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DOSSIER

El orgullo velado. Las representaciones cinematográficas de la diversidad antes de Stonewall. Parte II

En los años cincuenta dos obras del dramaturgo Tennesse Williams que ponían a la homosexualidad como eje central del conflicto narrativo son adaptadas al cine. En Un gato sobre el tejado de cinc (Richard Brooks, 1958), Paul Newman Y Elizabeth Taylor personifican a Brick y Maggie, un matrimonio que atraviesa una profunda crisis. Él es apático y fastidioso, se refugia en el alcohol y se muestra inmune a los intentos frustrados de seducción por parte de ella. El motivo de este rechazo y autodestrucción es el dolor que está atravesando por la muerte de un amigo. En la obra original, este supuesto amigo muerto en realidad era el amante de toda la vida. De todos modos hay algunos indicios en la película, como la dificultad del padre machista para entender por qué su hijo está tan mal por la muerte de un amigo, pues algo más habría. Williams no quedó para nada satisfecho con la adaptación porque se acalló el punto central del nudo dramático, que era la homosexualidad del personaje de Newman.

Un año después se estrena otra de sus obras: De repente, el último verano (Joseph L. Mankiewicz), pero esta vez él se encarga del guion para la adaptación al cine, junto a Gore Vidal. Aquí tenemos nuevamente a Elizabeth Taylor interpretando a Catherine, quien se encuentra en estado catatónico luego del trauma de presenciar la ominosa muerte de su amado primo Sebastián. En el tratamiento psiquiátrico de recordar lo reprimido sale a la luz que Sebastián era homosexual y fue devorado por una manada de chongos caníbales. La genialidad de esta adaptación es que ejerce un manejo de subtexto que sin decirlo, indica todo el tiempo que el primo era homosexual. De todos modos, nuevamente la disidencia es representada de manera monstruosa y trágica. La película escandalizó a parte de la crítica conservadora del momento y fue censurada en varios países del mundo.

En los años 60 comenzó una paulatina apertura de la censura. El film La mentira infame (William Wyler, 1961) fue uno de los hitos fundamentales para empezar a derribar el código Hays. Se trata de un melodrama lésbico estelarizado por actrices estrellas como Shirley McLaine (Martha) y Audrey Hepburn (Karen). Las protagonistas son dos maestras y compañeras de trabajo que están a cargo de un internado de niñas. Martha está enamorada de Karen, quien a su vez está por casarse con un médico. Una niña díscola hecha a correr el rumor de que vio a las maestras besándose y eso desata el escándalo de la comunidad que saca relucir toda su violenta intolerancia. También relata la homofobia internalizada que padece Martha, la cual se mortifica con autorreproches y sentimientos de culpa por la vergüenza que le genera su deseo. El personaje LGBT es representado desde la lástima y el irremediable destino desdichado. El lesbianismo es el tema que circula en todo el relato, pero en ningún momento se lo menciona o se lo muestra, valiéndose de unos vastos recursos cinematográficos para contarnos todo.

A medida que las restricciones comienzan a perder fuerza, las temáticas de la diversidad salen tímidamente del closet.

En Tormenta sobre Washington (Otto Preminger, 1962), Don Murray es un senador que investiga y se opone al candidato a Secretario de Estado por haber coqueteado con el comunismo en su juventud, pero comienza a ser chantajeado por tener un pasado homosexual. Barbara Stanwyck es la maléfica y posesiva proxeneta en Por los barrios bajos (Edward Dmytryk, 1968), que tiene una relación lésbica con la bella Capucine, e impide que el heroico varón heterosexual rescate a esta del mundo de la prostitución. En el melodrama Reflejos en tus ojos dorados (John Huston, 1968) Marlon Brando interpreta a ex militar narcisista, impotente y perturbado que se obsesiona con un soldado al que vio desnudo en el campo. Todas estas historias terminan muy mal. Pero la película de John Huston nos regala una excepción; el único personaje que no está border es el más marginal y excluido: un adorable filipino marica.

Para 1968, el código Hays había dejado de tener efecto, y con ello se comienza a representar la sexualidad en la pantalla, aunque la diversidad seguía siendo tabú porque la sociedad era fuertemente homofóbica. De todos modos, algunas producciones se atreven a mostrar varios relatos relacionados con el tema.  Se destaca, por ese entonces, la ganadora del Oscar a la Mejor Película Midnight Cowboy (John Schlesinger, 1969), mostrando el dilema de un joven (John Voight) que ofrece servicios de prostitución para mujeres, pero ante la falta de mercado, se plantea la posibilidad de dedicarse a hombres, a pesar de su latente homofobia. El film exhibe algunos ámbitos de la cultura gay neoyorquina, y también los personajes repiten muchas veces la palabra marica como insulto, para reafirmar su virilidad.

