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Cosas que prometí no decir | Del terror y las inflaciones

Cosas que prometí no decir | Del terror y las inflaciones

El cine de terror se, o lo han convertido algunos entusiastas no muy dotados críticamente, en una suerte de forma o modo de expresión más a cargo de los espectadores, que del propio film y hasta de sus realizadores. Se busca ensayar, o directamente parlotear más que en términos estéticos, en términos biológicos; por ejemplo cuanta adrenalina provoca este u otro film. 

Posiblemente pueda asistirse en poco tiempo a un espectador conectado a un simple y pequeño aparato, con seguridad de origen chino, que controlaría en paralelo a la proyección del film, los sutilísimos cambios en el registro cerebral de quien lo está viendo.

Desde luego este “terror” parece ser el último refugio de algo tan vetusto como la “cinefilia”. Algo que tras la aparición de determinados films desde cuatro o más décadas a esta parte, sería comparable a seguir coleccionando estampillas en la Florencia de los Medici. El anacronismo es deliberado, por las dudas…

Esta actitud más que retrógrada, que lo es, es de gran interés político y ni hablar teológico. Dejemos este punto ya que he abundado en tal relación. Aunque no sería nada malo insistir alguna otra vez en ello.

Es obvio de toda obviedad para quien ha seguido –no digo estar de acuerdo, digo y repito, “seguido”- mis ensayos teóricos en cuanto a que la creación de un modo de representación y de presentación conocido como “horror” o “terror”, nace de consuno a la articulación de algo llamado Clase B. 

Esta fue un modo doble de producción, tanto en sentido económico como de producción de sentido. Terminado el afianzamiento de los grandes estudios, a comienzos del “sonoro”, lograda su toma de poder cultural dentro del mundo “wasp”, mediante las grandes producciones, que llamaremos “A”, se dieron o vieron la posibilidad de insertar todavía más elementos polémicos que los disponibles en el terreno anterior. Terreno que había ya conseguido insertar polémicamente al concepto del cine en el devenir de las artes. Sin importarles un ardite –de allí su genio político- en medirse con objeciones sociológicas, o de las políticas que para entonces se creían progresistas.

Así, fue que la “Clase B” buscó rastrear y reubicar ciertos temas y motivos aún más polémicos que aquellos ya puestos en escena por el cine anterior (A).

El Hollywood clásico, tuvo entre tantas otras virtudes, el ser un excelente lector ¿Y qué cosa es eso lato sensu? Ignorar las etiquetas y categorías editoriales y periodísticas. Así no rescató, sino que puso en su verdadero lugar a autores como Poe, Mary Shelley, Bram Stoker y un afortunado etcétera. 

Pero no solo leyó y entendió sus recursos estilísticos, sino que fue hacia lo mitopoético, y allí dio sabiamente con su contenido político-filosófico y que apuntaló aún más esa cuña, y sostuvo más firmemente otra visión del mundo en polémica radical con el mundo liberal-protestante.

Sin abundar ni extendernos aquí, redescubrió mediante “ricorso” el elemento mítico y simbólico de lo referido a lo sagrado. Desde luego que esto ya era buscado y hallado en paralelo por el Eliot de “La tierra baldía”, el “Ulises” de Joyce, y antes todavía por el Stravinski de “La consagración de la primavera”.

Desde luego que sí. Pero el cine por su concepto de acción, producción y re-presentación, logró de inmediato ¿qué cosa? Tener de consuno a su producción un público afín, educado o reeducado en paralelo por el cine. Obviamente no tenía tiempo para tonterías de coleccionismo, trivia, o pavadas semejantes. El Hollywood clásico consiguió de inmediato tener un público, unos asistentes con una visión simétrica a la visión de los hacedores de cine. Algo que se había perdido, digamos desde la política barroca. Y algo sobre todo que fuera intentado y en buena medida conseguido borrar, tachar; más aún degradar por el liberalismo al campo de lo “atrasado”, “oscuro”, “reaccionario”, “primitivo”, “infantil” y -llegado el caso- “popular”.

