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DOSSIER

Steve McQueen, de prisión a prisión

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(Hay pistas del argumento de Shame: Sin Reservas y Hunger)

 

Su nombre no pasa desapercibido en el ambiente cinematográfico. La primera imagen que se nos viene a la mente de Steve McQueen es la del protagonista de El Gran Escape montado en una motocicleta, o acaso mientras recorre las calles de San Francisco encima de un Mustang.

Pero no, no hablamos del mismo Steve McQueen. Nacido el 9 de Octubre de 1969 en Londres, McQueen empezó ganando fama como fotógrafo. En 2003 fue nombrado Artista Oficial de la Guerra de Irak por su vinculación con el Museo Imperial de Guerra y ganó el premio de Oficial de Orden del Imperio Británico en la lista de honor del cumpleaños de la Reina. En 1999 ganó el premio Turner por su instalación y exhibición en el Instituto Contemporáneo de las Artes.

Los reconocimientos en materia fotográfica de McQueen le permitieron conseguir productor para su primer proyecto cinematográfico, Hunger. La historia retrata la huelga de hambre que realizó Bobby Sands, líder del IRA, en una prisión del norte de Irlanda en 1981. La crudeza del film provocó opiniones divididas por parte de críticos, cinéfilos y cineastas. En 2008, McQueen se llevó la Cámara de Oro a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Cannes por dicho film.

Gracias a esa obra, pudimos conocer al alemán Michael Fassbender, que tuvo que hacer una gran dieta para adelgazar y alcanzar la debilidad que requería el guión. Una obra violenta, visualmente barroca e impactante. Sin embargo, McQueen es un director casi teatral. Le gustan los planos largos de duración, conversaciones con cámara fija: en la mitad del relato hay un plano de 16 minutos y medio que retrata la explicación de la huelga y la importancia de la lucha del IRA, entre el protagonista y un cura, que tiene una tensión que imposibilita la monotonía. La brillante interpretación de Fassbender y Rory Mullen provocan seguir la escena con vibrante interés.

Más allá de este plano, a McQueen también le gustan los travelling de movimiento, seguir a los personajes por espacios cerrados en extensos recorridos.

Independientemente del aspecto visual, la marca de McQueen es la creación de climas claustrofóbicos, no solamente por lo que sucede en el exterior (o sea, la prisión en sí), sino en el interior de los personajes, aquello que reprimen, que luchan para que no salga de su comportamiento: la importancia de mantener una imagen masculina de fuerza, de liderazgo, ocultar las debilidades y los sentimientos.

Este tema se profundiza en la polémica segunda obra de McQueen, Shame, Sin Reservas (2011). Nuevamente, con Fassbender como protagonista (ya una cara reconocida gracias a X Men, Un Método Peligroso y Bastardos sin Gloria, entre otras), narra la vida de Brandon, un yuppie de Wall Street, adicto a la masturbación, la pornografía y la prostitución específicamente. Claro, alguien podría simplificarlo como un adicto al sexo en realidad, pero la cuestión es que Brandon recurre al sexo porque no puede relacionarse de otra manera con las mujeres. A pesar de tener gran magnetismo (le habrá quedado algo de su experiencia luchando en Villa Gesell) y una sensualidad innata, Brandon no sabe encarar, tener una conversación amena con personas del sexo opuesto. Necesita satisfacer sus necesidades expresivas consigo mismo o con cualquier mujer con la que no tenga trato directo, como si fuera una droga, a cada hora y en cualquier lugar.

Por supuesto, este comportamiento le provoca vergüenza. No está orgulloso de su flagelación pero, de esa manera, exterioriza todo aquello que debe reprimir para cuidar una imagen elegante frente al mundo.

Sin embargo, vive encerrado. Al igual que en Hunger, McQueen rodea al personaje de paredes, ya sea en su casa o en el trabajo o en un restaurante. Vidrios inmensos, transparentes, que generan otro tipo de claustrofobia, reflejo de la represión interna (también juega mucho con espejos, dos caras). La única persona que conoce al verdadero Brandon, al de los orígenes humildes, es Sissy, su hermana (inmensa Carey Mulligan), una cantante vagabunda que proviene de Los Angeles (¿escapando de su relación con Ryan Gosling acaso?), que se instala temporalmente en el departamento de Brandon, invadiendo su privacidad. Él no la puede controlar como al resto del mundo. Brandon necesita tener control. Sissy representa esa parte que Brandon no puede controlar de su propio carácter: el pasado. Ella escapa de ese pasado, igual que él, pero no lo oculta bajo prendas lujosas, lo expone. Ella es la basura de Manhattan.

