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33º MDQ FILM FEST | Mandy

33º MDQ FILM FEST | Mandy

I’m living on an endless road

Around the world for rock and roll

Sometimes it feels so tough

But I still ain’t had enough

I keep saying that it’s getting too much

But I know I’m a liar

Feeling all right in the noise and the light

But that’s what lights my fire

(Hellraiser, Motörhead)

Después de casi siete años del estreno de su ópera prima, Beyond the Black Rainbow, Panos Cosmatos presenta Mandy: un viaje lisérgico, una aventura gráfica y una re-versión de un mito de la antigüedad clásica al ritmo de una orgía de sangre y metal.

La primera escena de Mandy reposa en un eterno plano cenital que nos muestra un bosque frondoso e impenetrable para luego pasar a un primer plano del carpintero Red Miller (Nicolas Cage), protagonista de esta historia. La inmensidad y la idea de soledad en esa desterritorialidad están bien planteadas y con esta prolijidad se mantienen a lo largo de toda la obra. La propuesta de este procedimiento es bien ambiciosa y subyace a la preminencia de la alegoría como motor principal del film. Ello significa, en primer lugar, que toda referencia a lugares o a épocas no es perfomativa de acción alguna sino que se construye como mero espejismo, un recurso mediante el cual Cosmatos experimenta kafkianamente con el propósito de narrar, una vez más, la misma historia humana.

El argumento es muy sencillo. Un pueblerino que transcurre su vida entre trabajos manuales, una esposa a la que ama y una rutina ordinaria, hasta que fanáticos de la secta del Nuevo Amanecer arriban al paraje para trastocarlo todo. El jefe de la secta quiere poseer a Mandy (Andrea Riseborough) pero, frente a la leonina resistencia de la mujer, no le queda otra que eliminarla. Desde esta perspectiva, el film rápidamente nos sorprende frente a dos situaciones. Por un lado, no asistiremos a una película de “porno-tortura” al estilo Hostel (2005) o Saw (2004) ya que el momento previo a la muerte de Mandy solo tiene valor en tanto dispositivo funcional. El gore en Mandy es, valga el oxímoron, arbitrario y  limpio. Por otro lado, la utilización clasicista del tópico “beatus ille” –dichoso aquel que disfruta la vida natural- dice mucho de la construcción épica que Cosmatos va a respetar a rajatabla. El establecimiento en el campo garantiza la felicidad, la paz, mientras que el mal viene desde afuera. Los fanáticos religiosos introducen el clima de horror sobrenatural; dicho clima se expresa visualmente a través de una sobresaturación de colores y de los montajes repetidos una y otra vez. El marco rural, cuna del buen salvaje, no es, en términos narrativos, inmune a la violencia. Más avanzada la película podemos escuchar en la radio del auto de X a un locutor asegurando que la mayoría de la población americana está a favor de los valores tradicionales, por lo que podemos inferir que no hay reductos ni oasis de libertad: los fundamentalismos arrasan con todo a su paso.

X encarna a ese Orfeo apacible y adánico cuya alegría se ve conmovida cuando la muerte le arrebata en sus fauces a su Eurídice bien amada. Orfeo ingresa a los infiernos, aun cuando sabe de antemano que su empresa será un fracaso: de una manera u otra, volverá sin Mandy. Pese a esto, los preparativos para el viaje resultan de las escenas más disfrutables. La elaboración artesanal de su arma, la intertextualidad con Bava, la motosierra de Ash Williams , los cenobitas de Jeremiah y los pasajes en el auto (al estilo del mejor Jack Black en el videojuego Brutal Legend) construyen,  más que meras enumeraciones, sinceros homenajes.

Así planteada, fuego contra fuego, la poiesis de la venganza en el descenso a los infiernos muestra una carcajada final imposible, deformada, infértil, que Cage interpreta con maestría en uno de los mejores papeles de su carrera. El film es un auténtico viaje lisérgico anti-balzaciano; aquí no encontraremos iluminación ni aprendizaje. El personaje no se construye  a lo largo de la sangrienta peripecia ya que se juega deliberamente con el escamoteo, el vaciamiento. Red Miller es un ser ha perdido todo y por ello está condenado a deshacerse.

Cosmatos, en definitiva, presenta este Orfeo de pies de barro, manos ensangretadas y guitarras cuyos riffs conjuran la película más arriesgada del año.

© Paola Menéndez, 2018 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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