. Durante casi toda mi infancia y adolescencia el escenario de ese teatro fue mi hogar. El ballet al que pertenecía realizaba allí sus veladas y para mí el teatro es como una especie de recuerdo sagrado. Representó una emoción profunda saber que podría asistir a la función de estreno.

Con una puesta potente, cuartetera, generosamente grotesca y provocativa de Eran cinco Hermanos y Ella no era muy Santa de Miguel Iriarte, con la dirección de David Piccetto y repuesta por Luis Torres, la obra fue un tour de force imparable en manos del elenco estable de la legendaria Comedia Cordobesa. Una mirada sobre la pieza interpeladora, audaz, nueva y absolutamente brutal, que dejó a toda la sala aplaudiendo de pie.

Mientras me secaba las lágrimas que me había hecho saltar el final tremendo de la obra, pensaba en la maravilla que implicaba volver a estar aplaudiendo de pie en un palco de ese teatro dorado. Y me regodeé pensando en ese grupo de personas que llevó a cabo una obra que bien justifica vidas enteras. Tipos que se quedaban a dormir allí, viendo como las obras avanzaban en manos de carpinteros, albañiles, pintores, artistas… gente cuya pasión le devuelve al pueblo y sus generaciones algo que resucita el espíritu de comunidad, fogueado y refinado por la comunión en el arte y la cultura.

A todos ellos, a todos los apasionados, los incansables, los jóvenes perennes, los buscadores: Mil Gracias y ¡chapeau!

© Laura Dariomerlo, 2018 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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