La inteligencia de McQueen para representar la ciudad preferida de Woody Allen es justamente mostrar los contrastes. En el interior de los edificios y los espacios, todo es cálido (menos el departamento de Brandon), pulcro, elegante. Afuera, la basura se acumula, las calles están rotas, hace frío. McQueen oscila continuamente entre la belleza y la fealdad. Los da vuelta. Brandon hace un viaje por el infierno. Cuanto más trata de ocultar, más muestra, peor se comporta. Su mundo se da vuelta. A medida que va desnudando su verdadera cara, peor la pasa, pero encuentra mayor satisfacción y placer carnal.

McQueen retrata el sexo en forma gráfica y explícita pero no busca la belleza sino la miserabilidad en los actos, como ver a un adicto a las drogas mientras consume hasta pudrirse internamente. En cambio, cobra más poder una mirada insinuante, una palabra expresada lentamente.

Estilísticamente hablando, McQueen se mantiene fiel a su ideología. Rompe con el tabú del plano secuencia. Al mejor estilo Stanley Kubrick de Ojos Bien Cerrados, sigue a su protagonista mientras corre sin parar por 5 minutos, mientras cruza la Gran Manzana por calles donde hasta los semáforos se vienen abajo. También decide concentrar un extraordinario diálogo entre Brandon y Marianne (Nicole Baharie) en un restaurante en una sola toma de 10 minutos fáciles, interrumpidos por un molesto mozo, que le aporta una mínima cuota de humor a la obra. Marianne representa la única salida de Brandon.

Al igual que en Hunger, McQueen demuestra que puede ser controversial y polémico con una historia que lo justifica, empleando recursos cinematográficos y narrativos, confiando en el poder introspectivo de personajes y actores. Es realmente brillante lo que Fassbender hace en pantalla: la exposición, el despliegue físico pero, principalmente, emocional. La necesidad continua de explotar, de llorar pero, a la vez, de reprimirse. Ser tímido y violento, proyectar sobre su hermana lo que él es. Los contrastes. Lo que se oculta, lo que se encierra y, en algún momento, luego de acumular, sale a la luz.

La elección de los blancos, pero blancos sucios, que no necesariamente transmiten una sensación de pulcritud y pureza, o los interiores ocres, la luz tenue. El momento más brillante (en todo sentido) es cuando Sissy canta con una fina desprolijidad, frágil, melancólica, en tono jazzero, “New York New York”. En palabras de mi colega Gabi Avaltroni “la cámara se enamora de ella” y toda esa fragilidad del personaje se expone en la voz de Carey Mulligan, con un registro actoral completamente diferente a lo visto de ella hasta ahora. Que la Academia de Hollywood haya omitido de la nómina del año ambas actuaciones es la verdadera vergüenza.

Algunos han observado una similitud entre el cine de McQueen y el de Paul Schrader o Martin Scorsese. Sí, algo hay. Podríamos decir que Shame comparte bastante de Gigoló Americano o The Walker (Schrader) como de Taxi Driver o Después de Hora (Scorsese). Pero solo a nivel superficial (más allá de tener Nueva York de fondo, el tono, los climas, la densidad de los personajes, el viaje interno y externo de cada uno). Yo lo vinculo más al cine emocional y a la vez más humano de John Schlesinger. El realizador británico (fallecido en 2003) es recordado justamente por realizar obras sexualmente controversiales (que incluso tuvieron problemas con la censura) como Darling, con Julie Christie como una modelo ninfómana, o Perdidos en la Noche, con Jon Voight como un taxiboy. Mientras que Schrader y Scorsese son cínicos y, en cierta forma, miran a la distancia a sus personajes, emitiendo un juicio por sus acciones, directores como Schlesinger o McQueen se involucran más emocional y sentimentalmente con ellos. Los quieren, los juzgan también, pero los tratan como víctimas de su entorno. Su visión externa puede ser fría pero la mirada interna, no. McQueen no quiere que sus personajes terminen mal, les da la oportunidad de redimirse, algo que Scorsese no quiere (a excepción de Vidas al Límite, pero convengamos que a Scorsese le nació un corazón hace 15 años y no es el mismo).

Pero volviendo a McQueen, más allá de referencias y conexiones (también se podría relacionar los planos de Fassbender mientras corre con los de Dustin Hoffman cuando entrena en Maratón de la Muerte de Schlesinger), el realizador empieza a crear una filmografía muy rica en matices, fiel, autoral, a contrapelo de Hollywood.

Su próximo proyecto es 12 Years a Slave (12 años como Esclavo). Ya desde su título indica que vamos a ver otra historia de prisioneros. La trama gira en torno a un hombre de Nueva York (Chiwetel Ejiofor) que es secuestrado a mediados del Siglo XIX y vendido como esclavo en el Sur. Nuevamente Fassbender está incluido en el elenco, esta vez con Brad Pitt.

Controversial, intenso, atrapante. Steve McQueen, el fotógrafo devenido en realizador cinematográfico, es una de las nuevas caras a tener en cuenta del cine contemporáneo.

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