Paralelamente a la industria de Hollywood, nace un cine independiente de vanguardia y bajo presupuesto que logró que muchas de sus realizaciones fueran consideradas películas de culto. Representaban una contracultura que cuando abordaban las sexualidades no hegemónicas lo hacían de manera disruptiva, desafiando los códigos de regulación que imponía el gran negocio. Se destacan entre ellas el mediometraje Scorpio Rising (Kenneth Anger, 1964), que recrea un fetichismo gay con una banda de motoqueros nazis que practican desde sadomasoquismo hasta orgías. También tenemos la primera de la trilogía entre Paul Morrisey y Andy Warhol, Flesh (1968). El film nos trae a un joven taxiboy bisexual (Joe Dallesandro) que recorre las calles de New York en busca de clientes varones para mantener a su novia e hijo. La película es pionera en presentar un cuerpo desnudo masculino como objeto erótico.

En el otro lado del Atlántico no existía este código de censura, con lo cual la sexualidad formaba parte de los relatos de manera corriente, aunque la homosexualidad seguía siendo penalizada en varios países europeos, con lo cual abordar historias diversas era fuente de escándalos y algunas prohibiciones. Así y todo, hubo producciones más arriesgadas y valientes que supieron dar cuenta de otros modos pulsionales que no fuesen lo que dicta el mandato heteronormativo.

En 1950, el artista francés Jean Cocteau presenta Orfeo, una adaptación moderna del mito griego en clave surrealista con subtexto homoerótico. El trasfondo homosexual se ve metaforizado en el vínculo de Orfeo (Jean Marais) con Cégeste (Édouard Dermit), intermediado por el personaje de  La Muerte. Además que hay gran cantidad de planos de cuerpos masculinos. También ese año se realiza el cortometraje Un chant d’amour (Jean Genet), un relato mudo erótico en clave soft porno entre dos presos separados por una pared y la mirada voyeaur de un carcelero.  No faltan besos, caricias, masturbación y todo un juego erótico entre dos varones.

Es en el Reino Unido donde se toma la iniciativa en intentar abordar la diversidad con todas las letras. Victim (Basil Dearden, 1961), es la primera película en que se nombra lo innombrable: la palabra homosexual. Retrata a un abogado (Dirk Bogarde) que tiene una vida de apariencia heterosexual y otra paralela reprimida, por lo que recibe varios chantajes que amenazan develar el secreto. El padecimiento del personaje es tormentoso, pero también teníamos allí un alegato que cuestionaba la penalidad de la homosexualidad en ese momento. Fue recibido con gran polémica y escándalo.

Ese mismo año se estrena el coming of age A Taste of Honey (Tony Richardson), que cuenta la historia de una adolescente embarazada y la amistad que forma con un chico gay. Se destaca la contención afectiva que él le brinda, en contraposición a la madre abandónica de la joven. Es una de las primeras veces en que hay un enfoque positivo de la homosexualidad: un personaje querible que no termina trágicamente.

En 1968 Robert Aldrich realiza The Killing of Sister George. Aquí se representa el lesbianismo a través de una actriz veterana, alcohólica y rabiosa, cuya carrera está en decadencia y tiene una relación con una mujer mucho más joven. La novedad es que hay escenas de sexo lésbico y de fiestas en un club LGBT. El sufrimiento del personaje no tiene tanto que ver con su orientación sexual, sino con el ocaso profesional y el fracaso amoroso, en un contexto cruel que no perdona que alguien llegue a ser vieja, lesbiana y gorda.

La Nouvelle vague en Francia hace su aporte con Les amitiés particulières (Jean Delannoy, 1964), que sin mostrar ni decir nada explicito se mete con la homosexualidad en la infancia, a partir del vínculo amistoso y de enamoramiento que entablan un niño de 14 años y otro de 12 en un internado católico. La represión viene por parte de los sacerdotes a partir del castigo y adoctrinamiento. Obviamente al momento de su estreno la iglesia puso el grito en el cielo.  En 1968, Claude Chabrol presenta Las dulces amigas, un film al que no le falta lesbianismo, bisexualidad, relación de tres y crítica de clases. Una lesbiana ricachona y dominante (Stéphane Audran) seduce a una chica artista en la calle (Jacqueline Sassard) y se la lleva a vivir con ella, pero cuando aparece un varón heterosexual (Jean-Louis Trintignant),  la libido de los tres comienza a circular por lugares bastante recónditos. En ambos films, la muerte es el destino de las disidencias.

