A Sala Llena

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Asesinato, CERCA, del Campo de golf

Asesinato, CERCA, del Campo de golf

(Para Caro)

Me resistí a entrar a Netflix a ver Carmel, porque pensé que no era buena idea obsesionarme con un caso policial a esta altura del confinamiento. No he salido debido a mi germofobia, por lo que, cada material que cayó en mis manos este año, ya sea de ficción o documental, se ha visto amplificado dentro de mi cabeza de manera desproporcionada. Por lo que no me pareció inteligente ponerme a jugar al detective. 

He usado este año para la reflexión constante, para el autoconocimiento, para ahondar en mi vínculo de pareja y para el trabajo. Todo eso con una intensidad y un compromiso agotador. Así que deduje que si me ponía a ver la serie documental, le sumaría un misterio inconducente a este año tan examinado. Sin embargo, una de estas mañanas, me tuve que quedar con un pie en alto porque me lo torcí haciendo ejercicio en la casa y me quedé en la cama, con todos mis papeles, mi computadora, mis gatos, mis libros, mi teléfono y el mate. Era entonces bastante seguro especular que, tarde o temprano, el televisor del cuarto me tentaría con su frondosa variedad de aplicaciones. Y así fue. Para media mañana ya me estaba tragando el primer capítulo, después de que en uno de los chats con mis amigos, todos aventuráramos vehementemente nuestras teorías, análisis y conclusiones.

Siempre tendí a creer en la versión que descarta la hipótesis de la familia como responsable. Pero, una de mis amigas, alguien con una mente muy brillante y fuera de lo común, no les cree. Se opuso en el chat a todos los que nos quedábamos con la idea de que eran caídos del catre y seguía, sin rendirse, arguyendo que ocultaban algo y que no eran trigo limpio. Así que, apoyada en ella, decidí mirar todo el documental con los ojos de quien cree furiosamente que mienten. Y resulta que descubrí que me era muy difícil. Pensé que si solo lo decidía, lograría voluntariosamente ver todo aquello que mi presunción de inocencia me velaba. Pero me quedé corta y, rápidamente, me encontré otra vez gruñendo con el puño en alto, proclamando “¡la sarta de injusticias cometidas contra está pobre gente sufriente!”.

Decepcionada de mí misma, me propuse seguir intentando verlo desde todos los ángulos posibles y, más que nada, me compelí a no arribar a conclusión o creencia alguna. Y aprovechando la aproximación a la novela detectivezca que le dan Guillermo Martinez y Claudia Piñeiro al asunto, decidí que analizaría todo desde el rol que, para mí, ocuparían los actores más importantes del caso en un policial de enigma. De esa forma solo podría hacerme preguntas que coincidieran con la psicología que yo misma le otorgase a cada personaje, sin poder extralimitarme demasiado, ya que cada arquetipo debería ser respetado.

Y entonces, ahí si, me puse a jugar al detective con el compromiso de una niña.

Presentemos a los personajes:

De María Marta solo diremos que es la víctima y la dejaremos tranquila.

Carlos Carrascosa: Marido de la víctima, en el papel del sospechoso protagonista. Refinado. De oculta sensualidad que suele escapársele en los gestos y que, a veces, se percibe como un magnetismo. Otras como malicia o soberbia, y también, como reserva. En la plantilla de la trama es nuestro Claus Von Bülow. Y me recuerda, aunque de forma algo paquiderma, a aquella inteprepretacion magistral que hizo de él Jeremy Irons en Mi Secreto me condena. Las similitudes entre ellos son remarcables: ambas esposas halladas en el baño, ambos maridos principales sospechosos, varios juicios con diferentes resultados en los dos casos. Y, a la postre, absueltos. Ellos siempre extraños, ilegibles, misteriosos. Y por supuesto, ricos. La diferencia fundamental entre los dos reside en el hecho de que, a Von Bülow, parte de la familia lo consideraba culpable. A Carrascosa, no. En la literatura policial este personaje es el más versátil. Ya que el enigma puede desenlazarse igual de efectivamente tanto si confirma su culpabilidad, como si lo absuelve. En el medio de la vorágine de lecturas que emprendí para acompañar al documental, me encontré con una crónica de Florencia Etcheves que culmina contando que Carrascosa la llamó desde la prisión para “felicitarla por su Martín Fierro”. En un gesto tan escalofriante, como difícil de interpretar. Y entonces recordé aquella escena formidable de Irons: “(Alan Dershowitz, a Claus)-Eres un hombre muy extraño.

