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CRÍTICAS - STREAMING

Pienso en el final (I’m Thinking of Ending Things)

Ninguna luz final, ninguna empatía en el amor desvela el laberinto que es

la interioridad de otro ser humano*

El título I’m Thinking of Ending Things (2020) mantiene la ambigüedad que el tráiler intentaba aclarar. Esta joven mujer (Jessie Buckley) piensa terminar con su novio (Jesse Plemons) mientras viajan en carro. Ni sabe/n si tienen siete u ocho semanas de haberse conocido como usualmente se espera que todas las parejas contabilicen.

Pero en este rumiar la idea de que ella termine “las cosas” con él, se sugiere y se muestra una reflexión sobre la vida, el conocimiento y la vejez. ¿Al terminar con él no acaba ella con ambas vidas? En esta duda, la película hurga en una codependencia difícil de aprehender en forma tajante.

Aquí el realizador todavía frecuenta con gusto los laberintos arquitectónicos como elementos discursivos. La recurrencia de casas, escaleras, ventanas y puertas cerradas refleja sus preocupaciones por la memoria, el tiempo y la vejez. Pero en esta ocasión el recuerdo no salva con tanta claridad como en Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004).

Su fijación en el andamiaje también incluye mostrar las tensiones estéticas entre géneros cinematográficos, procesos creativos y medios artísticos. Tanto es así que comparar esta adaptación con la de Adaptation (2002) o con la escena donde Jennifer Jason Leigh canta “Girls Just Wanna Have Fun” en Anomalisa (2015) darían para un buen ejercicio investigativo.

En la primera el proceso literario de adaptar la ficción a la vida de Susan Orlean (Meryl Streep) se convertía en metadiscurso. En la segunda (ahora codirigida por Kaufman) el hito pop vivaz devenía desahogo íntimo para una escena entre dos títeres. En el film que nos ocupa la adaptación se enfoca en llevar a la pantalla la novela homónima de Iain Reid publicada hace cuatro años. De todas maneras sigue presente la inquietud sobre cómo dialoga el arte con la vida cotidiana.

En ese sentido, la inercia de la protagonista y el exceso de sus pensamientos están en sintonía con el encuadre de la imagen y el exceso de cortes. La película dilata sus decisiones a propósito. Los personajes están desolados porque envejecen sin explicaciones cronológicas, articulan sus conocimientos y frustraciones, y para remate aceptan sus ineptitudes. Su soledad persiste aunque haya habido empatía entre ellos.

Después en la visita, el envejecimiento alternado de los padres de él (Toni Collette y David Thewlis) condensa los detalles pasados y venideros, como si se tratara de la videncia discursiva de Proust cuando indagaba en la genealogía de un gesto. Y mientras Plemons y Buckley brindan una gestualidad espontánea, Collette y Thewlis imposibilitan una sensación orgánica con guiños histriónicos a sus actuaciones previas. Tal marcado contraste nos hace sentir que las referencias de estos personajes son una prueba fehaciente de vida y no mera pedantería.

Así la obra transmite cierta vitalidad. Nos compadecemos de los personajes, manejemos su erudición o no. El quiebre ocurre cuando su cuidada ambigüedad se acaba y ambos protagonistas se reencuentran en el pasillo del colegio donde él estudió.

Los abundantes cortes en el montaje, el ritmo parsimonioso y los diálogos nos mantenían hasta ese momento en una lucha enriquecedora por nuestra atención. Pero los últimos veinte minutos nos ponen en primer plano el artificio que ya veíamos sobre la mesa. Así como nadie comía en la cena familiar aunque todo se viera sospechosamente apetitoso, la danza y la obra teatral de esos minutos finales muestran a Kaufman perdiendo nuevamente a sus personajes en los pasillos de sus referencias.

*George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Argentina, 2019)

Guion, dirección: Francisco Bendomir. Elenco: Andrea Carballo, Javier de Pietro, Pablo Greco, Lola Ahumada, María Rosa Fugazot, Leandro Martín Lopez. Producción: Vanesa Weimer, Julia Tagger, Francisco Bendomir.

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