En Italia, Federico Fellini hace su adaptación surrealista de Satiricón (1969), donde dos esculturales jóvenes, Encolpio y Ascilto, se pelean por su esclavo favorito Girón. Girón escoge a Ascilto, lo que lleva Encolpio a buscar nuevos amores en la Roma antigua. Fellini pone la cámara al servicio del cuerpo masculino y aporta escenas de sexo homosexual. Quien patea el tablero con un cine rupturista fue Pier Paolo Pasolini, y así con Teorema (1968), viene a meter el dedo en la llaga de la familia burguesa y heterosexual. Un sensual huésped (Terence Stamp) llega a la casa y despierta pulsiones reprimidas de todos sus integrantes; padre, madre, hijo, hija y empleada doméstica. El visitante no le niega placer a nadie, aunque a su partida, el deseo de cada uno de ellos queda descubierto a flor de piel, y cada quien se las tiene que arreglar como puede. Este despertar sexual cuestiona los mandatos represivos de la cultura y de la iglesia, que no dudó de catalogar a la obra como inmoral.

La película alemana Escenas de caza en la baja Baviera (Peter Fleischmann, 1969) también pone en tela de juicio la moral represiva de la sociedad y la religión, ilustrando como esta se coloca al servicio del odio, la intolerancia y la violencia de la población. Una comunidad rural se entera de que uno de sus habitantes estuvo en prisión por la supuesta ley que penalizaba la homosexualidad. Lo que empieza como rumores da vía libre a la crueldad colectiva con humillaciones brutales y hostigamientos inquisidores que desencadenan el horror. Detrás de la homofobia se esconde el odio, producto de disciplinamientos ideológicos arcaicos.

En nuestro país, el enfoque no fue muy distinto al de Hollywood, durante décadas se invisibilizaron las disidencias sexuales o se las representó desde un lugar degradado. El cine argentino desde sus comienzos participó en la construcción de una identidad nacional, basada en valores morales que provenían del criollismo, inculcando la honestidad, el trabajo y el patriotismo, haciendo hincapié en los rasgos hiper-viriles de sus personajes masculinos. Fue Daniel Tinayre quien se animó a visibilizar algo de lo no dicho con algunas de sus películas. En Deshonra (1951) inicia el subgénero cárcel de mujeres, mostrando una relación lésbica entre dos reclutas, una alcohólica y la otra asesina. Extraña ternura (1964), film donde la homosexualidad es insinuada, trata de un millonario que se obsesiona con su ahijado y no soporta que el joven enloquezca por una mujer. El rufián (1961) relata un triángulo amoroso entre un cirujano homosexual, su esposa y el amante de esta. El médico intenta por todos los medios hacer pasar a la mujer por loca, debido a que ella se percató de sus amoríos con un joven colega. Finalmente el marido es asesinado por el amante de ella. El film de Tinayre es el primero que exhibe a un personaje abiertamente homosexual en el cine argentino, por fuera del estereotipo payasesco.

El cineasta Carlos Christensen juega con el mito lesbiano griego, y en Safo. Historia de una pasión (1943) subvierte los estereotipos de género establecidos en la época. Mecha Ortiz es una mujer hombruna, decidida e independiente que arrastra y seduce al joven inocente y sensible Roberto Escalada.  Es en su estadía en Brasil donde aborda más directamente la temática homosexual. O Menino e o Vento (1964) es un relato mágico, que cuenta como un joven ingeniero es acusado por casi todo un pueblo de haber asesinado a un muchacho porque se sospechaba que tenían amoríos. Este film brasilero es considerado una de las primeras películas gay de Latinoamérica.

Armandó Bó, junto a su actriz ícono Isabel Sarli, fueron los representantes del cine erótico local. En Fuego (1969) tenemos las primeras escenas de sexo lésbico. Sarli hace de una ninfómana insaciable y deja que su ama de llaves (Andrea), claramente lesbiana, con voz gruesa y actitud viril, despliegue sus pulsiones sobre su cuerpo. La película nos regala una escena que cuestiona los mandatos heteronormativos. Cuando el pretendiente de Isabel intenta denigrar a Andrea desde un lugar moralista, ella le responde: “Esto no es bajo instintos, esto es amor señor, un amor como el suyo, de dos seres que se aman profundamente”.

Si las representaciones de gays y lesbianas fueron hechas desde aspectos negativos, las identidades de género disidentes fueron mostradas, las pocas veces que se hacía, en la absoluta denigración, caricaturizando a la figura travesti hasta los lugares más grotescos y pueriles, desde el desprecio de una mirada misógina y homofóbica. Cuando el travestismo es llevado a cabo por mujeres, presenta un semblante de varón que sirve para mostrar habilidades superadoras y seductoras, como vimos en el caso de Marlene Dietrich. En cambio si el que se trasviste es masculino, la imagen es degradante por rebajarse a ser mujer; en general se lo hacía con vestidos y pelucas baratas, el objetivo era ridiculizarlo para generar risas.

