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CRÍTICAS

Festivales: FAE LIMA, por Natasha Ivannova

El FAELima culminó su edición número II en su gestión privada. Recordamos que anteriormente se trataba de un Festival Municipal que después de tres años había decidido no continuar con el evento. Sin embargo los centros culturales de dos universidades prestigiosas en el país (el de la Universidad de Lima y el de la Universidad Católica) se asocian junto al Teatro La Plaza y el Centro Cultural Británico para gestionar una administración casi enteramente privada, lo que le permitió al FAELima continuar.

Sin embargo ya para este año estuvo presente con un importante aporte el Ministerio de Cultura. Esta circunstancia, sumada a su andar firme y continuo podría ayudar a que este joven Festival pueda consolidarse ante tantos otros de la región con más amplia trayectoria, como los de Bolivia, con 22 ediciones entre Santa Cruz y La Paz, el Santiago a Mil de Chile, que cumplió 25 años o el Iberoamericano de Colombia, en su 30 va, edición. Ya que no le falta iniciativa, fuerza y conocimiento puesto que sus instituciones asociadas se dedican a las artes escénicas. Y es que los Festivales internacionales son espacios de relevancia para impulsar el crecimiento del teatro local y el intercambio internacional, promoviendo el desarrollo y difusión de nuestra cultura latinoamericana. En ese sentido, fueron importantes los eventos como cenas y fiestas que organizó el FAELima, a las que son invitados formalmente programadores, prensa internacional y compañías, para fomentar el intercambio de proyectos entre los participantes de los distintos países y quehaceres dentro de las artes escénicas.

Con las dificultades que deben derivarse de coordinar cinco instituciones diferentes el Faelima siguió avanzando con esplendor: “Hay una fuerza que te impulsa más allá de la razón y los obstáculos“, asegura su directora, para quien los problemas son un motor creativo y de gestión por haber crecido en el Perú de los 90, cruzado por una guerra civil profunda y compleja. Característica sociocultural muy habitual también en Argentina, por la cual las duras crisis políticas terminan siendo una escuela para los artistas que deben aprender a realizarse con muy pocos recursos o dejar morir su obra, y una vez que la Nación reencuentra su cause siguen teniendo la capacidad de manejarse ante la adversidad.

No obstante las heridas de Perú son más recientes, y aparentemente sólo después de veinte años de que fuera encarcelado el cabecilla del terrorismo de Sendero Luminoso, Abimael Guzman, el pueblo comienza a poder hablar de lo sucedido haciendo catarsis a través de su teatro. Respecto de esto, el FAELima presentó una muy interesante cartelera nacional, jugada y profunda, más allá de los gustos personales, definitivamente valiosa por lo que su sociedad intenta exponer y sobre lo que intenta reflexionar.

 

Las obras internacionales tampoco dejaron de tener una mirada tendiente a lo comprometido, especialmente las piezas latinoamericanas, como lo que trajo Colombia y lo que llevamos desde Argentina, como analizaremos a continuación.

El festival se desplegó a lo largo de 11 días, del 28 de febrero al 11 de marzo, con ocho montajes internacionales provenientes de Argentina, Uruguay, Colombia, Corea y Reino Unido, y 12 nacionales. El país invitado fue Reino Unido, con tres obras, y destacó una versión coreana de La Tempestad de Shakespeare para la inauguración en el Gran Teatro Nacional.

Las Nacionales (Parte 1 – orden cronológico-)

RECUERDOS CON EL SEÑOR CÁRDENAS

Para hablar del terrorismo de Sendero luminoso (1980/1992), la obra relata las memorias de una mujer de 30 años que vive en soledad, aferrada a los recuerdos de su familia ya fallecida. Debe vender la casa y ese apremio le genera angustia, dolor y confusiones que la sumen en los recuerdos, por los cuales sus familiares vuelven de la muerte para animarla a vivir su vida.

La dramaturgia contaba con una buena idea, quizá incluso bien desarrollada desde la estructura y la narrativa escrita. Sin embargo queda débil al no tomar posición tocando un tema político, en el sentido de que parece intentar quedar bien con dos pensamientos ideológicos antagónicos. Ya que por otro lado no se tomó la decisión de exponer la humanidad contradictoria de un modo desarrollado y profundo -o no se logró-. Se trata de una familia de clase media muy tradicional que tiene a un empleado de origen serrano (lugar en donde en Perú se refugiaban los grupos terroristas.) Un abuelo conservador, exhibido como ideológicamente fascista y racista pero encantador con su nieta, que no muestra incoherencias ni discordancias humanas, esperándose del público una especie de piedad a su mirada discriminadora por como trata a una niña. Hay una madre calma, que no levanta nunca su voz, como coartada por un patriarcado y una hija que trata de entenderlo todo muy rápido. Tan rápido que termina necesitando mayor tiempo del habitual para madurar. Ella se lleva bien con el empleado serrano tanto con su abuelo conservador, su problema es con ella misma: con su propia voz.

La puesta en escena cuenta con una particular entrada de la escenografía mediante un sistema de poleas que se encuentra colgado en parrilla, visible para el público, y que baja cada vez que es necesario para cada escena. Esto es atractivo, sin embargo nada hubiera cambiado si la escenografía era entrada manualmente por los hombros del escenario, lo que genera una especie de expectativa sobre los muebles aéreos que queda trunca. Sí destaca la iluminación, tenue, azulada, nostálgica, aportando una pincelada de extrañamiento sutil. Pero el trabajo de dirección parece centrado en la estética: la escenografía, las luces y el sonido, dejando de lado la interpretación. Los desplazamientos y tonos de los actores, especialmente respecto del vínculo entre sí, dan la impresión de arrojar el texto a la posteridad, no consiguiendo verosimilitud, sangre y vida en los personajes. Excepto por Victor Prada las actuaciones son lavadas y las composiciones tipificadas. Todo esto genera una puesta estática y poco emocionante, con un texto casi relatado.

