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CRÍTICAS - SERIES

Vilas: Serás lo que debas ser o no serás nada

Hay un fulgor en Vilas: Serás lo que debas ser o no serás nada ante cada aparición de Guillermo Vilas empuñando una raqueta en los principales courts del mundo, un brillo que es resaltado por Björn Borg cuando indica que había algo distinto en Willy por su aspecto, personalidad e impronta. Esa brillantez es lo que Vilas transmitía en la cancha al espectador de tenis, un guerrero incansable pero dúctil, un frontón al que había que ganarle tres veces el punto para realmente ganarlo porque llegaba a pelotas imposibles por su gran capacidad en cuanto a la lectura del juego y un revés envidiable que colocaba la pelota en la parte de la cancha exacta donde Vilas quería. Cada punto jugado por Vilas y recogido como material de archivo por el director Matías Gueilburt contra jugadores como Nastase, Connors o Borg nos recuerda un tenis setentoso mucho más técnico y con menos anclaje en la destreza física, como resulta ser el tenis actual. Ver jugar a Vilas era apreciar la obra de un artista, con una ética basada en la entrega total y una estética con añadidura del buen gusto técnico, de un tenis grácil y placentero.

Pero la película no va por el lado del juego ni del análisis técnico. La aparición del periodista Eduardo Puppo y su lucha inclaudicable para que la Asociación de Tenis Profesional (ATP) reconozca el hecho de que Vilas alcanzó el número uno del mundo al menos durante siete semanas en el año 1977 –cuando ganó dos Grand Slam y obtuvo 50 victorias seguidas– se lleva el corazón cinético de esta obra. Hay algo que emparenta a Puppo con Vilas –más allá de que son grandes amigos y Puppo se convirtió en biógrafo y cuidador de todos los objetos y trofeos que Vilas fue coleccionando a lo largo de su carrera– y es esa ética basada en la entrega total al proyecto, que le demandó más de doce años y hasta puso su matrimonio en peligro. La pasión por el trabajo, que ambos compartían, como sabemos suele ser motor en el cine (motor con sonidos hawksianos donde siempre lo más importante es hacer bien dicho trabajo), una pasión que lo llevó a Eduardo Puppo a contratar matemáticos y recurrir a múltiples personas para ingresar datos y analizar el sistema de puntos de la ATP que en los setenta no era para nada claro.

Matías Gueilburt muestra imágenes de entrenamiento de Vilas en el año 1977 similares a los entrenamientos de Silvester Stallone como Rocky -estrenada un año antes- por la similitud de sucesos con la película de Avildsen; ambos guerreros despojados del número uno por una decisión arbitraria. Gueilburt no se adentra en teorías sobre por qué Vilas fue despojado del tope del ranking sino que descansa sobre supuestos errores de cálculo de la ATP. La realidad es otra: un joven Vilas que logró ganar el Master de 1974 en el césped de Melbourne declara “El césped es para las vacas”, tocando justamente el nervio más sagrado del tenis clásico. Vilas era un experto en superficies de polvo de ladrillo, y la ATP siempre fue reticente con los especialistas en polvo. Esa reticencia se trasladó al público: pudimos ver en este tiempo que a Nadal lo empezaron a ovacionar en París recién cuando ganó el séptimo u octavo Roland Garros, sufriendo un ninguneo al especialista en clay que se contrapone a la visión fomentada por la ATP de los especialistas en césped como tenistas que juegan de galera, frac y bastón. El fanatismo de la ATP por Connors se materializó en solidificarlo en la cima del ranking durante 1977, contra la evidencia matemática pero, por encima de todo, por delante del sentido común más básico.

La película respira cuando nos saca de los cálculos de Puppo y vuelve al Vilas libre, rockero, spinetteano y ante todo jugador de tenis, el que compitió y le ganó a los mejores. Hubiéramos querido más dosis de ese Vilas y menos de la anecdótica lucha por el número uno retroactivo a más de cuatro décadas. Puppo y Vilas parecen no poder entender que la ATP decidió imprimir la leyenda del gladiador despojado, algo mucho más potente que reconocer un número uno por algunas semanas en 1975 o en 1977. Vilas no necesita ese reconocimiento, ya que sin dudas fue el número uno pero principalmente revolucionó la historia del deporte en Argentina, donde actualmente más de cinco millones de personas lo practican gracias a esa ética y estética entes mencionadas que desplegó por las canchas del mundo. ¡Salud, Willy querido!

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Argentina, 2020)

Dirección: Matías Gueilburt. Guion: Matías Gueilburt, Nicolás Gueilburt, Gianfranco Quattrini. Duración: 94 minutos.

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