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CRÍTICAS - SERIES

Le Chalet

(Francia, 2017)

Creada y escrita por Alexis Lecaye y Camile Bordes Resnair. Producción: Alexis Lecaye y Dirigida por Camile Bordes Resnair. Música: Samuel Hercule. Fotografía: Marc Romani. Elenco: Chloé Lambert, Phillippe Dusseau, Emilie de Preissac y Marc Ruchmann.

La casa maldita

Le Chalet es un policial francés de seis capítulos con un final sorpresivo y una trama por demás compleja. Transcurre íntegramente en dos tiempos en un poblado pequeño y apartado llamado Valmoline, en los alpes franceses.

La historia simbólica de la serie es doble. Se estructura en base a un laberinto expresado en dos ideas: el carácter apocalíptico y trágico, y una puja teórica sobre la justicia y la naturaleza humana. Respecto a esto último, se oponen dos miradas: la teoría del buen salvaje de Rousseau y la del hombre como lobo del hombre de Hobbes. Y si bien prima en la serie la segunda, el carácter apocalíptico y de justicia divina la trastoca un poco.

El puente derribado los pone en una situación distintiva: la soledad, el aislamiento, la alteración. La roca que cae verticalmente y destruye el puente, no edifica sino que descompone. Acá aparece el destino trágico en Le Chalet. A partir de aquí, la geografía agreste y la distancia con la civilización comienzan a apremiar. La idea de justicia se vuelve metáfora y corrimiento irónico. La estructura de la serie se basa en el mitologema del doble. Son dos tiempos que se van mezclando en el despliegue de los capítulos: 1997 y 2017.

Estamos en 1997. Jean Louis Rodier es escritor. Se muda con su familia para llevar una vida tranquila y poder escribir su segundo libro. El lugar es elegido por su mujer Francoise, que se crió allí. Fue de joven novia de Philippe, quien les acondiciona la cabaña para instalarse. Francoise tiene a su primo Alexandre en el pueblo, que fue un genio de las matemáticas – con premios y todo – y ahora vive retirado en una vivienda precaria. Los muy jóvenes hijos Rodier, Julien y Amélie, se adaptan bien a la nueva vida de campo. Julien se pone de novia con Alice, la hija del carpintero del pueblo. El pueblo está floreciente, y apunta a transformarse en un futuro centro turístico en poco tiempo. Jean Louis se enamora de Muriel, la hermana de Philippe. Muriel es la mujer que atiende el bar donde Rodier va a distraerse cada día. La novela que logra escribir lleva el nombre de la chica, y cuenta la vida monótona del pueblo. Ella rescata ese manuscrito y veinte años después aún lo conserva. La familia Rodier desaparece en 1997 de un modo misterioso y nadie vuelve a saber de ellos.

El padre tiene una amante al tiempo que su hijo se enamora por primera vez. A partir de aquí de construye un espejo entre el personaje de Muriel y Alice aunque casi no se tratan en la trama. Son dobles: La puesta en escena las relaciona a cada paso. Ambas pierden a sus amados por diferentes motivos y en diferentes circunstancias. Alice es la cara inocente de Muriel. Ambas espían la casa de los Rodier la noche que desapareció la familia. Alice olvida los sucesos aquella noche – por el golpe que recibe en su cabeza –, mientras que Muriel no hace más que recordarlo y la atormenta hasta el final. Luego de la muerte de Muriel, es cuando Alice empieza a recordar, como si le hubiera pasado la posta. Las dos adoptan en diferentes momentos actitudes de limpieza y orden – Muriel en el bar, Alice en su antigua casa – que montados los diferentes tiempos se vuelven casi simultáneos.

Como en los casos de Alice y Muriel, todo es doble en la puesta en escena de Le Chalet. Dos veces ve Julien a su padre con Muriel, la segunda vez en el lago, escena que está contada dos veces, como parte del escamoteo de la trama: en el capítulo tres, contada desde el punto de vista de Jean Louis, y en el último capítulo contada desde el punto de vista de Muriel.

Ahora estamos en 2017. Un grupo de jóvenes de treinta y pico – entre ellos Alice – se reúnen en la aldea donde se criaron junto a sus parejas actuales, para celebrar una boda. Se alojan en la casa en la que hace veinte años desapareció la familia Rodier.

