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CRÍTICAS - SERIES

Crítica: El Ministerio del Tiempo (Netflix), por Melina Cherro

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Es absolutamente imperfecta. Tiene agujeros de guión, inconsistencias narrativas, caídas en lugares melosos y edulcorados que llegan al límite del golpe bajo.

A veces, quizá demasiadas, repite la lectura de la historia que la misma serie intenta rebatir, dejando que la leyenda negra sobre España se apodere de los hechos históricos que tanto se preocupa por recuperar.

Aún así, en muchos otros momentos, tal vez los más inesperados y en boca de personajes casi caricaturescos, aflora algo diferente. Aparece una mirada sobre España, la historia y el arte, muy diferente a lo que dice esa historia que pretende ser revisionista y progresista, pero que atrasa por donde se la mire.

El ministerio del tiempo nos lleva de viaje por una España de oro, esa que expandió al mundo, la que nos dotó de los tesoros fundacionales. Esa España valiente, esa que era capaz de todo. Su propuesta es como un juego, esos viajeros en el tiempo son en realidad funcionarios que deben cumplir un protocolo ministerial, y su función es nada más ni nada menos que conservar los hechos históricos tal y como sucedieron, a pesar incluso de que quizá el resultado final no sea siempre favorable para España. Decimos que es un juego porque en la premisa de cada capítulo aparece una posibilidad de que algo no ocurra como efectivamente ocurrió. Las acciones de los personajes y el conflicto central se organiza alrededor de un “y qué hubiera pasado si…” o un “hagamos de cuenta que…” y en estas fórmulas reside cierto espíritu lúdico.

En este sentido El ministerio del tiempo” es un bálsamo entre tanta sobre producción visual de Netflix y similares. Mientras que sus vecinas intentan hablar de grandes temas haciendo uso de los más diversos efectos tanto narrativos como visuales (entiéndase extravagancias o rarezas en los personajes, asesinos psicóticos y sanguinarios, realidades paralelas que construyen formas fallidas de un fantástico a mitad camino); El ministerio del tiempo por el contrario, se inscribe en la tradición de las varias series de televisión que en diferentes épocas imaginaban formas de viajes en el tiempo. Tradición que le permite, a su vez, cometer errores de congruencia temporal y agujeros en la trama, y que sin embargo la vuelven un juego sumamente entretenido. Los espectadores accedemos mediante este juego, a una verdadera discusión sobre temas historico-políticos, religiosos y hasta morales. Y esto se produce porque no hay una pretensión expuesta, porque siempre ante todo, la cuestión es un juego. De hecho, sus capítulos más fallidos son aquellos en donde los autores caen en pretensiones. Es mucho más eficaz la presencia de un caprichoso Velázquez –nótese que recorre los pasillos del ministerio vestido tal y como se representó a sí mismo en su cuadro “Las meninas”– que hace lo imposible por viajar a 1939 para conocer a su admirado Picasso; que el asesino serial que escapa a través de una puerta clandestina generando confusión en el Ministerio. Y esto es así porque mientras la presencia de Velázquez es parte del juego, el asesino serial pasa a ser parte de una diégesis extraña a la historia de España, cosa que los aparta de esa propuesta llevándolos a la pretensión de trabajar un “tema serio”. Así la justificación psicologista y la resolución que cambia “la historia” tal como sucedió, llenan de diálogos explicativos para justificar los hechos.

Las dificultades narrativas mencionadas anteriormente son disculpadas por el espectador por la simpleza de la propuesta respecto al mecanismo de construcción del elemento fantástico mismo. Los agentes del ministerio viajan por el tiempo hacia diferentes momentos del pasado de España gracias a un sótano que aparece al final de una larga escalera en forma de espiral. En ese sótano se esconden una serie de puertas que del otro lado revelan algún tiempo-espacio dentro del pasado del país. Las puertas van cambiando, es decir que nunca conducen al mismo día porque las líneas temporales avanzan. Ese sencillo pasaje hacia el otro lado, tan eficaz como mecanismo que sostiene el verosímil de la aventura, es además una construcción simbólica perfecta. Pensemos sin más que para nosotros mismos, en el aquí y ahora, el atravesar una puerta siempre es el acceso hacia otro lado. La puerta une tanto como separa. La puerta es la que deja atrás, o la que significa lo próximo. Así, esa serie de puertas que comunican hacia esos momentos fundamentales, hacen una cosa y la otra. Por otro lado, es toda una toma de posición. Los agentes no viajan en el tiempo gracias a un artefacto científico ni mecánico. Las puertas son otra cosa, pertenecen a lo secreto, podríamos decir que es parte de un saber esotérico.

Es entonces en esa escalera en espiral, en el pasillo subterráneo y en sus puertas en donde se esconde el secreto que estructura la idea principal de la serie. Tanto la forma, como la historia de origen del propio Ministerio refieren a La Torre de los Siete Jorobados” film realizado por Edgar Neville en 1944. Allí la torre del título es ni más ni menos que una escalera en espiral enterrada en los sótanos de Madrid y es el centro de una ciudad oculta construida por los judíos para evitar la expulsión que sufrieron en 1492. Neville en su film y Carrere en la novela homónima que dio origen a la versión cinematográfica, estarían proponiendo que la ciudad oculta fue la forma que encontraron los judíos para permaneces en Madrid sin ser descubiertos. Así, uno de los primeros capítulos de El Ministerio del Tiempo cuenta que fue un rabino el que le obsequió a la reina Isabel la Católica un libro manuscrito en donde el judío había descubierto la forma de viajar por el tiempo, completando así el espiral simétrico con el film de Neville.

Señalamos esta simetría y la llamamos así porque no es sólo una forma visual, no es sólo una cita. En la decisión de tomar este film como referencia estructural reside una idea, la construcción de un sentido. Si en el film de Neville una de las interpretaciones posibles es que bajo esa Madrid de finales del siglo diecinueve llena de supersticiones y eventos fantasmales, hay un pasado judío oculto proveedor de misterios que si bien no son nombrados se esconden en cada rincón de la ciudad; en El Ministerio del Tiempo eso que se esconde bajo la España moderna es ese pasado de gloria, de coraje y aventura. Porque lo que nos trae al presente es una España que se ha olvidado y que sin embargo su pasado la sostiene. Esa España que fue imperio y que fundó, siguiendo los pasos de Roma, al mundo occidental. Que nos dio grandes obras de pintura y de literatura, que tenía una Armada Invencible compuesta por soldados dispuestos a dar su vida para impedir que los ingleses se apropien de todo.
Esa tensión entre una España de pasado heroico y un presente burocrático y alejado de toda aventura; entre el Imperio poderoso y el país venido a menos de la Comunidad Europea; entre las monarquías y las repúblicas. Todo eso se pone en juego mientras los funcionarios del ministerio viajan por el tiempo, intentando dejar atrás ese futuro de la España actual, para que el pasado glorioso los convierta, aunque sea en un tiempo, en héroes.

© Melina Cherro, 2018 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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