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[21] BAFICI | Las desventuras del Bafici: El misterio del unicornio

[21] BAFICI | Las desventuras del Bafici: El misterio del unicornio

Apuntes ofendidos sobre las antiguas ganadoras del festival, la premiación de una película fea y la (in)justicia poética.

De las 21 películas que han ganado las 21 competencias oficiales internacionales del Bafici, he visto 13, por lo cual solo puedo opinar parcialmente. Sin embargo, no tengo dudas: no puede haber entre todas ellas una película peor que el documental The Unicorn, la galardonada de la reciente edición. Tampoco puede haberla entre sus 15 competidoras directas, o incluso los estupendos documentales que se presentan cada año. O sea, no representa en absoluto a un festival de tanta diversidad y calidad, a no ser que sostengamos que todo lo que está en ella ya lo vimos aquí un millar de veces. Esta nota da cuenta de esa decepción, y por ello habla más de lo que The Unicorn no es que de lo que es. Y créanme que no es muchísimas cosas, en comparación de lo poquísimo que sí es.

Por lo expresado en la primera oración, no puedo determinar con certeza -si es que existe- el “canon” de premiación del festival, o lo que quiera que sus jurados y/o autoridades buscan que sea la obra que represente de alguna manera la identidad del mismo, algo así como su ADN, o lo que el evento desea transmitir acerca de cómo debe ser una película independiente hoy.

Es fácil saber cuál es la película modélica del Oscar (por ejemplo -y no es chiste- una mujer discapacitada de color que se sobrepone a las dificultades que ello representa), mas con un festival como el Bafici es algo un poco más complejo.

Sin embargo, un breve repaso de las ediciones indican que entre las ganadoras no hay un estilo obvio o claramente dominante, pero sí algunas pistas. De esas 21 solo 6 han sido documentales, y el resto ficciones. Más allá del humor (negro o blanco) que salpica cada película baficera, puede decirse que las 21 han sido dramas: la comedia es un género menor entre los académicos festivales y ni siquiera se las nomina entre ¡16 títulos!, quedando para los “premios del público”, esa gente a la que no le pagan los viáticos por opinar pero sabe menos que un jurado como Christina Lindberg.

La gran mayoría de ellas han sido también lo que se da en llamar “cine ensayo”, con sólo 3 grandes excepciones en la última década, vinculadas con el género más puro: Policeman (potente película de narración absolutamente hollywoodense), Berberian Sound Studio (un neo giallo británico con Toby Jones) y la argentina -y algo vetusta- La larga noche de Francisco Santis.

¿Podemos arriesgar, entonces, que la ganadora “promedio” de un Bafici es algo así como una docuficción dramática que se aleje lo más posible de la narración clásica? No creo en las matemáticas del cine, pero como en esta nota hay muchos números diré que sí.

Se puede -y debe- agregar también que todas ellas han sido buenas o enormes películas.

Así, The Unicorn es una desagradable excepción a cada una de esas “reglas”, especialmente la última (la más importante), porque por sobre todas las cosas es una película mala y olvidable.

Alguien podrá esgrimir, con toda razón, que entre los 5 documentales que han ganado la competencia hay 2 que guardan cierta relación directa con el de este año: Fifi Howls from Happiness e Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo. La primera por tratarse de un artista en ruinas, y la segunda por sus recurrentes alusiones a la literatura. Podría agregárseles sin demasiado problema la india Court -que aunque se trata de una ficción posee el toque documental justo que tanto agrada a los jurados-, la cual guarda cierto parentesco con ellas al tratarse de un poeta. Faltaba el retrato de un músico, y llegó. Sin embargo, la diferencia inmediata es que esos tres títulos eran no sólo merecidos triunfadores sino películas impactantes y artísticamente relevantes, que partían de la anécdota biográfica para sumar capas no solo de sentido sino de belleza. The Unicorn sigue siendo, pues, una obra de una excepcionalidad nefasta.

Dejando el pasado aparte, una vez que uno se resigna al verla ahí en el podio se pregunta si entre las 16 seleccionadas no había una con mayores merecimientos. La respuesta es que sí, y que son varias. De todas ellas solo vi 8: todas superiores a la americana, incluso las flojas representantes rioplatenses (la formulita coming of age Los tiburones y la snob y un tanto embustera Noemí Gold). Incluso la “infame” Koko-di koko-da, con su supuesto maltrato a los protagonistas y su manipulación del espectador es mejor que The Unicorn, porque ésta hace ambas cosas y en mayor medida. Lo que realmente apena es que obras maestras como We are Little Zombies, Monos e incluso la muy buena God of the piano no hayan sido consideradas superiores al actual objeto de nuestro desencanto.

Por último (y para salir de la fútil y extensa comparación con todos las ediciones y sus películas) lo que termina de exasperar y dejar sin sentido cualquier defensa de este galardón, es la presencia en este mismo festival de DANNY -largo ganador de Vanguardia y Género-, un documental desgarrador que guarda muchas relaciones con The Unicorn, solo que parte de la miseria y la tristeza para brindar una belleza y fuerza apabullantes. ¿Por qué no ganó la Competencia Internacional? Simplemente porque no estaba allí, y en su lugar había una mala copia.

Quienes fuimos a las 20 ediciones del Bafici extrañamos que se premien -pero sobre todo que se hagan y se proyecten- películas hermosas y perfectas como Alamar, Aquel querido mes de agosto o Recursos humanos. Porque son obras maestras, porque están hechas del más puro cine que “no podemos ver”, pero por sobre todas las cosas porque son inolvidables. Jamás volví a ver a las dos primeras, pero quizás tampoco quiero: la experiencia irrepetible de verlas en sala sigue viva en mí a 9 y 10 años respectivamente. Uno extraña precisamente lo que no puede olvidarse ni reemplazarse, y en ese sentido The Unicorn jamás será digna de añoranza.