Los tiempos se van alternando sucesivamente y cada zona de un lugar tiene su correspondencia en la otra. Philippe a su vez tiene una vida doble: por un lado está casado con Florence y por otro ama a Christine, la hermana de Etienne. Pero en su recuerdo sigue una fantasía que quedó pendiente de la juventud con Francoise, la señora Rodier. La simetría de la mano pasando por el mueble con polvo, en diferentes tiempos, lo declara, en sintonía con la escena del cobertizo, donde Francoise planea hacer habitaciones para turistas. Tarea que será emprendida por Philippe luego – fuera de campo – y donde habitarán los jóvenes que llegan para el casamiento de Laurent y Tiphaine. Además Philippe guarda una relación de destino con su amigo Etienne, ambos se han deshecho de sus respectivas esposas en medio de sus oscuridades y ocultamientos.

Philippe tiene dos hijos: uno que llega al matrimonio y otro que se está yendo. Laurent es el prometido de Tiphaine y van a la aldea para casarse (en 2017), esperan a los padres de ella y demás. Ambos terminan su vida en la cámara frigorífica de la mano con las alianzas puestas. Thierry está casado con Erika, y su matrimonio está casi terminado. Ambos mueren y quedan abrazados en el río, sin sus alianzas. Las mismas aparecen en las manos de su padre, al recuperarse del ataque de un desconocido.

Siguiendo con la duplicidad y las simetrías: Dos intentos de rescate yendo al puente: en el primero, Philippe y su hijo Thierry, desesperados para encontrar del otro lado del puente a un médico para curar a Laurent, recientemente herido por una trampa de caza; la segunda – ya descartado Thierry – la realizan Manu, Oliver y el mismo Philippe.

En 1997, de pequeños, Julien le regala a Alice de chicos un silbato artesanal – él se queda con uno igual – para que se encuentren si están perdidos. Los silbatos vuelven a aparecer a lo largo de la trama puntualmente en cada momento distintivo de la historia de cada uno. El silbato de Alice se refleja a su vez en la pata de conejo que le regala torpemente Sebastien a Alice. Ese amuleto de la suerte es también puesto en juego de acuerdo al elemento central que motiva el despliegue de la serie: el azar. El boleto de lotería que resulta ganador y que motivará toda la acción de la trama.

El osito de Amélie que recupera al final de la serie es relatado en forma acronológica: primero aparece como signo de una primera venganza en la que Etienne – fuera de campo – mata a un posible testigo de la investigación por la desaparición de los Rodier; más tarde, el momento en que ese testigo encuentra el osito junto a un árbol, y luego el momento en que Amélie lo pierde en la huída, de niña. Tres tiempos puestos en simultáneo mediante esta simetría. Ese día, la pequeña Amélie, cuando se le cae el osito de la mano, le dice a su hermano: “Mi osito…”, su hermano Julien le contesta: “No podemos detenernos ahora, volveré por él”. Vaya si ha cumplido con su promesa (aunque sea veinte años después). La soga que cuelga de la casa y que los niños utilizan para jugar, termina siendo la herramienta de escape, y se refleja a su vez en el juego de las hamacas.

La repetición está también en el arco y las flechas de Alicie, y sus simétricas reacciones ante paralelas y similares decepciones, tanto en 1997 – desaparición de la familia Rodier –, como en 2017, luego de ser violada por Sebastien. Ambas traiciones son una y la misma. Y el uso de un elemento antiguo y tradicional da cuenta de los recursos de la puesta en escena para trabajar elementos y pensamientos que se cruzan a lo largo de la evolución del hombre y su naturaleza.

Hay algunos elementos significativos que dan un tinte religioso a la puesta en escena. El laberinto como prueba pero también como encierro y asfixia. Trece son los comensales de la primera cena – no la última, en este caso – en la cabaña, cuando los jóvenes vuelven a reunirse con sus parejas veinte años después (2017). Como trece era la edad que tenía el grupo de amigos – Julien, Alice, Sebastien, Manu, Laurent y Thierry – hace veinte años atrás. Entre los trece del presente hay un salvador y un traidor. La justicia se vuelve venganza, pero la venganza también es justicia. Recordemos que Sebastien, junto a sus amigos, cuando eran chicos, crucifica desnudo a Julien en el campo, y éste es rescatado por Alicie. El buzo negro con capucha que utiliza alternativamente Oliver, como un monje, da cuenta de su ocultamiento y secreto, como de su carácter de Ángel Exterminador. Purificando, de manera metafórica, el crimen originario. Aquel crimen realizado en la casa maldita, llamada El Chalet del Hielo.

Se puede decir que la trama es repetida, que ya la vimos, inclusive que deja algunos cabos sueltos, que no atraería demasiado. El tema es cómo está realizada. Otra vez, una vez más: el cómo es el qué.

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

 

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