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CRÍTICAS - STREAMING

En las rocas (On the Rocks)

Un malestar atraviesa la obra de Sofia Coppola. Malestar de las cinco protagonistas adolescentes de Las vírgenes suicidas, que las lleva en sucesión a lo que el título indica. Malestar de Scarlett Johansson y Bill Murray en Perdidos en Tokio, ella por hallarse sin marido en un hotel 5 estrellas de Tokio en el que no eligió estar, él vacío de todo el vacío del mundo. Malestar de María Antonieta, adolescente extranjera torpedeada por su madre a la corte de Luis XVI, reina accidental a los 18. Malestar de la estrella hollywoodense en Somewhere (ay, sí, En un rincón del corazón), que parecería ser el Bill Murray de Perdidos en Tokio, un par de décadas más joven. Malestar de niños malcriados en la subvalorada Adoro la fama (The Bling Ring), que roban casas de ricos y famosos, ya que no pueden ser ricos y famosos. En En las rocas, el malestar queda instalado en la vida de Laura (Rashida Jones) a partir del momento en que descubre un neceser de mujer en la valija de su marido Dean (Marlon Wayans), tras el regreso de éste de un viaje a Europa.

La nueva película de la hija de Francis lleva las tres unidades dramáticas aristotélicas al extremo. El primer acto es un drama matrimonial, con la escritora Laura sufriendo el síndrome de la página en blanco, tironeada entre la sospecha creciente y los compromisos domésticos, el cuidado de las hijas sobre todo. El segundo es una comedia de aventuras urbanas, con Laura y su padre Felix (Bill Murray, que repite para Coppola) siguiendo la huella del traidor hasta un balneario mexicano, armados de binoculares y ansiedad adolescente. El tercero es el cuento de hadas, que confirma a En las rocas como comedia de rematrimonio, tal como caracterizó el filósofo Stanley Cavell a un corpus de screwball comedies. Laura pasa del primer al segundo acto como protagonista pasiva, atrapada primero en la rutina matrimonial (tal como están atrapados en jaulas de oro todos los héroes y heroínas de SC, incluyendo a los de la remake de The Beguiled, literalmente encerrados en una white mansion sureña) y luego en la seductora red de su padre, en la que funciona como mosca encantada. Tras la también clásica escena culminante, en la que enfrenta el conflicto y se supone que hace catarsis, Laura cierra el círculo resolviendo de modo mágico y complaciente todos los problemas: el marido infiel, el bloqueo creativo y la sospecha matrimonial.

Se podría pensar en En las rocas como tres cortos o episodios con la misma protagonista. Los tres son agradables (los dos primeros más que el último, demasiado deus ex machina), clásicos y elegantes. En ninguno de ellos asoma el vacío que hacía de las películas de SC algo así como comedias existenciales. Millenial temprana, Sofía Coppola nunca dramatizó, siempre se tomó las cosas no con soda sino con un daikiri o un Martini. La primera suicidada de su ópera prima se tiraba por la ventana, se clavaba contra la cerca de hierro, su padre la sostenía trágicamente en brazos y en ese momento se ponía en marcha la regadera del jardín de entrada, rociando cómicamente la escena. Como solía suceder en esa época (en En las rocas está muy cambiado, como se verá), en Perdidos en Tokio Bill Murray parecía al borde del suicidio, y Scarlett Johansson de una separación temprana. Sin embargo intercambiaban tragos y epigramas filosos, acodados a la barra de un hotel internacional. Presa como estaba de un rol que parecía quedarle tan enorme como el vestido real, María Antonieta lograba hacer de la corte francesa un patio de juegos. 

Mientras que la atribulada pero calma Laura representa la quintaesencia de las heroínas sofiacoppollianas, el Felix de Bill Murray es el epítome definitivo de ese savoir vivre que con mayor o menor tristeza exhiben todas sus criaturas. Ex galerista neoyorquino tempranamente retirado, con “limo” con chofer y convertible rojo, dueño de un Hopper y capaz de llevar caviar en el auto cuando sale de investigación por la noche (en lugar de las miserables donuts de los policías), Felix es un seductor absoluto, y se entiende que Laura no pueda resistir su atracción. Así como Murray y Johansson parecían todo el tiempo a punto de irse a la habitación de alguno de los dos, a Felix y Laura todo el mundo los toma por pareja o amantes. Claro, él tendrá edad de jubilación pero luce apuesto, atractivo, bronceado, sumamente chic con su foulard azul y, sobre todo, millonario. Tanto como para tener a su lado a todas las treintañeras que se le antojen. Acá es donde se produce la grieta entre padre e hija. 

