A Sala Llena

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La Mal Querida

La Mal Querida

Anoche domingo, casi no pude dormir. Me acosté tarde y, en adición, un imbécil dejó que la alarma de su auto sonara y sonara toda la noche por lo que, mayormente, lo que hice durante la madrugada fue dar vueltas en la cama. O por lo menos eso me decía a mí misma, mientras trataba de evitar la verdad que enunciaba que lo que me sucedía era una especie de colapso de ansiedad consecuencia del final de Game of Thrones. Y esa conclusión, por más aventurada que parezca, responde a la irrefutable prueba del caso que construyeron todos los sueños y pesadillas con el Trono de Hierro que me acuciaron cada vez que logré cerrar los ojos. 

La serie más exitosa de todos los tiempos ha concluido y, después de 8 temporadas, nos quedamos algo solos. Las personas rezongan, se quejan del final, esgrimen sólidos argumentos acerca de sus propias visiones para el show, piden secuelas, piden cabezas, elaboran memes…

Pero la verdad es que ha terminado y todos estamos un poco en shock y algo desequilibrados al igual que nuestra amada Reina Dragón. Por eso: hablemos de Daenerys y de su triste final.

Soy de las que lo vieron venir mucho antes, así que no me sorprendió. Y estoy satisfecha con el final, y con SU final, aún cuando me entristece indeciblemente. Y creo que el legado más importante de esta reina es su capacidad para hacernos entender que el bien, a menudo, es solo un punto de vista. Y eso va en consonancia con un show que se esforzó en no ser visto como la lucha entre el bien y el mal, si no como un gran juego jugado por hábiles, crueles y menor o mayormente aptos jugadores.

Daenerys jamás fue buena, tanto como Cersei jamás fue mala y, en el final, fueron lo mismo: mujeres en pugna por un poder que las liberara del miedo, la traición, el yugo y el dolor. La diferencia fundamental entre ellas residió en que una quiso cambiar al mundo, y a la otra el mundo le importaba un bledo. Y todos sabemos que esas visiones, tarde o temprano, se tocan en un extremo tan ingrato como innegable. Tanto los héroes como los villanos, con algo de tiempo, se tocan la punta de los dedos después de dar una vuelta al mundo. Y el resto queda atrapado entre dos ideas: “Mi mundo o ninguno” y “Mi vida o la de nadie”.

Y es aquí donde la frase de Cersei las hermana a las dos: “No one walks away from me”.

La crueldad de Daenerys fue creciendo pareja desde la temporada número uno. Pero a pocos de nosotros nos impactó como tal: la muerte de su hermano, las crucifixiones, el fuego quemando una y otra vez a sus enemigos. Pero del otro lado parecía haber siempre alguien más cruel, entonces se hacía la vista gorda y se seguía adelante. Y eso es lo que más molesta, que forzaran nuestro punto de vista, que nos distrajeran con juegos de manos y nos impidieran ver la verdad aunque nos la mostrarán una y otra vez, como el mago que saca la moneda detrás de nuestra oreja. Sabemos que la moneda siempre estuvo en su mano y, aún así, buscamos cobre en la cera del oído.

Lo que duele es caer en cuenta de la propia ingenuidad. Nos atormenta, nos hace pensar a qué más estamos cerrando nuestros ojos. Y hay cegueras de la cuales no queremos despertar.

Desde el principio Daenerys buscó amor. Amor que la arrancara de la pesadilla del exilio, de su hermano abusador y odioso, de su propia debilidad. Un amor que la fortaleciera incondicionalmente. Y lo encontró en Drogo. Drogo la amó salvaje, brutal y sin objeciones, y ella se mimetizó en ese salvajismo encontrando el propio. Pero fue el único que la amó de esa manera y tuvo el tupé de morirse. Jorah la traicionó, Daario no era su igual y Jon… bueno, ya sabemos que Jon no ama lo suficiente. Lo discutimos la semana pasada. Entonces reemplazó a conciencia la búsqueda del amor, con la del poder. Daenerys encontró ese tipo de devoción entre los esclavos que liberó, ciegos de gratitud, y los subyugó con ella. Por eso, cuando arribó a Poniente se desesperó ante su indiferencia y desató la furia total de su naturaleza. Fue allí que el dragón se mostró en todo su esplendor y fue allí donde, por primera vez desde Drogo, ella enfrentó la verdad de su vida. Ya no había amor ni devoción para ella. Cuando el punto de vista se vuelve complejo, cuando está teñido por el conocimiento, por el interés, por la indiferencia incluso, por una visión del mundo con la panza un poco más llena. Cuando el pueblo conoce tus cuitas y las de tu familia y no las olvida, ese amor directo y salvaje al que aspiraba, al que sus acólitos la habían acostumbrado no puede ser reproducido. Y la devastación de su alma sale afuera en forma de ciudad arrasada.

Algunos dirán que esto la disminuye como líder, pero para mí solo la define como tal. Un líder quiere ser amado, aceptado y también temido. “Let it be Fear” era una arenga para sí misma que no le sirvió. En el fondo sabía que a un líder el miedo de la gente no le dura lo suficiente. Es por eso que muere a manos de Jon. La ciega el deseo de ser amada de manera rendida, completa, total. Y en ese sentido muy pocos tienen la suerte de Cersei.

Así y todo Daenerys consiguió lo que se propuso desde que decidió navegar a Poniente: rompió la rueda. La hizo añicos a sangre y fuego.

La malquerida se fue en brazos de Drogon, la bestia cuyo nombre remite al hombre que respondió a su llamado. Y así, su legado queda, quemado y ceniciento, pero vivo.

¡Vivo!

© Laura Dariomerlo, 2019 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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