A Sala Llena

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Crónicas íntimas de la ComiCon

Crónicas íntimas de la ComiCon

A fines de noviembre me acredité en la ComiCon. Mail va, mail viene, finalmente me dieron luz verde. Netflix anunció que la estrella de The Witcher, nada menos que Henry Cavill, con quien estoy de novia sin que lo sepa desde 2012, venía en su tour de promoción. Y pensé que sería divertido escribir sobre eso. Y aunque casi nunca solicito acreditaciones a nada, debido mayormente a que si me aburro igual debo escribir sobre el asunto por cortesía,  esta vez sí rompí la camiseta hasta que pude entrar.

Se supone que The Witcher viene a ocupar el vacío de magia, sexo y violencia dejado por GOT . Ya sólo por eso el evento merecía especial atención. Sobre todo si el show es protagonizado por el Hombre de Acero en persona.

Pensaba ir solo el sábado y cubrir el panel, pero como soy bicho de ComiCon desde siempre, el viernes fui a hacer un vuelito rasante para testear la atmósfera.  Me levanté, empaqué mi mochila, tomé mi celular, mi cámara de instantáneas, hice mi sesión de terapia y salté en un taxi a la convención a eso de las doce y cuarto del mediodía. Era un viernes realmente prístino y se prestaba para estirar las piernas caminando.

Cuando arribé, el grueso de la gente no había llegado todavía (algunos trabajan honestamente) así que podía recorrer todo el lugar bastante holgada.

El suceso estaba organizado con minuciosidad (cada edición es mejor) y todo lo que había para ver era realmente bueno. Recorrí los stands y tomé algunas fotografías. Hablé con la gente y le hice polas a personajes interesantes o llamativos que fueron llegando. Se respiraba una atmósfera de anticipación  bastante palpable. Y, para eso de las dos, ya había una multitud pululante, esgrimiendo la más pura capacidad de asombro.

Me quedé unas horas, fui a la apertura oficial en el escenario, al evento Coca Cola y después enfilé a los food trucks. Engullí un croissant con jamón y queso mirando el cielo y al dinosaurio gigante que estaba afuera; realmente disfrutando la vida. Y, para hacer la digestión,  me largué a comprar.

Terminé llevando dos bufandas de Hogwarts (Griffindor y Ravenclaw) y una camiseta para jugar quidditch, también de Griffindor y con el 07 de Potter al frente.

Cuando hube gastado lo suficiente, decidí volver a casa, con el ánimo liviano y burbujeante de un rato de soledad bien invertido.

El sábado, sin embargo, fue diferente.

En la madrugada soñé toda la noche con él (No Néstor, Cavill). Y desperté bastante conmovida, para ponerlo elegantemente.

Salí nerviosa de casa, temprano, y el Chuchi me dejó en Costa Salguero encomendándome a mi buen juicio.

Fui derecho al escenario a esperar como unas dos horas. Cuando llegué me enteré que Netflix solo estaba dejando ingresar al sector de prensa a gente seleccionada, así que vagabundeé tomando instantáneas a troche y moche. Después me quejé por twitter, pataleé, reflexioné acerca de cómo la cadena que liberó contenidos y generó una revolución en la forma de verlos se estaba volviendo todo aquello de lo que nos había liberado,  hasta que finalmente me taparon la boca dejándome pasar.

Me acodé en la valla y entró.

Por alguna razón que no llego a dilucidar en mi cabeza comenzó a sonar “I Love It when you Callme Señorita” de Camila Cabello. Henry se tomaba fotografías con la gente, firmaba autógrafos, besaba chicos, y allí seguía la canción en loop, entre mis orejas, a todo volumen. Para cuando subió al escenario había pasado como tres veces entera.

Lo vi y me puse en modo “apareamiento”.  Aun cuando su atuendo era menos que perfecto y sus zapatos eran horribles. Fue una total y absoluta adolescencia en mis pantalones. “No seas tarada…”, pensé, “si lo estás viendo fuera de foco porque te olvidaste los anteojos.”

Quiso saludar con esa voz honda y sensual que tiene, un bajo vibrador que te hace temblar las rodillas, y la gente no lo dejó, a los gritos. Sonrió y un destello de sus dientes se me clavó en el ojo derecho.

Traté de escuchar lo que decía. Algo acerca de cómo Geralt de Rivia, el mutante que interpreta en The Witcher, era un personaje distinto. Que había bondad en él aunque era un cazador de monstruos violento y decepcionado del mundo. Básicamente lo que lo hace igual a cualquier antihéroe de las historias que me gusta ver, o a cualquier pistolero de western que jamás haya hecho mella. Pensé que se lo hacían decir y decidí no pensar en la obviedad. Rogaba que dijera algo diferente, algo que fuera nuevo, que tuviera que ver con la estrella de cine en la que se está convirtiendo.  Y entonces dijo que para él la performance física era tan importante como la emocional y por eso no usaba dobles. Que sentía que el cuerpo y su fuerza también tenían que ver con la interpretación en su totalidad, que no las disociaba. Y me conquistó, diría el Indio. Me dejó tranquila con mi absurdo estado primaveral de enamoramiento.

El panel terminó y me quedé editando un pequeño trailer de The Witcher para subir a mis redes, esperando que el salón se desahogara. Habiendo pasados unos buenos 15 minutos, igual fue difícil salir.

Me encontré en medio de una marea de gente empujándome y apretándome, levantando la cabeza para tomar aire como Jon en la Batalla de los Bastardos.

El fuego libidinoso estaba bajando y le fue dejando paso una carcajada limpia. Bamboleándome en medio de la multitud, comencé a reír y me pregunté qué diablos estaba haciendo allí, en vez de estar en la presentación del libro de mi amigo Matías Orta que estaba teniendo lugar en otro sector de la convención. Me dije: “I’m too old for this shit”, y seguí riendo mientras me pisaban los dedos de los pies, pensando en una amiga que asumiría en estos días con Alberto y trabajaría para cambiar el mundo, mientras yo me meaba encima por un un tipo en lentes de contacto amarillos.

¡Qué ridícula!

Aun así, cuando pude salir al aire libre, me sentí con una rara sensación de propósito.

O de realización, mejor dicho. Como después de un orgasmo.

Senté mi inmaculado trasero en la fuente de afuera y ponderé la posibilidad de volver el domingo, pero pensé que eran demasiadas fantasías juntas teniendo lugar y que mi cuerpo no las soportaría. Que necesitaba mi vida, mi realidad de nuevo si no entraría en una especie de quantum.

El teléfono sonó y era el Chuchi invitándome a merendar. Ya eran como las cuatro de la tarde. Decidí rumbear a los cines de la Recoleta y tomar el té allí.

Reflexionando acerca del deseo, me eché al coleto unas tortadas francesas en Pani.

Aunque me sentía satisfecha, quedé con ganas de más, de mucho más. Pero por ahora no distinguía de qué. De todos modos era tiempo de sacar un par de entradas y meternos a ver Downton Abbey, como el matrimonio paquetérrimo que somos.

Las respuestas, y todo lo demás, toda esa materialización, todo ese vigor inflamado, vendrá después. Pronto si , pero después.

Mientras tanto, Camila Cabello me sigue diciendo que le encanta que el tipo la llame señorita, y no me deja dormir en paz.

© Laura Dariomerlo, 2019 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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