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CRÍTICAS

XIX Festival Internacional De Teatro Santiago A Mil: Uno Toma lo que Tiene (En Casa)

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Uno Toma lo que Tiene (En Casa)

Dirección: Hugo Osorio. Elenco: Sebastián Bernal, Loreto Caviedes, Pablo Cortés, Javiera Gutiérrez, Kamille Gutiérrez, Ignacio Pérez. Teatro: Azotea Lastarria 90.

Caramelo derretido, acompañado con almendras y jenjibre, todo sazonado con un poco de pimienta negra. El ingrediente secreto en toda relación pasional (Se sirve caliente). Uno toma lo que tiene en el corazón, para amar u odiar, según lo que se esté cocinando…

La compañía Dédalo de teatro emergente, dirigida por Hugo Osorio, nace en 1998 con el objetivo en la investigación y desarrollo de las diferentes artes escénicas integradas en un mismo montaje que mixtura música en vivo, danza y teatro. Con un estilo performático, las puestas varían mediante la interacción con el público y hasta las circunstancias climáticas. (Puede llover en escena y el espectáculo debe modificarse ante la necesidad de entregarles paraguas a la gente, lo que en lugar de perjudicar, suma originalidad a la escena).

El “Teatro emergente” es teatro experimental, es decir, que toma todos elementos del teatro contemporáneo y arma las puestas, priorizando y potenciando más unos que otros, obviamente buscando romper con la estructura del teatro tradicional. No se descubre nada nuevo, pero por lo menos son propuestas no anquilosadas que intentan abrir el panorama de la escena, lo que es en particular importante cuando se está trabajando con textos clásicos.

El título de la obra, tan aparentemente simple, proviene del siglo XIX en Suecia, como dicho popular perteneciente a un recetario de cocina, en ocasión de caer alguien sorpresivamente a nuestra casa, cuando no se tenía nada preparado. En esa situación uno “arma algo con lo que tiene.”  Esto se debe a que este montaje se encuentra inspirado en los textos del dramaturgo Strindberg, cuyas escenas transcurren en la mayoría de los casos, en el hogar y la cocina. Además de que del mismo modo, la compañía toma creaciones de los actores mezclándolas con los contenidos del autor horneando algo distinto, a nivel del texto, “digerible”.

Como decíamos esta compañía propone una puesta interactiva, en la que el público tiene permitido movilizarse por todo el espacio escénico. Pero respecto de su montaje en este festival, es una pena que la idiosincrasia chilena tan conservadora, les impida hasta modificar el ángulo desde el cual se encuentran viendo la obra (un lateral, una esquina o desde atrás). Quien escribe, no por ser actriz, participó y fue parte de la obra, para tener mejor acceso a la propuesta artística.

Nos encontramos en una terraza al aire libre en algunos de cuyos bordes, hay dispuestos tres o cuatro trípodes con potentes luces par mil de aproximadamente la altura de una persona, y un piano electrónicos de pie. Pese a no ser un espacio demasiado grande, debido a la iluminación y el aire libre, la escena da la sensación de un estadio de futbol -o similar- en la noche de una semifinal. Se nos explica que podremos movilizarnos por todo el lugar. El público se asienta hacia el fondo y mira. Cinco actores se harán cargo de la obra, en donde más allá de la provocadora estética moderna e hilarante, no está ausente la esencia del dramaturgo sueco.

Sin embargo es justo remarcar lo impresionante de la falta de acierto en algo que no suele tener mucha relevancia –salvo en casos como éste, en el que justamente la tiene en demasía-. Este llamado “teatro emergente” para los chilenos, es como se dijo el teatro experimental, pero en esta obra cobra mayor importancia lo relacionado con la danza o –dicho con mayor precisión- el movimiento. Pero no parece necesario que los bailarines posean rodilleras de colores estridentes y vestimenta deportiva tan llamativa, en una rotunda falta de conexión con el estilo en el que se encuentra trabajado el texto. No hablamos aquí de una inconexión sostenida por los elementos del arte de vanguardia. Ante lo que es una elección ridícula más que original, la misma propuesta destroza lo que propone. Esto es que si lo que la compañía buscaba era diagramarse en un vestuario particularmente moderno, este habría tenido que ser primero diseñado. La falta de un diseño quiebra todo juego escénico, no como búsqueda pensada ya que no lo hace del todo, sino porque el elemento estética fue por completo olvidado. Al no haber escenografía ni utilería, los vestuarios son preponderantes, y prácticamente el único elemento plástico que requería algún tratamiento artístico.