(Claus)-No tienes ni idea…”.

Diego Molina Pico: Fiscal de la causa a cargo de la investigación. Si bien el rol que ocupa dentro de todo el asunto es el del investigador y todo apuntaría a que él debe encarnar en la narrativa la piel del detective, este hombre, guapérrimo y de voz hipnótica, no encaja del todo en las características necesarias de la trama. Aún teniendo algunas de las cualidades del detective, otros rasgos de personalidad que afloran en la serie lo pondrían indefectiblemente en otro papel. En el policial de enigma, el detective es generalmente aristocrático o, por lo menos, se mantuvo siempre en círculos cultos. Molina Pico tiene esa procedencia así que, hasta allí, estaríamos bien. Pero me temo que es este el único rasgo que se le desprende que podría ponerlo en el espacio que ocupan Sherlock Holmes, Miss Marple o Hércules Poirot. MP, es apuesto y premeditadamente reservado, inteligente y sensible, con una inclinación profunda hacia las artes. Es claro en sus desarrollos verbales, en su narración y en la búsqueda de metáforas, sin embargo, es excesivo. Barroco. Se describe a sí mismo inspirándose en el Zorro y, cuando se relaja, hasta se compara con el Quijote, asomándonos a todos a un narcisismo romántico que parece bien intencionado, pero que también es compatible con la vanidad perniciosa, la megalomanía y con la negación del mundo. Y es aquí donde todo empieza a desdibujarlo como el detective. Porque si bien el rol es siempre excéntrico y en algunos casos ególatra en la novela, esos rasgos se vislumbran en minucias, en detalles, en fobias, en adicciones, en miserias. Casi nunca en el delirio de paladín. Diego Molina Pico es en esta trama, más ajustadamente, el personaje que se cree el detective. Que se cree el protagonista, pero no lo es. Un Lestrade, tal vez, si lo percibimos inocente y bien intencionado. Un Giraud, en “Asesinato en el Campo de Golf”, quizás. O un Doctor Shepard (salvando las distancias), si lo evocamos como alguien que narra la investigación de un asesinato, editando sus elementos, hasta que es descubierto. Me encantaría que Molina Pico fuera el detective, pero ponerlo en ese rol sería forzar la trama. Él habla de que la familia lo engañó, porque compró la presentación de los hecho tal cual se los mostraron cuando llegó a la escena del crimen. El detective de la historia jamás hubiera hecho eso, ya que su prerrogativa es la duda.

Horacio García Belsunce: Encarna la ingenuidad propia del privilegio. El despiste de clase alta, basado mas que nada, en el blindaje absoluto, en su crianza, hacia la fealdad del mundo. El convencimiento de cuna de tener derecho a todo. Lo relaciono con Raymond West. El sobrino de Miss Marple. Pagado de sí mismo. Creyéndose más inteligente de lo que realmente es, cuando en realidad todos están un paso más adelante que él. Capaz de creer que puede evitar los incordios de la burocracia solo porque tiene doble apellido, sin ver en eso un sesgo malicioso, ni empleando astucia en sus acciones. Usando muletillas ingenuotas como “mi hermanita”, refiriéndose a la víctima, persiguiendo la empatía general. Y enumerando sin filtro expresiones que resultan casi estúpidamente incriminatorias.”Le rompería la cabeza…”, “Es para matarlo…”, y cosas por el estilo. Leguleyo y un poco pesado, cae mal. ¿Pero acaso es eso suficiente para implicarlo en un crimen? Todo dependerá de cómo avance la trama. A menudo son los personajes pesados y de los que todo el mundo huye, los que superan en inteligencia al resto y terminan develando una profundidad inusitada, que a veces fondea en el crimen. Pero, honestamente, no creo que este sea el caso. Es demasiado conspicuo, no hay reserva alguna. Por lo menos no resulta literario, ni dramático del todo. Y eso nos deja un tanto decepcionados a la hora de juzgarlo sospechoso. Simplemente, no parece plausible.