Como es sabido, cuando se tiene el poder, que es decisión, los pequeños aunque vocingleros escollos no se tienen en cuenta. 

Por ello mismo Hollywood se dio a crear esta forma de producción de doble sentido llamada Clase B. Desde luego y adelantándonos a ciertas demandas, el film “B” no fue sólo de tema o motivo de “terror” u “horror”; o -mejor dicho- de modo fantástico que es mejor que “terror”. Hubo policiales, comedias, westerns, y hasta musicales de tenor B.

Claro que fue el modo fantástico aquel que tuvo más, ¿cómo decirlo? Llegada inmediata al espectador, y debido luego a ese sabio entendimiento binario que tuvo el Hollywood clásico, hizo que se pusiera el subrayado privilegiado en tal modo de acción y de re-presentación.

Esto duró y luego continuó hasta hoy en las condiciones de posibilidad de tiempo y espacios históricos. Los grandes estudios dirigidos verticalmente por familias y asociados, desaparecieron (circa 1965-8); lo cual dio lugar a la autoconciencia de los primeros años setenta. Esta llegó y llevó a su culminación absoluta el concepto del cine. Incluida la Clase B fantástica (Carpenter, Cameron). 

Desde luego al concepto del cine se lo intenta desfigurar ahora mediante la inflación, como así ocurre con el dinero, para desvalorizar la representación. Así el exceso de circulación de billetes (no de moneda*) hace que su serialización no represente lo que supuestamente presenta. Bien. De tal modo la producción inflacionaria del plus estético, inherente al ser humano y en disputa permanente con su parte biológica-económica, es intentada ¡y con mucho éxito, atención!, ser degradada del mismo modo que el papel moneda. Mejor sería decir, papel-no moneda.

Para esto, para esta inflación se necesitan dos cosas. Que a la puerilización de los medios se siga de inmediato la puerilización de sus fines.

Esto último necesita de la banalización -mediante inflación- del sentimiento estético traducido en crítica. Que antes que nada es poner límite al entendimiento. Es decir no acumular sensaciones, imágenes, sonidos, y demás, sin hacerlas pasar por el filtro del razonamiento. Que desde luego puede prescindir de fórmulas o metalenguajes para encarar la crítica. Empezando incluso por prescindir de mis propias teorías.

El llevar una formación o expresión anímico-espiritual, sobre todo a partir del triunfo o “cerebralización” incluso de la mentalidad liberal, a su reducción de mera mercancía de intercambio, es hacerle el juego y hasta participar parasitariamente de tal instrumentalización ya casi planetaria.

Los filias son peligrosas y auto vampíricas cuando no se tienen, o no se buscan, sobre todo, sin filosofía. Que tampoco es emplear un metalenguaje condicionado previamente.

No sólo el cine; lo fantástico en general, había lograr ser casi hasta ayer la última Tule; casi la única fortaleza en pie del pensar y poetizar más extremo y sutil para enfrentar a la mentalidad liberal pos capitalista, o ya “global”.

Ahora padece ya la banalización e inflación de su producción y de sus sentidos. Y así crece el afiche, el parloteo, el “se dice” y “la avidez de novedades”.

Incluso esta “puesta al revés”, se muestra ya en su fase más oscura, cuando ya ha logrado anteriormente la fase de puerilización. Es decir la fase de la oscuridad total (**).

Así los hijos y nietos de padres y abuelos ateos entran en éxtasis oyendo cosas como “Black Sabbath”.

*: recomiendo la lectura meditada de los economistas que influyeron en Ezra Pound y no seguir tan solo recitando su poema “Con usura”. Como las de Silvio Gessel, hoy sostenidas o puestas al día por el italiano Domenico Desimone. Véase en Youtube “Il sogno di Ezra Pound”.

**: algo que hemos tratado en forma narrativa en nuestra novela “Tempestad y asalto”.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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