En ese espacio escénico, los actores corren por momentos maratónicamente y por ejemplo se frenan súbitamente para decir sus textos en fila, estremezclando monólogos en turnos o al únisono que se superponen. Toda clase de recursos de vieja vanguardia ya conocida son utilizados, en este caso no se encuentran mal trabajados, pero no llegan a lograr profundidad en el todo coexionado. Y hay un exceso en los movimientos físicos de desplazamiento en el espacio, así como también en la cantidad y duración de algunas canciones seleccionadas. Todo conforma un estilo entre pop y de los 90, que choca seriamente con la calidad del texto. Esta adaptación o versión se encuentra muy interesantemente hecha. Pero como siempre decimos, el teatro escrito es literatura. Lamentablemente, el montaje, destroza esa calidad.

El texto no es una historia lineal, sino varias entrecruzadas, vivenciadas por parejas que arman un panorama de cuan complejas pueden ser algunas relaciones actuales, tomadas desde la oscura pero perfectamente aplicable óptica de August Strinberg en estos días. Según el director y con el acuerdo de quien escribe, los textos del autor sueco –uno de los inspiradores del teatro de la crueldad- poseen una densa violencia psicológica, en el planteamiento de que la idiosincrasia humana está plagada de intenciones y varía su comportamiento según las circunstancias. Las relaciones de pareja son de amor y de odio, sin ingenuidad, en las que sólo se dan transacciones de carácter, ego y poder. La compañía toma estas premisas y las une con las biografías de los personajes creados por los actores en los ensayos, bajo la coordinación de Osorio. En donde estos dejan salir lo que tienen para contar de sus vidas, “de sus relaciones de pareja, familiares, del pasado, lo que quieren del futuro o simplemente de su propia violencia.” – explica el director.

De este modo tenemos de protagonistas parejas postmodernas que se aman y se odian, se admiran y se envidian, se asesinan y se suicidan. Tratando de ganar un lugar en el advenimiento de un lazo que los pueda llenar de sentimientos de algún tipo y evitarles el opresivo vacio del existencialismo. El poder de quien es dominante se trastoca por su necesidad de un dominado quien desde ese lugar posee el completo poder de manipularlo. Todas son relaciones de profundo odio, porque siendo el reverso del amor, se saben por completo atrapados a la vez que incapaces de irse. Mientras que nosotros como espectadores, nos espantamos a la vez que nos reconocemos. Es precisamente por esta impresionante característica, si hay algo de magistral en la obra de Strindberg, que la conforma.

Pero no sólo son un desatino los vestuarios, a pesar de la buena transcripción de la mirada de este autor, la dirección lleva estos contenidos demasiado a lo paródico. El texto es montado únicamente colocándole música y generando tensiones actantes en el espacio, la mayoría de las veces de forma superficial y algo burda: como la escena de dos muchachos sentados en el suelo comiendo pop corn que se les cae de la boca, mientras ven a dos chicas pelearse, como si se encontraran ante una película de box entre mujeres. Unos pocos momentos son inteligentes y generan tensión interna en el espectador, como en el que frente a una suicidada que yace en el suelo con un puñal en el estomago, otros dos personajes toman té mientras otro les sirve de la tetera reiterando el movimiento, mientras todo hace coreografía con el resto de la obra. Así como en la última imagen hay un sadismo meticuloso, en la primera sólo hay un incentivo a la violencia que es únicamente dibujado.

Las actuaciones no tienen manera de ser muy buenas, centrado el trabajo de los actores en una odisea maratónica en la que de poseer emociones, estas les impedirían respirar. Tampoco se hace mucho desde alguna técnica física que siempre tiene forma de trabajar la sutileza. Toda expresividad se encuentra ligada al movimiento del cuerpo y su proyección, sin que las facciones puedan transmitir un solo estado emocional.

Una obra para tratar de ver cambiando la óptica, más allá de la fealdad, en un espacio más provocador, en el que si prestamos atención, las maratones, las corridas, los escapes y luego los reencuentros, aunque torpes, siempre ocultan una fabulosa tensión erótica que no depende de nosotros. Una obra para animarse a ver, sabiendo que nada va a pasarnos, que no nos haya pasado…

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