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[22] BAFICI | Concierto para la batalla de El Tala

[22] BAFICI | Concierto para la batalla de El Tala

Toda disidencia es balsámica en lo discursivo pero a veces no nos atrae hacia qué lado se disiente y nos travestimos en zorros grises del tránsito moral a pura conveniencia. Este giro cardinal de nuestra honestidad no puede representar un debate serio ni participar de una discusión política real porque no es más que individualismo-lobo disfrazado de socialismo-cordero (perdón por la torpeza, Farber). Escuchar al otro comunica, por lo general, una actitud abierta e inclusiva; lo contrario tira piedras en el camino de cualquier intento de integración. Como en toda área de la vida, en la arena del politicismo lo verdaderamente interesante sucede cuando se pregunta en vez de suponer. Por eso las querellas que suelen deshilvanarse en internet entre Mariano Llinás y algunos periodistas especializados o colegas indignados son particularmente tensas –de una tensión que nunca termina de licuarse– y se relacionan bastante más seguido de lo que abiertamente se menciona con el hecho de que el director de Balnearios y La flor no es abiertamente socialista o algo por el estilo. Es sólo el inicio de una argumentación teórica que intenta impregnar el autorismo del cine de Llinás con las implicaciones públicas de su ética individual. Los desafíos que le impone la filmografía de Mariano Llinás al cine argentino político son mucho más que aproximaciones alentadas por bravuconería ideológica o portaestandartes audiovisuales de tendencia opositora (u oposición tendenciosa). 

(Acabo de mencionar de memoria dos características personales que, para algunos impermeables al cine de este autor, representarían su talón de Aquiles: una hipótesis que no sólo no puede extender su base teórica más allá de una descripción parcial sino que, como Talón de Aquiles –si lo fuera–, se desploma al teatro del absurdo solamente por mera insuficiencia de abordaje crítico). 

Los espectros de la historia con mayúsculas de nuestro país son tan exagerados como los argentinos vivos que nos pasamos de ídem. La argentinidad es desmesurada y tangente, probablemente por el “contagio temperamental” que experimentamos situándonos entre chilenos y brasileros y uruguayos y al sur de los mayas. ¿Por qué habría que abordar nuestro pasado con mesura y discreción? En aras de la verdad es una posibilidad. Hay que tener en cuenta que es casi un milagro exprimir objetividad químicamente pura del revisionismo histórico porque, como dijimos al inicio y como ya sabemos los que leemos, no nos atrae tanto la cosa cuando escriben los disidentes de nuestro dogma. 

El historicismo puede ser diáfanamente reducido a la enunciación de que seríamos esencialmente nuestras declaraciones públicas. A Llinás le pasa eso. Llinás en el BAFICI modelo 2021 está surfeando estas olas como un surfer provisto de su propia marihuana, envuelto en volutas de humo dulce lo más pancho, al regocijo de ser un prestidigitador de furias, loas y dos armas humeantes. Armas de ambos lados de la “grieta” más arcana de nuestra historia argentina: unitarios versus federales. “¡Extra, extra! ¡Llinás se asume como unitario!”, gritan como canillitas de cine clásico los primeros reactores a esta película que no pertenece a ningún casillero genérico. Gritan, hay que decirlo, en su justo derecho, porque ¿por qué no disentir con el disenso (si fuera disenso lo de Llinás)? Pero, ¿por qué no gritar desde la película, no por la misma? El grito reverberaría, y las reverberaciones traen nuevos ecos, y los nuevos ecos, nuevas hormas/normas de pensamiento, y la diferencia es el alimento balanceado de la reyerta, y la reyerta es un aula a veces fétida de aprendizaje pero siempre enseña, sobre todo si sus participantes son dignos uno de otro. 

Concierto para la batalla de El Tala es la primera de un grupo de siete películas que se está construyendo con el nombre de “La saga de los mártires unitarios”, fue filmada en una sola jornada de rodaje y este dato anecdótico de austeridad calendaria en sí mismo no supone un desmérito como no suponía un mérito per se que La flor durara catorce horas y pico; en uno y otro caso sería preferible llamarlos cándidamente “accidentes del montaje” que se concretan por obra y verbigracia de la persecución del Santo Grial de la indagación artística. En aquel día de rodaje, Llinás y su equipo filmaron la grabación de la obra del mismo nombre del compositor Gabriel Chwojnik, quien habitualmente colabora con Llinás pero en este proyecto es un virtual coequiper. También se ve cómo filma la crew en plena diégesis, en coqueteo hipertextual al contexto. 

El cine según Llinás cambia de extensión y de presupuesto pero sigue ejecutando la misma partitura: ni experimental ni vanguardista: modernista. Las placas blancas con fuentes de texto negras que sirven para dislocar la gramática clásica de este cuasi-documental (el género al que más se acerca) también existen para completar sin imágenes el argumento (los avatares del enfrentamiento entre el gobernador tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid y el caudillo riojano Facundo Quiroga en la batalla de El Tala, ocurrida el 27 de octubre de 1826, como astilla desprendida de la guerra civil brutal entre unitarios y federales), en las antípodas de consagrarse como simples intertextos explicativos, y hasta nos remiten a las disrupciones narrativas divertidas que practicaron los soldaditos de la Nouvelle Vague. Como el cortometraje cordobés El oso antártico, también partícipe del presente BAFICI, Concierto para la batalla de El Tala trabaja su contenido sobre la eterna y turbia división política del pueblo argentino, al que sólo parece unir el fútbol, la desgracia (ni eso) o algún programa de televisión imbécil. 

Ni el cine, fíjense, une al “pueblo argentino” porque las aguas no bajarán turbias (porque se lee claro lo que traen), pero han quedado divididas por el “unitarismo recalcitrante” (las comillas, irónicas, son mías) que se vislumbra a corazón abierto en las palabras escritas por el director en las placas de su nueva “escarapela” (comillas, aquí, simbólicas). Lamentaría alimentar su ego, pero Llinás es un artista que conoce como pocos la ciencia de manipular la danza del cine como el vals de una fiesta de quince, entre las piernas de amigos y enemigos, guiándola hacia una lambada libidonosa de afectación y erudición donde clava su bandera idolatrada. 

calificacion_4

© Miguel Peirotti, 2021 | @MPeirotti
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Argentina, 2021)
Dirección: Mariano Llinás. Duración: 63 minutos. 

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