Volviendo pura y exclusivamente a la película, googleo rápidamente y noto que ninguna crítica comparte el entusiasmo de los jurados, aunque sí la defienden, pero se nota claramente que varios de quienes firman o bien no la entendieron o bien -y esto es lo más triste- no les gustó nada pero no se animan a decirlo. El famoso y sempiterno “prestigio del tedio”, que le dicen. Lo más curioso es que muchos de ellos (sería muy fácil de comprobar, y además una pérdida de tiempo) son los que desprecian y se rasgan las camisetas cinéfilas ante un Von Trier o un Haneke, dos directores con cierto talento, al menos un par de películas estupendas, y que al menos legarán algo (aunque sea un mero debate) a la historia del cine. The Unicorn parece un mal corto universitario de ambos directores, pero pasará al olvido inmediatamente, no solo por quienes tuvieron la suerte de no verla, sino por quienes la padecimos.

En una de sus bienvenidas presentaciones a las películas en competencia, el ex programador, crítico, maestro de críticos y director del festival Javier Porta Fouz contó una simple pero reveladora anécdota de lo que algún redactor de El Amante (no mencionó ni el medio ni el autor, pero lo suponemos) dijo alguna vez, para cerrar un debate, en una de esas acaloradas y pasionales discusiones que antes se daban cara a cara en una redacción y hoy se lanzan acompañadas por emoticones: “La solución es simple: hagan películas lindas”. Aunque estaba presentando la uruguaya Los tiburones (que es linda pero bastante fallida), entendemos a qué se refiere, desde la apuesta estética a la historia desplegada. No necesariamente una película feliz: linda. Tomando la anécdota como contrapunto, The Unicorn es la película más fea que recuerde. Feos son su título, su afiche, su personaje principal, la hermana, el padre, el amigo y todo lo que se cruza delante de la cámara (bueno, o lo que la cámara busca calculadamente cruzarse); fea es su estética, la edición, la calidad de la imagen y sobre todo su relato. Es fea también la música del protagonista, su voz o todo lo que hace en el presente de lo narrado. Es feo todo lo que muestra o cuenta, pero no es ese el verdadero problema (o fealdad): es feo también lo que nos produce, lo que nos recuerda o invoca, porque ni siquiera sirve para reflexionar sobre la fealdad, que vaya si es importante en la vida y en el mundo. No: a The unicorn sólo le importa ser fea, y con eso está. No es fea e inteligente, o fea y divertida, o fea y “algo”. Es fea a secas, y si no te gusta (lo más probable), chau, lo que es feo es tu gusto. The unicorn es una película-bagarto como pocas, y ahora que lo pienso, mientras escribo esto y recuerdo esa cosa fea- debe haber algo interesante en eso de mostrar tanta fealdad y trascender, o conseguir algo con eso… Pero no, olvídense: The unicorn es fea y nada más.

Y “feo” es un simple adjetivo, como para organizarnos, nomás. También es una película lamentable, triste, lenta, agobiante, banal, exasperante, aburrida, lacerante, irritante, hiriente, vergonzosa. Pero sobre todo es una película carente de toda ética hacia sus personajes y hacia el espectador. Primero por basarse en un tema-nota de color hitero o a lo sumo morboso (el primer músico folk en grabar un disco gay); segundo por desviarse de ese punto de partida con el que otro cineasta de mayor talento -Herzog, por ejemplo- se hubiera hecho un festín, para abocarse deliberadamente a poner en primer plano la mediocridad, la vejez, la demencia, la estupidez, la crueldad y la nadería misma de sus personajes, buscando el retrato de la familia disfuncional definitiva, el “mirá que larga que la tengo” de la pornomiseria humana en formato docupobre.

Si lo que busca es precisamente generar las espantosas emociones que genera, ok, pero lo hace utilizando la “historia” de un pobre infeliz y su familia: The unicorn es un cheque en blanco de clichés festivalero firmado por un demente senil. Pero si lo que intenta lograr, en cambio, es una suerte de “redención” fílmica de un sujeto olvidado -no con poca razón- por el público de la época, y sobre todo un sistema (sistema al que el cine y un festival pertenecen), no sólo no lo logra, sino que dicho cometido se acercaría irónicamente al más rancio y tradicional retrato o biopic comercial.

The unicorn deja muchos interrogantes, pero el mayor de ellos es extra cinematográfico, y no es ningún mérito: ¿habría existido esta película (y esta programación y este premio) si la música country de Grudzien no hubiera abordado la temática gay? No lo creo, y teniendo en cuenta la corrección política actual y la rapidez del arte para treparse a ella, es como mínimo preocupante. Además, claro, de redundante: ya la escena final de Bruno (de hace una década) nos mostraba con fuerza arrolladora e hiperrealista la homofobia salvaje del sur profundo de los Estados Unidos (tema que también tocaba la oscarizable Secreto en la montaña), aunque tenía la delicadeza y la sapiencia de subvertir el asunto, la “agenda”, con una furia cómica que desplegaba una de las escenas más felices e irreverentes de la comedia (el cine) actual.

Lo mejor será dejar a esta pobre gente en paz, y con ellas a esta película y esta nota. Que caigan en el merecido olvido, ese que también tendrán -injustamente- las inocentes bellezas sin premio alguno que se vieron a lo largo de un Bafici que de todos modos fue excelente.

Porque ya lo entendimos, The unicorn: la vida es fea, y también injusta.

 

© Leonardo Gutiérrez, 2019 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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