Irene Hurtig: Sueño mucho con Irene. Se me aparece, sentada en su silla, hablándome de frente. Insistiendo en la inocencia de la familia. Ella es mi personaje favorito dentro de este policial de enigma. Es la más inteligente de todos. Con una mente deductiva veloz, fuerte, resistente, elegante y, aunque muy cortés, también poco compasiva. El personaje ideal para volverse el amigo/sospechoso del detective. De retórica aplastante (lo dejó regulando a Canaletti y sus zancadillas verbales de liga infantil), la relaciono con Daphne Castle, la amalgama creada con los dos personajes de la novela original de Christie, Mrs Castle y Rosamund Darnley, para Maggie Smith en el El diablo bajo el sol. Se nota a la legua que, en su versión pública, Irene refrena un sarcasmo que en la vida privada le es inherente, natural. Muy típico de las personas que combinan un origen encumbrado, con un escándalo social. El perfecto equilibro entre “entitlement” y “chip in the shoulder”. Si ella fuera la protagonista absoluta de la trama, tarde o temprano, ocuparía el rol del detective. En la vida real se convirtió en abogado penalista después de su tragedia y acciona ahora desde ese lugar. Justiciera o vengadora, de acuerdo a cómo elijamos percibirla. En la novela negra, el detective suele descubrirse finalmente como el perpetrador del crimen, no así en la novela de enigma. Entonces, ¿quién es Irene dentro de esta trama? No hay dudas de que le tocará a ella misma develar ese misterio.

John Hurtig: El “tocapito”. El personaje que advierte a los demás que él se ha percatado de algo que fue pasado por alto. El que da la voz de alarma y hace accionar al resto. “¿Cómo se resbaló si tenía las zapatillas puestas?”. Joroba y joroba hasta que la propia familia mueve el avispero de tal manera, que desencadena (previa intervención de Romero Victorica) la llegada de Molina Pico a la casa. Es él quien tira y quien pone en cuenta de la existencia del “pituto” a todo el mundo. En La casa del ídolo de Astarté, es el propio asesino, Elliot Haydon, primo de la víctima, el que jura y perjura que el muerto ha sido asesinado. Hace llamar a la policía e insiste en que vio una daga, allí, donde nadie la había visto. Inclusive él mismo es herido por dicha daga después. Ahora bien, ¿es John un “Elliot Haydon”, o en verdad es alguien que, con ojos nuevos, comienza a entender que lo que le dijeron a la familia que había ocurrido no se correspondía con la realidad? Dentro de la trama John grita como enajenado. A las claras se ve su transformación tanto externa, como interna. Viendo viejas entrevistas se lo veía como un nene bien, privilegiado y canchero, que parecía pensar que quien no entendía lo que había sucedido, simplemente era un tonto o no estaba a su altura. Ahora, en cambio, habiendo estado cara a cara con la peor parte del mundo, parece haber encontrado su fortaleza y, paradójicamente, su libertad. En el periplo dramático de la trama es el hombre que despierta. Una y otra vez repite lo que siempre dijo. Y hasta en sus contradicciones parece haber una verdad irrevocable. Lo veo como a alguien que en el naufragio lo perdió todo y lo ganó todo. Quizás y por qué no, él podría constituirse en el narrador definitivo de la historia: un Watson, medio pasado de vuelta.

Bártoli queda algo desdibujado en la trama de Carmel y es el marido muerto de Irene. Quien parece haber pagado con la vida el precio de todo lo acaecido. Ya sea culpable o inocente, es el cordero sacrificial que va a acompañar a la víctima en la soledad de la muerte. En la oscuridad del misterio. Los médicos Gauvry Gordon y Biasi, son la mucama y el ama de llaves que se contradicen entre sí. Quienes están en el medio de la narrativa para que todo se vuelva una duda. La siembran y la abonan. Inés Ongay en tanto, es ese personaje excéntrico, que se cree pitonisa y asegura que vaticinó todo el asunto. “Supe que la habían matado”, dice sobreactuando tanto su participación en los hechos, como su amistad con María Marta. Este tipo de personajes suele ser inofensivo, en tanto su voluntad de protagonismo solo entorpezca la trama con percances y desvaríos. En este caso, creo, fue demasiado lejos. La cuestión de ir a ver a Carrascosa a la cárcel solo para decirle que no lo vería más, me resultó verdaderamente insufrible y también describe con pluma acabada, la necesidad de ponerse en el centro de la escena de un personaje que estaba, como mucho, destinado a ser anecdótico. Es la propia Ongay quien unge a Pichi Taylor en una especie de Condesa Grantham de trazo grueso, cuando en el careo y sin miramientos, la pone frente al hecho de que no tiene familia a la que rendirle cuentas por sus devaneos, con el acento más bienudo que puede y de la manera más tradicional y arquetípica posible. En la factura final, ambas, solo agregan condimento oprobioso a toda la historia y quedan endeblemente paradas.