La desnaturalización de identidades hegemónicas en el cine durante muchos años funcionó como transgresión, solo si se trata de una estrategia transitoria y/o humorística que no pone en juego la heterosexualidad de los personajes. En La novia era él (Howard Hawks, 1949), Cary Grant se hace pasar por mujer para poder viajar e ir a ver a su novia. Katharine Hepburn se camufla de varón para acompañar a su padre a Londres en Sylvia Scarlett (George Cukor, 1935). Tal vez, el caso más conocido sea el de Una Eva y dos Adanes (Billy Wilder, 1950), donde dos músicos (Jack Lemmon y Tony Curtis), escapando de la mafia, se travisten de mujeres para entrar a una banda femenina. Contiene uno de los finales más memorables, cuando el personaje de Lemmon le confiesa al señor que lo cortejaba que en realidad él es un hombre. Este le responde: “bueno, nadie es perfecto”. Un final que deja abierta la idea de por qué no una posibilidad homosexual.

En el circuito del cine experimental, Ed Wood, dirige y protagoniza Glenn o Glenda (1953), film inspirado en Christine Jorgensen, la primera persona en someterse con éxito en una cirugía de reasignación de sexo. A pesar de abordar la transexualidad de manera novedosa, fílmicamente fue tan burda que le valió el apodo de el peor director de todos los tiempos, además de que los medios no estaban preparados para este tipo de abordaje.

Uno de los cuestionamientos que se suele hacer a Psicosis (Alfred Hitchcock, 1961), es el mensaje transfóbico latente que supuestamente tendría, ya que cuando Norman Bates asesinaba a sangre fría lo hacía vestido de mujer. El dilema surge porque Norman se vestía de la madre, no de mujer; y eso no es travestismo sino delirio. Un psiquiatra sobre el final de la película lo deja en claro. El personaje tenía una alienación psicótica con su madre, que no tiene nada que ver con la identidad trans o travesti.

Pero el aporte más interesante de las identidades travestis/trans viene desde Japón. La experimental Funeral Parade of Roses (Toshio Matsumoto, 1969) retrata la vida de mujeres transgénero en Tokio, paseando por la subcultura queer y drag japonesa de esos años. Una transgresión honesta en clave surrealista y psicodélica, que fue muy adelantada en su época, al punto de que un diálogo expresa, muy poco tiempo antes de Stonewall: “Las travestis también tenemos orgullo”. Una declaración que aun hoy sigue vigente, porque el colectivo trans muchas veces también es excluido y discriminado dentro del mismo ambiente gay.

El día anterior a la redada Stonewall, se llevó a cabo el multitudinario funeral de Judy Garland, quien había fallecido el domingo anterior. Se dice que mucho de los rebeldes que participaron de los disturbios habían asistido a la ceremonia para despedir a la actriz. Es que no solo se trataba de la muerte de un ícono: se había ido Dorothy, se había ido una amiga. Ser amigo de Dorothy era la contraseña para reconocerse entre otros, cuando la identidad sexual se mantenía en absoluto secreto. Son varios los que afirman que en la noche de la revuelta, además de furia y hartazgo, había dolor por esa pérdida.

Su legado fue su arco iris en forma de bandera, símbolo que visibiliza la causa por la lucha de derechos que se viene gestando desde antes de la revuelta y que todavía sigue dando motivos para seguir luchando, en una sociedad que aún conserva raíces homo y tansfóbicas y en un mundo en que la homosexualidad sigue siendo penalizada en varios países.

Igualmente los logros alcanzados fueron inimaginados por aquellos años. Luego de Stonewall las representaciones cinematográficas de la diversidad crecieron notablemente; claro que no fue solo ese hecho, sino una convergencia de movimientos sociales y culturales que posibilitaron una mayor aceptación. Fue un proceso muy gradual porque aspectos negativos de las representaciones, sobre todo para el colectivo trans, permanecieron muchos años más. Hoy en día, es moneda corriente que las realizaciones cinematográficos aborden cuestiones de la diversidad sexual e identitaria tanto en la temática central como en alguna subtrama paralela. Año tras año, relatos fílmicos de historias queer, de diversas culturas y países son reconocidos, premiados, recorren los festivales del mundo. Este cambio social, cultural y político es gracias a esos militantes y activistas que pusieron el cuerpo y la vida para que hoy yo pueda escribir y publicar este texto, sin miedo a perder el trabajo.

© Emiliano Román, 2021 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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