Los sucesos que más duelen en la historia reciente del Perú, tratando de reconciliarse consigo mismos, a veces consiguiéndolo, y a veces no. Valioso esfuerzo, más allá del resultado, de parte de Patricia Romero Figueroa.

EL DÍA QUE CARGUE A MI MADRE.

Protagonizada por Soledad Ortiz de Zevallos (hija), Bernadette Brouyaux (madre) y dirigida por Paloma Carpio. Sobre la relación madre-hija, esta obra relata la historia de los sueños, anhelos, miedos y vicisitudes de ser madre y también los de ser hija. Sobre la relación simbiótica que a veces se genera en este particular vínculo y la identidad reflejada de una en otra. Si bien la obra toma un punto de vista romántico, algo edulcorado e inverosímil, la estructura dramática, la puesta en escena e incluso las actuaciones son de gran belleza, y consiguen provocar un profundo encanto, emoción y también reflexión en el espectador.

La dramaturgia describe a una mujer belga que a sus 18 años se fue a vivir a Perú y habla español con acento francés. Su hija realiza el viaje inverso, nacida en Perú se va a vivir a Bélgica para estudiar circo. A su vez la madre siempre quiso ser actriz pero había relegado ese sueño por la maternidad. Desde el recuerdo está presente también su madre y abuela de la hija representando a otra generación de mujeres, con otros sueños, otros miedos, con otras vicisitudes de ser madre y otras creencias: todo lo cual permite visualizar la evolución de nuestra sociedad a través del tiempo.

El texto es permanentemente poético de forma sencilla y hablar natural, pero con imágenes y simbolismos claros sobre volar, viajar / nacer / crear / crecer.

La puesta en escena mantiene esta estética poética, si bien algunos trastos se utilizan poco o su presencia se centra en lo decorativo, como una especie de biombo cerrado del que salen como humos escenográficos, ubicado hacia la derecha del escenario, y que supone el hogar o espacio-tiempo de la abuela. Tampoco una mesa necesitaba tantos objetos decorativos en sus patas. Sin embargo la cuerda en la que se cuelga la ropa y sobre la que la hija hace equilibrio es un gran elemento. Destaca en general el uso del espacio aéreo, a través, por ejemplo, de un arnés con el que en un momento se desliza la madre por los aires, y de una hamaca para la mágica escena final, en la que ambas se mecen en lo alto al compás de una canción de cuna francesa que entonan juntas. El permanente juego con el francés, sobretodo a través de canciones tradicionales, contribuye atinadamente al clima romántico de la obra.

Las actuaciones también tienen algo que aportar: hay un estilo definido en los tonos y modos de relatar, que es natural y alegre pero suave, tranquilo y reflexivo. No hay estridencias siquiera en las discusiones entre los personajes. La obra se aleja del naturalismo y sin embargo es intimista. Logra transmitir sentimientos humanos a través de textos, escenas e imágenes poéticas, sin acudir a la vanguardia o al género maravilloso. Es realista pero no necesita demasiada verosimilitud proveniente del mundo mundano para contar una verdad que anida dentro de él.

LA GUERRA DE LOS PAÑALES FANTASMAS

Este espectáculo está enclavado en una situación de corrupción real ocurrida en Lima hace algunos años en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. El caso implicaba la compra de ocho millones de pañales que desaparecieron porque no había infraestructura para su distribución, para su guardado o porque nunca existieron. El escándalo pone en jaque al Ministerio y todos sus integrantes que, internamente y denegando responsabilidades, intentan culpar al eslabón más débil de la cadena.

La obra surge de una creación colectiva conformada por actores muy jóvenes que utilizan lúcidamente la sátira para desplegar un teatro político. La estructura del texto está bien entramada entre el conflicto y ciertos elementos que se repiten y forman un creccendo dramático tendiente a la circularidad. Estos elementos, surgidos de los personajes que son prototípicos (la empleada pública, el jefe de área, la Ministra, el cadete) conforman una narrativa ligada a los significantes del poder con todas sus aristas. Las ansias de dinero, el desligue de responsabilidades, la cadena de mandos, la falta de valores humanos en favor de los intereses; las fallas en nuestro sistema social. A pesar del hecho local la obra se remonta a una universalidad en la temática de la corrupción y la impunidad.

La puesta en escena es muy sencilla: abundantes cajas de pañales rebosantes son las paredes del Departamento; dentro de ellas hay dos mesas metálicas de oficina a ambos lados, un teléfono sobre cada una y papeles. Llaman la atención los vestuarios, que rozan a propósito la chabacanería con utilería de cotillón. Las actuaciones en el código de la sátira no se exceden y logran un tono parejo que mantiene la obra en un nivel medio, aunque lleva al público de carcajada en carcajada.

Quizá no sea una obra que consiga salir de gira a otros Festivales del circuito internacional, sin embargo su espíritu retorna al teatro su capacidad de denuncia tan propia y sana en toda sociedad, que es lo que con cálida inteligencia evaluó la curaduría al elegirla para la programación. El público aplaudió de pié.

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