Y finalmente, Nicolás Pachelo. El vecino truculento, de pasado condenatorio, muy atractivo y de misterioso aspecto. Pachelo está concebido y conformado perfectamente, casi como si hubiera sido escrito para la trama. Un hombre joven, más todavía en aquel momento, de desprecio manifiesto por la víctima y de temperamento criminal probado. De encumbrada procedencia, igual que la familia protagonista, este hombre representa todo lo que queremos de un personaje: inteligentísimo, apuesto, opaco, temerario. Contrapeso contestatario y brutal de una línea de sangre que nadaba en privilegios y que se sentía ingenuamente a salvo de todo. Pachelo es el espejo cruel que les muestra que no son inocentes ni en sus vidas, ni en sus muertes, y que el mal también acecha dentro de sus amuralladas existencias. Su diagnóstico psicopatológico, disponible en la red, reza: “Trastorno severo de la personalidad, psicopatía, personalidad asocial/antisocial. Psicodinámica evolutiva: hacia el psicópata desalmado (Shneider). Carácter de la conducta: peligroso para terceros. Rasgo principal: total incorregibilidad”. Y lo firma Enio Linares, presidente (al momento del diagnóstico) de la Academia de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Ahora bien, que alguien sea un psicópata, ¿lo convierte en el asesino de esta historia? Testigos lo ubican a la hora de los hechos en las inmediaciones de la casa de María Marta. Pero el fiscal no se inclinó por esa línea de investigación ni ahondó en ella. Aún cuando hay imágenes de las cámaras del barrio cerrado, que contradicen su coartada. Su ADN no estaba en la escena del crimen. Sin embargo, con la limpieza que hicieron los Belsunce, prueba valiosa pudo haber sido descartada. Pachelo será ahora juzgado por el crimen, estando ya preso por otros delitos. Y me pregunto, ¿a quién se parece este hombre dentro de la diégesis del policial de enigma? A mi mente vienen dos personajes, ambos del espectro criminal: el Moriarty escrito para Sherlock Holmes de Conan Doyle, y el Ratchett/Cassetti de Christie, para “Asesinato en el Oriente Express”. Sabemos que Pachelo no es inocente, porque es un probado criminal. Lo que no sabemos es si es culpable de este crimen. Como Moriarty, se lo sabe autor de muchos, pero también como él, se ha escurrido brillantemente. Sin embargo, como dicen en el policial, la inteligencia llega hasta cierto punto y la suerte se acaba. Así pues, hasta los Moriarty del delito, tarde o temprano, terminan cayendo. Por otro lado, si lo ubicáramos en le rol de Cassetti, estaríamos hablando de un criminal que termina siendo ajusticiado por su pasado malhechor, por la mismas víctimas a las que injurio directa o indirectamente. Lo que lo pondría entonces en el estatus del chivo expiatorio, que se tiene merecido el tormento.

En la novela de enigma, la justicia suele ser servida finalmente, pero no siempre dejando buen sabor de boca. En muchas de las tramas, el crimen desnuda las cuitas de todos los protagonistas, lo hayan cometido o no. Y los dejan frente a la verdad de sus propias y muy miserables existencias. Es menester del lector, mover las piezas que han sido servidas en esta columna, y construir la narrativa final de manera en que mejor encaje con su particular tablero. Aunque, seguramente y como a menudo sucede, la verdadera justicia escapará al argumento, dejándonos a todos un poco descreídos y desencantados.

 

© Laura Dariomerlo, 2020 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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