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CRÍTICAS - SERIES

Cobra Kai – 3era. Temporada

EL GRAN SUSTO

Una de las sorpresas más satisfactorias de 2018 fue cuando el servicio de YouTube Premium estrenó su primera serie original, inspirada más en un chiste muy citado de How I met your mother que en la saga ochentosa a la cual pertenecen sus protagonistas. Esto, por supuesto, sin perder de vista la esencia de su principal referente, ni desviándose por completo hacia la parodia del mismo.

Las aspiraciones de Cobra Kai para convertirse en una obra con la carga poética y cinematográfica de la primera entrega de Karate Kid siempre fueron ambivalentes. Quizás su mayor finalidad se basa en liquidar todo lo que pueda el fuera de campo que habitan sus antagonistas, algo que ya se había hecho en las primeras escenas de la tercera película y esta nueva temporada se ocupó de reconocerlo. Una ambición que se pone al servicio de “humanizar” a los adversarios para engrandecer los simbolismos del relato. Lo cual es muy torpe de pensar de manera unilateral, como también lo es el deducir que la tan recordada declaración hitchcockiana de que toda historia es tan buena como su villano refiere a la necesidad de que el mismo aparezca en escena el mayor tiempo posible. Basta con una primera lectura atenta del Drácula de Bram Stoker o mismo un solo visionado de Mad Max: Fury Road para comprender que la redención del mal no es un tópico menesteroso de los argumentos universales y/o ecuménicos.

En este orden de anexos, el tercer año de la serie en cuestión recurre como nunca a la aplicación del flashback. En principio como reiteración de los eventos sucedidos en la temporada anterior y cumple con su función de poner al día al espectador que visita estas entregas solo una vez, pero no tarda en perder toda su elegancia. Todo acto de repetición lidia con la posibilidad –sino la garantía- de fastidiar a su público por el mero hecho de repetir lo que mayormente se cataloga como “información”. Esto a veces nos lleva a omitir la ocupación que le corresponden a las simetrías formativas de una obra, como además a ciertas acciones lúdicas que pueden contener a esas mismas simetrías. En muchas ocasiones este no es el caso de lo último de Cobra Kai. Sirven para recordarnos por qué hay heridas que todavía no sanan y por defecto se agotan en la primera exposición.

Por otra parte, los flashbacks de la trilogía de Ralph Macchio, si bien al borde de la sobreexplotación, son mayormente eficientes a la hora de traer circunstancias del pasado para resolver problemas del presente. Lo de Macchio siempre fue más carisma que actuación genuina y los conflictos de su personaje se resuelven con leves usos de ingredientes trágicos. Sus limitaciones no terminan de repercutir dramáticamente cuando las solventan figuras emblemáticas de las viejas películas que no se guardan ningún escrúpulo antes de considerar si son apariciones forzadas, convenientes o lo que fuera. Con eso no hay que hacerse malasangre y claro que esto opera como una distracción diegética para que Daniel Larusso no pueda visualizar la colisión de lazos familiares del final y la promesa de un cuarto año. 

No obstante, las referencias de sus recuerdos son las que mejor aplican en cuanto a las constantes alusiones a la cultura de su década de origen. Tomemos como ejemplo cuando Daniel hace memoria de la última pelea de la tercera película, esa que tanto lo atemorizó. En vez de decir que esta le aterró mucho, Macchio describe que la misma “scared the living daylights out of me”. Sí, es parecida a la expresión que Timothy Dalton puso de moda con su primera experiencia como James Bond y, sí, refiere al gran susto que tanto lo paralizó en ese entonces, pero ese “scared” -de “asustado” en inglés- también se abre a la interpretación de las cicatrices del presente en relación con el pasado. Ese enorme gran susto que implican las tragedias que a Larusso le son físicamente ajenas, como las heridas de su hija y las de sus dos pretendientes, las cuales sí anhelan con trascender metafísicamente, aunque la serie, paradójicamente, tiende a socavar todo temor por la nostalgia, dejando bastante al margen su propia melancolía.

Los escombros técnicos de Cobra Kai son meros accesorios y esta los abraza desde el primer episodio, pero también fueron tonificados durante este período. Es una serie a la que le quedan pocos regresos por invocar y aparentemente lo hará con todos. No les extrañe que su durabilidad se prolongue con la reivindicación de los mismos o incluso que se esté negociando la visita de Hilary Swank.

En materia de flashbacks, los de John Kreese son extraordinarios, al margen de que cuenten con la función primaria de, de nuevo, “humanizar” al villano. No les inquieta el así llamado punto de vista verosimilista, aparecen cuando quieren, son centros para los espectadores y poco importa que veamos a Martin Kove en la piel de Kreese mirando a la nada y pensando en todo mientras ocurren. Terry Serpico como el Capitán Turner hace un gran trabajo, pero, por su parecido, nos llama la atención que no hayan casteado a Anthony Michael Hall, al cerebrito de El club de los cinco, como causante de los traumas del antagonista. Hubiera manifestado una lírica perfecta, que un matón clásico comenzara su venganza contra los nerds por culpa de uno de los más queridos por las generaciones filo-ochentosas. En fin, tómenlo como una picardía, nada indispensable.

Falta hablar de William Zabka, la gran excusa de que Cobra Kai exista. Todas y cada una de sus escenas son magia desde el primer día. Suena hiperbólico cuando se dice, pero no nos podemos engañar: todo lo que le pasa a Johnny Lawrence es el alma de la serie interviniendo en estado puro. Poco nos cuesta celebrar cada uno de sus logros como si fuera propio. Más todavía si involucra a Miguel Diaz. Por su parte, Xolo Maridueña maneja al drama a duras penas, aunque, cuando las contingencias lo atraviesan, suele sorprender. De todas formas, cuando estos dos comparten pantalla dejan la sensación de que el nivel de goce por su vínculo es inagotable.

Lo que sí parece estar quedándose con menos cuerda es la longevidad de la serie. En lo que concierne a la trama propiamente dicha, los personajes en su conjunto alcanzaron el non plus ultra de sus arcos narrativos. Es decir, esta temporada tuvo sus expectativas particulares -desde si habría o no otra gran confrontación final y dónde se daría, hasta si aparecería Elisabeth Shue otra vez interpretando a Ali-, mientras que la mayoría de los protagonistas jóvenes han cambiado drásticamente –con cierta continuidad- de bandos, como anticipo de un enfrentamiento definitivo postergado perpetuamente. 

¿Jugará la cuarta temporada con ese ancho, o se lo guardará hasta que su fama termine por corromperla? La verdad que amerita una respuesta que poco importa, esta nueva adquisición de Netflix se convirtió en tal por motivos de éxitos y novedades en el menú de reproducciones. Por el momento se disfruta, cada vez más por su escala narrativa y cada vez menos por la representativa, con todos sus atisbos de culebrón juvenil, con todas sus patadas, con todos sus latiguillos técnicos y, sobre todo, con William Zabka, su desprecio por la circunspección política y su ignorancia con la delicadeza. 

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