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CRÍTICAS

Charly García en el Teatro Coliseo, por Patricio Durán

“Canción para mi muerte”, “Rasguña las piedras”, “Necesito”, “El fantasma de Canterville”, “Eiti Leda”, “Inconsciente colectivo”, “Rap del exilio”, “De mí”, “No voy en tren”, “No llores por mí, Argentina”, “Peperina”. No, todas esas canciones no formaron parte del show de Charly García en el Coliseo, fueron las que el público se quedó cantando durante media hora una vez que el espectáculo había terminado. Las melodías comenzaron a brotar de manera espontánea, una atrás de otra, hasta que la seguridad del teatro decidió echar amablemente a la gente. De otra forma los fans podrían haber cantado durante mucho tiempo más el interminable cancionero de Charly en esa muestra de afecto, gratitud y aguante.

García es mucho más rápido que lo que creímos nosotros. El martes se anunció el show, el miércoles se vendieron las entradas (que se agotaron tan rápido como la gente del Coliseo las podía vender) y el jueves tocó. Y aunque sabemos que Charly no está bien, que tiene dificultades para hablar y para caminar, la incondicionalidad pudo más que las dudas sobre cómo se iba a desempeñar. Pero cuando todos íbamos predispuestos a perdonarle cualquier falencia, García sorprendió con una performance digna. Comandó a la banda desde sus teclados, cantó (de nuevo, de forma muy digna) y hasta hizo algún chiste. Sorprendió con la escenografía: armó la torre de Tesla (“¿Saben quién es Tesla? Averigüen”, nos mandó a aprender) y colocó detrás del escenario las pantallas que pasaban fragmentos de películas viejas (Freaks, The Incredible Shrinking Man, El Resplandor, 2001: Odisea en el Espacio), el videoclip de “Lluvia” o imágenes relacionadas con la dictadura.

Y pensó un show especial, porque cada show de Charly es especial. Desde el setlist una cosa quedó muy clara: nada de autocelebrarse, nada de mirar el pasado, nada de canciones para complacer al público (aunque claro, lo hicieron). El recital fue una muestra del momento actual del músico, de este paso en su evolución. Fui lo que creí, soy lo que está pasando. La banda supo sostener buena parte del espectáculo: el power trío chileno con Kiuge Hayashida en la guitarra, Carlos González en el bajo y Toño Silva en batería; además del “Zorrito” Von Quintiero en teclados y Rosario Ortega en coros, armaron una base sólida sobre la que Charly pudo jugar con sus teclados con comodidad.

Cuatro de las diecinueve canciones salieron de Random, su último disco: “La máquina de ser feliz”, “Lluvia”, “Otro” y “Rivalidad”, que le dedicó a una vecina (“hay vecinas incapaces para distinguir la música del ruido, pero nunca van a conseguir cambiarme, baby”). Tocó un tema nuevo –o al menos desconocido–, que por lo que intentamos averiguar se llama “Sádico” y nos recuerda levemente a “Ella es bailarina”. También estuvieron los hits y los himnos. Abrió el concierto con “Instituciones” y siguió con “Cerca de la revolución”, dos canciones bien distintas, de épocas bien distintas, pero con las que Charly se plantó de entrada para comenzar un show a la altura de su carrera. Y estuvieron algunos de sus hits “Yendo de la cama al living”, “Fanky”, “Demoliendo hoteles”, “Los dinosaurios” (con las mencionadas imágenes de la dictadura de fondo) y “Nos siguen pegando abajo (pecado mortal)”. Este último fue el elegido para cerrar su show y para darle paso al otro setlist, a las canciones del comienzo de esta nota, las que nos toca cantar a nosotros una vez que Charly no está. Por suerte demostró que todavía sigue estando.

© Patricio Durán, 2018 | @moss_elixir

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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