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CRÍTICAS - CINE

El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo (The Conjuring 3: The Devil Made Me Do It)

CUANDO EL SEÑOR WARREN CONOCIÓ A LA SEÑORA WARREN

“¡Tómame a mí!, ¡tómame a mí!” le dice en un momento uno de los personajes principales de El conjuro 3 a un niño poseído. Resulta imposible no pensar en El exorcista de Friedkin y en la icónica escena en que, con lo que queda de fuerzas y al límite de la desesperación, el Padre Karras pide al demonio que lo tome a él a modo de gesto sacrificial.

El exorcista había sido también homenajeada en la primera El conjuro, aunque en ese caso era un homenaje más sutil. Tal vez esta diferencia entre un tipo de referencia y otra marque la diferencia entre la primera El conjuro y la tercera; en tanto una es una película inteligente, distinta, y la otra es bastante más elemental, intentando parecerse todo lo posible en estilo a sus dos excelentes antecesoras. A las primeras dos las dirigió el muy talentoso James Wan y a la tercera el muchísimo menos interesante Michael Chaves. Ambos dirigiendo historias del matrimonio Warren en un conjunto de films de terror que intenta sugerir más que mostrar, sin necesidad de matar un personaje detrás de otro.

De hecho, en las Conjuro dirigidas por Wong, ningún protagonista o siquiera personaje secundario fallecía. La tercera en cambio muestra dos asesinatos: uno de todos modos inevitable por la historia real en la que se basa (muy libremente, claro, y tomándose miles de licencias), pero otra agregada para shockear al espectador. La primera muerte, la inevitable, queda sabiamente fuera de campo, justamente por estar ejecutada desde el punto de vista de un personaje confundido. La segunda, en cambio, no difiere demasiado de la que cualquier slasher de medio pelo: un corte de garganta rápido que viene en forma de jump-scare bastante elemental.

Podria decirse, justamente y a propósito de esto último, que uno de los problemas de El conjuro 3 está en los usos y abusos de este recurso remanido del terror basado en ese tipo de shock inmediato y efectivo.

A diferencia de un Wan, que en las dos primeras El conjuro buscaba formas originales de crear tensión (en sus mejores momentos, este director podía llegar a generar miedo con un plano fijo de una nena shockeada y hasta con un par de manos aplaudiendo dos veces), El conjuro 3 empieza casi siempre sus escenas de tensión creando un clima sugerente que termina rompiéndose con alguna aparición rápida de algún monstruo fugaz, como los muñecos de un tren fantasma.

Y así y todo, con sus fallas y limitaciones, El conjuro 3 es una película amena. Quizás lo sea en parte por sus predecesoras, que hicieron que nos encariñemos con el matrimonio Warren, interpretado con sobriedad ejemplar por Patrick Wilson y Vera Farmiga. Aunque también hay que decir que esta es la película que más nos hace conscientes del cariño que puede despertar ese matrimonio ultracatólico, a los que nos resulta difícil imaginar siquiera dándose un beso (de sexo ni siquiera hablemos).

Es una pareja protagónica que podría causar distanciamiento en cualquier otra película menos acá. ¿Por qué? Claramente porque en el contexto de todas las películas de El conjuro son los grandes héroes, los que nos permiten pensar que el Mal puede ser derrotado, y aquellos cuyas creencias esotéricas se vuelven verdad. El conjuro 3 es la película que relata su historia de amor puro, que nació debajo de un pequeño techo bajo la lluvia, y que consiste solo en gestos amorosos del uno hacia el otro. Ahí vemos al Sr. Warren reclamando que su esposa psíquica no sea tratada como una atracción de circo (algo que parece importarle más a él que a ella) y a la Sra. Warren despierta toda la noche al lado de su marido mientras este duerme inconsciente en la camilla de un hospital.

Son un Bien imposible de pensar en la realidad, luchando contra Males extremadamente difíciles de creer en pleno SXXI. No son figuras propiamente católicas, quizá porque El conjuro 3 no es en el fondo –como sí lo es El exorcista– una película católica. Es más, pese a sus menciones a Dios y Satán, me atrevería a decir que El conjuro 3 no tiene nada que ver con el terror religioso. Es más bien un cuento de hadas naif, cuyo parentesco genuino no yace con el terror de la década del 70, sino con las películas de terror más ingenuas de los 30. Esas en las cuales se nos enseñaba de un Mal que podía ser derrotado, donde los personajes habitaban tierras de fantasía y los muertos eran más bien pocos. A ese terror, al cual El conjuro 3 adscribe secretamente, se lo nota perfectamente en un discurso amoroso y cursi que Mrs. Warren le dará  a su marido en el clímax final del film.

Lo que viene después de eso será un cierre de rostros sonrientes y aliviados y un gesto extravagante de amor entre sus dos protagonistas. Luego, en la secuencia de créditos, una grabación presumiblemente real, inquietante a más no poder, nos devuelve de pronto a esa historia de terror oscura y perturbadora que El conjuro 3 pudo haber sido y no pudo o no quiso ser. Pero esto, claro, es apenas una coda. Lo que experimentamos antes fue, en el fondo, y aun con con sus demonios, sus rituales satánicos y alguna que otra imagen perturbadora, un rato típico de feel-good movie.

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, Reino Unido, 2021)

Dirección: Michael Chaves. Guion: David Leslie Johnson-McGoldrick. Elenco: Patrick Wilson, Vera Farmiga, Ruairi O’Connor. Producción: Peter Safran, James Wan. Duración: 112 minutos.

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