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CRÍTICAS - STREAMING

Monstruo (Monster)

MONSTRUO PERO NO TANTO

Monstruo (Monster) es una película que se aferra al género de drama judicial para intentar llevarlo a otro nivel; a uno más cercano a los tiempos actuales: la problemática en torno a la brutalidad y la injusticia ejercida sobre afroamericanos a la hora de enfrentar un juicio. Steve Harmon (Kevin Harrison, Jr.) es un joven de 17 años que vive en Harlem pero es de clase media. Su padre es un artista plástico, por lo que no resulta extraño que su inclinación por el cine lo induzca a una oportunidad de carrera para el futuro. Las malas influencias del barrio (según la película) lo llevan de manera involuntaria a estar en un lugar y en un momento equivocados, cuando dos ladrones asesinan al dueño de un mercado tras un robo que salió mal. Su presencia en la escena del crimen lo involucra como cómplice por creerse que pudo haber “actuado de campana”. 

El armado del relato se basa en una serie de flashbacks que cuentan su vida en la escuela, la relación con sus padres, los vínculos sociales en su barrio y sus intereses artísticos como consecuencia de una curiosidad innata, estimulada por el taller escolar de cine al que asiste. Tales flashbacks tienen un contorno de solemnidad “malickiana” (a los que solo les falta algún simbolismo católico) pero se desentienden del resto del entramado judicial. Poco le importa el caso a la película; importa el personaje y su representación para la comunidad afroamericana. La figura de Steve es la de muchos jóvenes que, dentro de un sistema judicial, no tienen las mismas oportunidades ante un caso en el que todas las flechas apuntan a un solo acusado. Como dice su abogada en un momento: “No importa si sos culpable o no, importa cómo te ven”. Dentro de un sistema que a los ojos parece justo e imparcial, la estadística sobre la cantidad de afroamericanos condenados y enjuiciados cada año marca un prejuzgamiento de un jurado y de las demás partes.

La nobleza del tema no es suficiente para que una película funcione, en primer lugar porque el cine no es responsable de fidelizar una realidad. Por ejemplo, todo el cine de juicios de Sidney Lumet retrató a su manera una realidad, sin subrayar diferentes urgencias respecto de las desigualdades de su país. Después de todo, sus películas no ignoraron nada de ello, sin tampoco descuidar los valores y los aspectos cinematográficos. Como mucha veces sucede, más que el “qué” lo que importa es el “cómo”. Anthony Mandler en IMDB tiene 118 créditos como director; tan solo uno es de una película, los otros son de videoclips. Es probable que en esto último esté el síntoma del problema para su empalagosa ópera prima: diferenciar, por un lado, entre un joven con potencial para ser un buen hombre y, por el otro, la escoria que no tiene remedio, la que buscará sacar ventaja hasta el final para llevarse al infierno al futuro brillante.

Más allá de los esfuerzos actorales de Jennifer Ehle (como la abogada defensora) y Tim Blake Nelson, (como el profesor de cine) todo lo que pudo ser un buen drama de juicio que aprovechara la coyuntura en términos cinematográficos se diluye en formas coloridas pero edulcoradas, como si fueran “videítos” para redes sociales. Otro caso de un producto audiovisual para la tribuna de lo correcto, lo necesario y lo urgente. El cine actual no piensa en la perdurabilidad, solo en poder dar “películas de la semana” y nada más.

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, 2018)

Dirección: Anthony Mandler. Guion: Colen C. Whiley, Janece Shaffer. Elenco: Kevin Harrison Jr., Rakim Meyers, Jennifer Ehle, Jeffrey Wright, Tim Blake Nelson, Jennifer Hudson, John David Washington, Nasir “Nas” Jones. Producción: Aaron L. Gilbert, Mike Jackson, Edward Tyler Nahem, Nikki Silver, Tonya Lewis Lee. Duración: 98 minutos.

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