A Sala Llena

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Fuller House

Fuller House

¿Es la visita al pasado un viaje obligado para todos los seres humanos? ¿Es inherente a la condición humana tratar de revivirlo de alguna manera? ¿Por qué parece ser que la gran mayoría de las personas tienden a creer la famosa afirmación acerca de que “todo tiempo pasado fue mejor”? En particular discrepo con esa aseveración. Creo profundamente en el presente, aun cuando soy de las minas a las que les cuesta un Potosí estar presente a cada momento. Toda mi neurosis descansa firmemente en la noción de no poder estar con todo en el ahora. Pero, como diría mi amigo Samuel L. Jackson: “I´m trying Ringo, I´m trying…”

Es un hecho que la generación que está en este momento entre los 40 y los 60 años está dominando al mundo. Y que mientras los que están en los 30 aguardan su turno, matan el tiempo rememorando la primera juventud, y haciendo el famoso viaje a “menory lane”. Ahora bien, si es ese viaje estrictamente necesario o no, es lo que pretendo en esta columna que me ayuden ustedes a dilucidar.

Es cierto que muchos de nosotros disfrutamos e incluso nos regodeamos con algunos spinoffs. Tal vez el ejemplo más acabado por estos días sea el de Better call Saul. Disfrutamos la suprema calidad del show (incluso por encima de su serie madre, por lo menos en mi caso), nos recreamos viendo personajes resucitar en su viaje en el tiempo, y nos entretenemos más de la cuenta haciendo elucubraciones acerca de qué camino los llevará al destino que ya conocemos de antemano. Sí, sí, todo eso tiene un encanto muy particular. Aun así sigo dudando acerca de si es siempre necesario volver sobre un formato viejo, incluso cuando la vuelta sea la de un producto amado por el público.

Netflix ha utilizado la noción de “rescate” de shows como la plataforma por excelencia para lanzarse como cadena de televisión, aun cuando su punto más fuerte reside en el hecho de que no es una cadena. Es decir: ha pivotado en formatos de tv clásica, para construir una nueva forma de ver ficción que ha apareado al internet con la tele de manera mejorada y adictiva. El salto cualitativo es remarcable, y con ese salto el público se ha beneficiado notablemente. Este año supimos de la vuelta de Gilmore Girls para un especial de 90 minutos, adicionando este gusto al que ya nos dieron con Arrested Development en su momento.  Sí, Netflix parece haberse constituido en faro de formatos naufragados y/o cancelados, aparte de haberse consolidado con sus formatos originales. Pero, con el regreso de Full House devenida en Fuller House, es necesario preguntarse si los pibes no se confiaron demasiado.

En estos días estuve viendo los 13 capítulos nuevos de esta sitcom que antaño se granjeara su condición de clásico con nada más y nada menos que ocho temporadas inolvidables. Y debo decir que, salvo en los episodios en los que aparece el cast original, el tono familiar de humor inocente de la serie, ha quedado absolutamente viejo y demodé. Lo que antes resultaba simpático, dulce, buenamente cursi y dulcemente ridículo, ahora se traduce lisa y llanamente en vergüenza ajena. Y aun cuando consumí la totalidad de los capítulos llevada de las narices por el morbo y el cariño que le tengo a la serie, debo decir que la calidad del show es verdaderamente pobre.

La acción vuelve a centrarse en la casa de los Tanner. Esta vez la que ha enviudado es DJ y se ha mudado, junto con sus tres hijos varones, de vuelta a casa de su padre, quien se la deja debido a que se traslada a Los Ángeles para continuar su exitosa carrera de televisión. Rápidamente Stephanie y Kimberly se mudan con ella también y así se constituye nuevamente la dinámica de “hijos y tíos” de la serie original. Pero todo el encanto de tres tipos criando a tres niñas, se disipa totalmente en este transfer del infierno. DJ intenta rehacer su vida, pero su vida no resulta ni remotamente interesante. Y la cuestión de los “problemas de crianza” es tan sosa que dan ganas de tirarle un tomatazo al televisor. Más que la vuelta de Full House, parece una remake de Hot in Cleveland.

No es que todos estemos ahora corruptos o nos hayamos vuelto cínicos de golpe. Es que las formas de hacer humor han cambiado. Y en Fuller House el tiempo parece haberse detenido en una mixtura extraña, en una especie de agujero negro engrampador del presente con el pasado, que no llega a buen puerto y que, a priori, parece no querer llegar desde el vamos. Es difícil creer que alguien pueda considerar estos 13 capítulos como remotamente buenos, salvo en aquellos en los que Saget, Coulier y Stamos salvan las papas. Así y todo, por alguna misteriosa razón, me fue muy difícil separar el show del cariño profundo que le tengo al original. Y mi cerebro, que se preguntaba permanentemente que hacía viendo esa porquería, no se ponía de acuerdo con mi corazón que disfrutaba cada flashback y cada retorno con ávida alegría.

Me parece que los tipitos allá en Netflix saben de este fenómeno y lo explotan a mansalva. Pero, ¿puede un mal formato sobrevivir a su calidad pendiendo solo del amor de la gente al pasado? Me gustaría que ustedes me ayudaran con esa respuesta.

Yo creo que la primera temporada puede sobrevivir a puro morbo pero, ¿podrá hacerlo una segunda o una tercera?

Siempre es bueno ver a Stamos, escuchar a Saget y tolerar a Coulier, ellos tenían un alma, un ángel muy interesante. No sé si la descendencia lo tiene, a juzgar por esta primera muestra, todavía les falta muchísimo.

 Cuéntenme qué opinan ustedes. ¿Extrañan el pasado, los excita el presente, son melancólicos, son optimistas? ¿Qué parte del show están esperando?

Es maravilloso que nos recuerden lo buenos que éramos, los sueños que teníamos, lo jóvenes y ridículos que nos atrevíamos a ser. Pero, ¿acaso no es mejor que nos recuerden lo buenos que somos, los sueños que tenemos y lo jóvenes y ridículos que nos atrevemos a ser ahora mismo?

¿No preferimos acaso brindar por eso? En mi caso, cualquier excusa es buena para brindar, pero bueno, digo nomás, ¿no? ¿Qué creen ustedes?

Y diciendo esto levando mi copa: ¡Porque todo tiempo presente es mejor y para que sea así siempre y hasta los 90 como mínimo!

Laura Dariomerlo / @lauradariomerlo

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