A Sala Llena

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Ser o no Ser

Ser o no Ser

Atención: el siguiente texto contiene spoilers.

 

¿Qué queremos del cine, qué esperamos de él, dónde reside el límite entre arte y entreteniento? Y la pregunta más importante para un director: ¿cuál es el elixir mágico que conjuga las dos cosas?

Anoche, viendo Blade Runner 2049 (2017), entendí qué es lo que quiero yo del cine. Qué es lo que busco en una película. Y esta me lo dio todo: una historia provocativa plena de humanidad y de vigencia filosófica, una narrativa sesuda, meditada, valiente, veraz hasta la médula, enorme y “groundbreacking” fraseo visual.

La composición absoluta.

Blade Runner 2049 es tan bella, tan atrevida, tan auténtica que hace bullir la sangre. Estar frente a un largometraje de este calibre a esta altura del partido, es tan alentador, tan motivador, que a los que amamos el cine nos resuena, nos vivifica, nos restablece la juventud en cada célula del cuerpo.

Ya hemos hablado aquí de la plantilla Pinocho, ese ser pensante y sintiente, carente de humanidad, pero que la busca incansablemente y termina convirtiéndose en una especie de ratificación oximorónica del género. La idea de que buscando humanidad, se la encuentra.

A veces un hada, a veces la experimentación despiadada (como en Alien Covenant), o un deseo navideño de que el oso de peluche viva, como en Ted. Y en algunas oportunidades el reconocimiento del sinsentido de la existencia y el valor antonomástico de cada instante, es lo que tiende el puente entre el “Ser o no Ser”.

En Blade Runner 2049, un replicante busca desesperadamente su alma. Y la pregunta que subyace es: si la historia que elegimos creer ha establecido que el alma puede perderse, ¿entonces también puede ser encontrada?

En general, la búsqueda del alma está ligada al sacrificio. A la pérdida de la vida, de la comodidad, de lo conocido, de lo que sea que nos define, en persecución de un bien mayor. Y si nos basamos en eso como piedra fundamental, entonces el alma puede ser construida. Puede ser alcanzada. El alma puede ser ganada, merecida.

Blade Runner 2049 nos pone frente a la paradoja fundamental al borde del nacimiento de la inteligencia artificial: el hombre trata vorazmente de deshacerse de su alma, de librarse de ella. Sabe que allí está la mirada que evita desde el nacimiento, la respuesta aterradora que esquiva. Mientras que cada otro ser vivo sobre la Tierra, lo único que hace durante su existencia, es tratar de conseguirla, de probarla, de ratificarla frente al universo.

K es despertado a la realidad de las cosas cuando se le confirma su condición de replicante en una escena desgarradora. Y la película rompe el corazón de su protagonista con una belleza pasmosa. La valentía del guión es realmente llamativa. Ryan Gosling recuerda a Brando, a Rourke… Es inmenso. Y todo alrededor de él, Harrison incluido, es de absoluto portento. La película vuelve a lo mejor del cine. A lo mejor de todo. A creer en el espectador.

Ser o no Ser, esa es la cuestión. ¿Pero si somos, qué es lo que somos?

Tal vez la respuesta esté en los copos de nieve del final de la película. Todos distintos, todos lo mismo, insignificantes, una nada perdida en el devenir. Y sin embargo, el espectáculo más perfecto, divino y milagroso.

© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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