Felix es lo que los anglosajones llaman un easy-going, un tipo que anda por la vida livianito y relajado, haciendo lo que se le canta sin que se le arrugue el saco. Murray ya no tiene la expresión de perro melancólico y hastiado que tenía en Perdidos en Tokio o en Hechizo del tiempo, el personaje de Felix le cae como un traje Armani y lo luce como en una fiesta. Pero hay algo que esclaviza a este tipo que en apariencia carece de toda atadura. No es que “pierda la cabeza” por las mujeres, mucho menos que dé la vida por ellas (con una única excepción, por lo que parece). Felix es un mujeriego que no sabe relacionarse con una mujer de otro modo que no sea piropearla o seducirla. Es esclavo de ese papel que eligió y que disfruta. Hay otra cosa ligeramente más siniestra, que aparece en el primer diálogo, antes incluso de la primera imagen, y que constituye el nudo del problema entre padre e hija. Aunque lo diga con esa cancha de bon vivant cultivado, que hace que todo lo que dice parezca una ironía, Felix está convencido de que somos seres biológicos, que el hombre es cazador y la mujer una mera sucedánea. De allí viene su idea de la propiedad: la mujer pertenece al hombre-cazador. Algo que obviamente le sirve para justificar su carácter de ladies man, pero que determina además que la relación con su hija no acepte –por mucha fineza con que lo condimente– otros roles que los de líder y discípula. 

Es él el que echa leña al fuego de la paranoia matrimonial de Laura, el que la convence de que el marido la cuernea, el que la lleva de las narices hasta el resort mexicano. Por más que en primera instancia se resista, Laura no puede evitar dar la razón, más temprano que tarde, al hombre que la encandila. Hasta que hace catarsis, poniéndose quizás por primera vez en el papel de hija: su estallido es la primera ocasión en la que en la relación entre ella y su padre aparece la madre, hasta ese momento perfectamente ausente. Felix es un abusador elegante, un Dominique Strauss-Kahn en potencia. Pero Sofia Coppola no es de tomarse las cosas a la tremenda, por lo cual en última instancia no lo obliga al arrepentimiento, ni a la culpa ni nada. Felix sigue siendo el que fue, y Laura lo perdona. Dean no cumple en la historia otro papel que el de disparador, de excusa para que padre e hija tengan una aventura (¡no amorosa, por favor!) juntos. Si En las rocas es una comedia romántica, los protagonistas son Felix y Laura. Son ellos en verdad los que encarnan el ideal matrimonial, la desilusión y el recasamiento. Aunque no exactamente sobre otras bases, como sucedía en aquellos casos.

Por algo lo mejor de la película, lo más atractivo e inesperado, ocurre entre el momento en que Bill Murray es presentado con bombos y platillos (un crescendo musical y la ventanilla del auto develando su rostro de a poco) y el otro en el que Laura y Felix develan lo que en realidad ocurre con Dean y su socia y tal vez amante. En ese segundo acto, arrastrado por un Bill Murray carismático como nunca (como en Rushmore, tal vez) y una Rashida Jones linda y sensata, compañera algo refractaria -la clásica pareja de opuestos de la comedia-, En las rocas brilla como no lo hace en su primera y última fase, demasiado convencional una, demasiado facilista la otra. Está, sí, la doble cita a Tener y no tener, de Hawks: cuando Felix sienta a su hija a la misma mesa del Club 21 que ocuparon Bogart y Bacall, y sobre todo en el robo de guante blanco que SC hace del motivo del silbido, que el hombre enseña a la mujer. Ah, sí, es el hombre el que enseña. En el caso de Hawks la mujer lo pone en problemas. En el de Sofia Coppola ella madura una epifanía que no necesariamente conduce a una ruptura. Llena de marcas nivel ABC1, como suele suceder en la obra del autora (daría toda la sensación de que también en su vida fuera de la pantalla), en términos narrativos y visuales En las rocas es como Felix: relajada, atractiva, ligeramente desafectada y finalmente, tal vez, algo vacía. O sea que a la larga el vacío sí aparece, aunque esta vez no tematizado sino encarnado.

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, 2020. Guion, dirección: Sofia Coppola. Música: Phoenix. Elenco: Rashida Jones, Bill Murray, Marlon Wayans, Jessica Henwick, Jenny Slate. Duración: 96 minutos.

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