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CRÍTICAS - SERIES

Perry Mason: Temporada 1

LEGALES Y A VECES CORRECTOS

Desde las últimas décadas, conceptos como “reboot” o “reinicio” se volvieron habituales en el entorno ficcional, aunque siempre fueron esenciales para las adaptaciones del personaje a quien hoy le ocuparemos este espacio: Perry Mason, el abogado defensor más reconocido de la televisión estadounidense. Creado por el escritor de misma profesión, Earle Stanley Gardner, contó con más de 80 relatos publicados entre las décadas de 1930 y 1970, no sin antes transitar por sus versiones cinematográficas, producidas por Warner Bros., y las crónicas radiales emitidas por la CBS. Por otra parte, la misma cadena es responsable de la serie que dispuso del máximo referente de todas las encarnaciones de Mason; Raymond Burr, quien antes viniera de interpretar al enigmático Lars Thorwald, en La ventana indiscreta, y después retomaría al personaje de Gardner en otras oportunidades, hasta su fallecimiento en 1993.

De la mano de HBO y el matrimonio de Robert Downey Jr. y Susan Downey, como productores ejecutivos, llega esta reciente interpretación con Matthew Rhys (The Americans) en la piel del protagonista principal. En un comienzo los guiones de los episodios iban a ser escritos por el creador de True Detective, Nic Pizzolatto, pero rechazó la oferta para dedicarse completamente al desarrollo de su tercera temporada encabezada por Mahershala Ali. Así, esta entrega de Perry Mason fue mayormente escrita por Rolin Jones y Ron Fitzgerald (compañeros colaboradores de Friday Night Lights y Weeds) y dirigida por Tim Van Patten (colega de Jones en Boardwalk Empire) y Deniz Gamze Ergüven (The Handmaid’s Tale).

Manteniendo las claves de “reinicio”, esta temporada explora los orígenes de Mason. Cómo pasa de ser un detective privado al borde de la miseria, a convertirse en el abogado propiamente reconocido. La modificación más notable es narrativa, no tenemos episodios autoconclusivos, sino que la temporada entera engloba uno solo. Además está ambientada en el período histórico de su alusión literaria, con todos los pilares del caso, como los últimos años de la ley seca en vigencia, las consecuencias de la caída del mercado de valores de 1929, el rol del cine y el starsystem para ese entonces. Esto sin perder de vista la incorporación de personajes icónicos de la obra de Gardner, atravesados por valores muy activos en la actualidad, pero sin ser víctimas de ablandamientos de orden moral o éticos, como suele ocurrir en ciertas relecturas con posicionamientos políticos contraproducentes.

Podríamos decir que, en algún punto, HBO busca ajustar cuentas con la recepción de la segunda temporada de Pizzolatto, esa que tanto decepcionó a sus seguidores en 2015. Para esta ocasión, el argumento también cuenta con una forma de relato detectivesca y se localiza en California, solo que se centra en el corazón simbólico de dicho estado, en vez de una ciudad ficticia, y no se enreda en una estructura de novela policíaca a lo Agatha Christie, descartando listas interminables de posibles culpables: al contrario, ya en los primeros episodios nos queda claro quiénes son los auténticos causantes del crimen de turno y la intriga pasa por las circunstancias mediante las cuales el protagonista obtendrá las pruebas para demostrar la inocencia de su cliente. Para añadir a la, digamos, autocorrección de la secuela de True Detective, sus ocho episodios fueron estrenados en los mismos domingos que Perry Mason –del 21 de junio al 9 de agosto-, por lo que la fantasía de “borrón y cuenta nueva”, en relación al anterior trabajo relativamente reciente, no estaría tan forzada.

Atención. No cuestionamos los méritos de la obra Christie, de hecho la figura de Perry Mason siempre se distinguió por combinar rasgos de ella, Conan Doyle y Chesterton, con los de coetáneos de Earle Stanley Gardner, como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. El Mason de Rhys se nutre de eso, en ocasiones solo le interesa cumplir con su trabajo y recuperar financieramente la propiedad de su familia, y en otras se compromete con jalar hasta el último de los hilos para acceder a la verdad y lo correcto, ya sea, o no, a expensas de la ley y aproximarse lo más que pueda a su búsqueda por la justicia.

En cuanto a valores técnicos y de puesta, los aciertos en este regreso de Perry Mason son amplios. No solo el diseño de producción acompaña a los valores del tiempo representado, esto también se da en un orden musical con el leitmotiv de jazz que acompaña al protagonista en su investigación y el deterioro físico que lo rodea. Otras veces sucede por ironías particularmente implícitas, como cuando el juez, con un parecido facial y corporal a Sigmund Freud, llama a Mason y su atacante para calmar las aguas en pleno juicio, y en un plano general vemos que ninguno de los dos está dispuesto a sentarse en el diván de su oficina, un poco como advertencia del rol del psicoanálisis en el contexto abordado.

Si hay un eslabón flojo en estos ocho episodios, es la aplicación, un tanto especulativa, del recurso del flashback. Tiene su momento de gloria en el final de temporada, pero se inclina más por la mera decoración, esto es, por ejemplo, para ilustrar los recuerdos de Mason en las trincheras como nota al pie, o esclarecer aspectos de las implicancias religiosas en la ciudad. Lo cual a veces reduce la interacción de Mason y sus colegas con personajes como el interpretado por Robert Patrick.

Señalado esto, la intriga de las pericias no tiende a atascarse, ni siquiera después de la resolución judicial. No nos hemos detenido en especificar las características del caso que lo convierten a Perry Mason en abogado, ni en la particularidad de sus vínculos con otros personajes porque el ingenio de esta versión pasa por ahí, en que todos sean desconocidos para las nuevas audiencias, pero no tanto para sus fieles seguidores. Terminó esta temporada, en el medio se anunció una nueva, Mason ya compartió pantalla con el más grande de sus némesis y la gracia es que buena parte de su público no lo haya advertido.

 

 

 

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